Dentro del horroroso cine rural español que está en boga desde hace unos años, Los saldos, la película de Raúl Capdevila propone un discurso distinto mediante una forma entre el western (muy seco) y el documental. Un discurso que recoge los entresijos del caso del macro matadero de Binéfar (Huesca) incluyendo, en segundo plano, la especulación del grupo Pini, el presunto estafador italiano y la repercusión laboral.
Raúl filma a su padre (José Ramón), principalmente, un ganadero, un no actor que empieza y termina por no encontrarse cómodo ante las cámaras, ya que el film adolece de una mirada poco original en torno al trabajo con personas ajenas al cine. La presencia de la cámara se nota y no para bien, incluso en los momentos en los que debe notarse parece que hay una extrañeza, una pretensión de alcanzar algo más de lo que puede ofrecer el ámbito en el que se construye la imagen. Compuesta a base de planos fijos y algún que otro desafortunado plano-smartphone (de esos que también están muy de moda y que casi nadie parece saber introducir bien) Los saldos también peca de romántica, de idealista por su visión del pueblo, del trabajo de la tierra y la ganadería porcina.
Entre vaivenes burocráticos, cada imagen va borrándose de la memoria, como si hubiesen estado ahí tan solo para retratar determinado paisaje o para enseñar algo de ese “extraño” mundo. Lo cierto es que la película contiene el germen que se propaga por las escuelas de cine españolas y que se contagia en los festivales. Frente a lo ya mil veces visto en films de corte rural/social, pero sin rendirse ante el naturalismo absoluto de la mayoría ni mucho menos a la vaga fantasía de las más reconocidas, Capdevila opta por seguir una estela que desaparece rápido en un cielo no demasiado bonito, poniendo en escena elementos tan interesantes como indiferentes y terminando por ofrecer otra de esas películas alejadas de la gente que filma; otra de esas “películas hechas para festivales (españoles)” que le valdrá algún premio…
Pareciese como si su personaje (el director aparece haciendo de sí mismo) fuese el reflejo del desinterés que posee la película formalmente. Él aparece buscando trabajos relacionados con el audiovisual mientras trabaja con su padre en la granja, intentando ganarse el pan con un empleo que le atrae demasiado poco. Por el contrario, José Ramón se centra en intentar actuar naturalmente, haciendo de su día a día un motivo para conformar una película que aspira a la mejor docuficción. Al final lo corriente se vuelve forzado y lo especial inexistente.