La película francesa Los pasajeros de la noche, que participó en la sección oficial del Festival Internacional de Cine de Berlín este año, comienza con la noche en que François Mitterrand fue elegido presidente de la República Francesa en 1981. Con una introducción que mezcla imágenes de archivo y vídeos de la celebración, entramos desde el primer minuto en un estado de ensueño visual que nos lleva a unos años 80 menos manidos de lo habitual. Sin apenas presencia de las luces de neón, el director Mikhaël Hers nos irá introduciendo mentalmente en un periodo temporal algo más personal, donde también hay espacio para revivir a los nostálgicos, pero donde sobre todo nos acerca a un intimismo propio de la intimidad nocturna.
Usando hábilmente la sencilla y humilde trama de una madre recién divorciada que consigue trabajo respondiendo a las llamadas telefónicas de un programa de radio tipo Hablar por hablar (con Emmanuelle Béart en el puesto de Gemma Nierga), en realidad asistimos a una película que va sobre la calidez humana a lo largo de toda una década. Porque sí, en Los pasajeros de la noche Mikhaël Hers reproduce la elegancia francesa de los años 80, pero sobre todo nutre de cine francés a cada espectador como si fuese un transeúnte nocturno más en la película. Básicamente porque no hacen otra cosa más que hablar y tener sexo, que es lo que más le gusta hacer a los franceses en su cine. La sociedad progresista burguesa de París, que se encanta, pero con Charlotte Gainsbourg como protagonista, que nos encanta.
Y da la sensación de que Mikhaël Hers y las guionistas Maude Ameline y Mariette Désert son conscientes de ello. Además de la presencia íntima de la radio y del uso de mucha música pop francesa de los años 70 y 80, Los pasajeros de la noche también utiliza fragmentos de varias películas francesas de esa época que confirman el tono escogido y que se hacen eco del estado mental de sus personajes protagonistas. Destacan dos. Una en la primera mitad de la trama, cuando los dos hijos de Gainsbourg (interpretados por Quito Rayon Richter y Megan Northam) y su acompañante (Noée Abita) se cuelan en el cine para ver Las noches de la luna llena (1984) de Éric Rohmer, cinta protagonizada por Pascale Ogier que trata sobre la importancia de saber lo que se quiere y de las consecuencias, en lo sentimental, de tenerlo bien claro. La otra, años después en la trama, cuando el personaje de Noée Abita reaparece en la vida de la familia de Charlotte Gainsbourg y las dos ven una segunda película clave: Le pont du Nord (1981) de Jacques Rivette, escrita y protagonizada por Pascal Ogier y su madre en el papel de dos personas sin hogar que se apoyan mutuamente.
No creo que sea necesario conocer ambas películas ni su argumento, ni mucho menos saberse la biografía de la actriz Pascal Ogier para disfrutar con Los pasajeros de la noche, pero saberlo seguro que ayuda un poco más a entender la identificación del personaje ajeno a la familia dentro de la propia familia, reflejando en sus visionados el apoyo entre los personajes o la necesidad de afrontar una realidad complicada y con el fantasma de la droga siempre ahí. Con todo esto ya dicho, queda claro que Los pasajeros de la noche es innegablemente francesa, pero aun así te hace sentir como lo haría Jim Sheridan en En América (2002) y con la perspectiva de familia no consanguínea de Hirokazu Koreeda, mostrando cómo las personas con diferentes personalidades, edades y experiencias pueden suponer un antes y un después en la vida de los demás y comunicarse libremente a pesar de estar de paso. Al igual que el programa de radio de la película, en la soledad somos testigos de las experiencias de vida de unos personajes que, una vez terminadas sus historias, nos abandonarán.
Los pasajeros de la noche es un relato nostálgico (que también lo sería sin estar ambientado en el pasado), narrado sin prisas, con gran empatía y sensibilidad que parece querer poner en valor cualidades como la amabilidad o la ternura, defendiéndolas incluso entre extraños y desconocidos. Todo quedaría resumido en un mensaje que emite uno de los personajes: «nuestros sueños también alimentarán a otros, cada uno de los cuales es un extraño maravilloso en la vida de otro, o un transeúnte nocturno imaginario». La vida cotidiana de cada personaje de la película parece ser pequeña y estar rota, y la frustración parece ser solo una arruga discreta en su día a día, pero, quizás por eso, cada recuerdo conjunto es como un regalo. En resumen, una película sin sucesos extraordinarios que te sumerge en una historia normal, pero llena de calidez y buenas intenciones. Eso sí, todo acompañado del olor del tabaco y de los ceniceros, porque mira si se fumaba antes.