En nuestra reseña del film chileno Algunas bestias nos referíamos a su condición de título spoiler, de marcar con él el tono de lo que a continuación íbamos a contemplar. Algo similar ocurre con Los sonámbulos, una producción argentina a cargo de Paula Hernández. Más allá del tema tonal, es curioso como comparten temática y prácticamente puesta en escena; sin embargo, en el caso que nos ocupa, la mirada se centra en otros lugares, si acaso, más íntimos pero no por ello menos devastadores.
Situándonos en el contexto de una celebración de fin de año, Hernández dibuja una familia burguesa de aparente normalidad para, pedazo a pedazo, ir sacando a la superficie todos sus secretos, crisis y temores. Quizás, como planteamiento, no estemos ante una oda a la originalidad, cierto, pero lo realmente interesante estriba no en el qué, sino el cómo nos cuentan esta caída hacia los infiernos.
Si en Algunas bestias hablábamos de Buñuel, de crueldad y de casi una ponencia universal sobre una humanidad desalmada, aquí la mirada se dirige a lo íntimo, buscando crear un cosmos más cerrado y no extrapolable. Cierto es que, al poner de relieve la condición de familia burguesa, podríamos asistir a una proyección en forma de crítica hacia dicha clase social y sus “dramitas del primer mundo”. Nada más lejos de la realidad, a Hernández le interesa más el concepto del secreto escondido y la dificultad de lidiar con la verdad y el deseo, que realizar un manifiesto político al respecto.
Dos parecen ser las referencias a las que se agarra la directora argentina: por un lado está el verbo, afilado en ocasiones, matizado en otras y casi siempre puntuado por silencios más significativos que las propias palabras. Un universo que nos acerca al Bergman de las relaciones de pareja, que paladea instantes y suelta la caballería a continuación de forma atronadora. Por otra parte, esto se combina con un universo visual muy cercano a la Lucrecia Martel de La ciénaga. Con cuerpos sudorosos, latentes, cambiantes, que revelan lo que el verbo el calla, ni que sea a través de las miradas de los otros.
Con estas herramientas Hernández construye un microclima en forma de bomba de relojería que, en este sentido, hace del film un constante tic tac en forma de cuenta atrás hacia una tragedia que se antoja inevitable. A pesar de este desenlace esperable, hay una noción del suspense que lleva al film a explorar ideas como el “y si…” ofreciendo en no pocas ocasiones salidas posibles al conflicto que son desdeñadas constantemente por el miedo, o por el deseo.
Así pues, Los sonámbulos, nos habla de la imposibilidad de las voladuras controladas, de la lucha entre la razón y el instinto, entre la pulsión del deseo y la comodidad del deseo. La clásica historia con el Eros y el Tanathos de fondo cuya resolución no es tan determinista como profundamente pesimista al concluir que la única manera de despertar de este caminar soñando, de este sonambulismo en vida es con un buen tortazo de realidad.