Los otros Laurens (Claude Schmitz)

La redefinición de los géneros cinematográficos parece un cliché, pero su misma supervivencia depende de ello, de su adaptación y evolución en función de los tiempos, tanto de los cambios sociales como de las influencias y tendencias fílmicas del momento. En el caso del polar francés, surgido a partir de las sensibilidades específicas de su país de origen, en una amalgama de retroalimentaciones con la literatura policiaca y cuyos orígenes se puede rastrear en su propia cultura de carácter indiscutiblemente europeo hasta Les vampires (Louis Feuillade, 1915-1916), su supervivencia siempre ha dependido de su habilidad para transformar su propia esencia sin perderla. Es por eso que siempre es refrescante encontrarse en pleno siglo XXI con un largometraje como Los otros Laurens (L’autre Laurens, Claude Schmitz, 2023), que reformula sus rasgos a partir del ‹neo-noir› y una concepción puramente digital de la imagen.

Dos personajes charlan en castellano sobre la visión que uno de ellos ha tenido de alguien que asumían estaba muerto. Esa primera escena establece el misterio sobre el que se moverán todos los intereses de los personajes de la película. También define de manera precisa la ambientación, el tono y su identidad visual. Una paleta de colores basada en verde, turquesa, ámbar y blanco, omnipresente en todo su metraje, le otorga una estética indiscutiblemente contemporánea —aunque vinculada también con la modernidad de los años ochenta en su resaltado constante de matices casi eléctricos— junto a la banda sonora electrónica de Thomas Turine. La fotografía se basa en planos estáticos, manteniendo composiciones sobrias que explotan la profundidad de campo. De fondo el edificio de un burdel en el que la luz de su entrada parece llamar tanto a sus clientes como advertir del peligro que conlleva atravesarla. Un punto de anticipación de su guion respecto a la tragedia que en su tramo final se cumplirá como si fuera la visión de un oráculo.

El cinismo, el humor seco y ciertos toques existencialistas (muy en la línea de las cinematografías nórdicas y directores como Aki Kaurismäki o incluso Roy Andersson) se apoderan de los diálogos de los personajes, mientras conocemos a los protagonistas del relato: el detective privado Gabriel Laurens (Olivier Rabourdin) y su sobrina Jade (Louise Leroy), quien le visita viajando desde Perpiñán para pedir que investigue las circunstancias de la muerte de su padre, su hermano gemelo François. Esta relación es la que lleva en realidad el hilo conductor del filme, que se transforma por momentos en una ‹road movie› de camino a la mansión donde sigue viviendo la madrastra de Jade (Shelby, interpretada por Kate Moran) envuelta en una fachada de riqueza que se descubre falsa, ahogada por las deudas que deja su marido en su intento de crear un emporio del juego en el país. Los vínculos con el crimen organizado, las dudas sobre el accidente que supuestamente acabó con la vida de su hermano y la gran afinidada pesar de sus desencuentros— que se crea entre Gabriel y Jade elevan a Los otros Laurens a algo más que un mero ejercicio estilístico.

Entre la frontera de España con Francia, los paisajes se transforman y la amenaza de criminales y de una la violencia extrema llegan a desbordarse, acercando su desarrollo al del ‹western› sin perder nunca su rigurosidad formal. Esta narración contenida, que llevan a un desenlace sangriento, crudo y desesperanzador, junto a las intrigas entre unos personajes eminentemente patéticos y una trama criminal que se desenvuelve a partir de las torpezas de sus implicados acercan la cinta a la filmografía de los hermanos Coen. Pero también se puede identificar la experiencia sensorial del uso del color en su dirección artística, digna de Seis mujeres para el asesino (Mario Bava, 1964), la relación entre los protagonistas de La noche se mueve (Arthur Penn, 1975), las maquinaciones y traiciones de Forajidos (Robert Siodmak, 1946) y elementos de la trama de Asesino implacable (Mike Hodges, 1971) sin caer en ningún momento en el pastiche ni realizar homenajes directos o citas que puedan alienar al espectador al destacar su naturaleza de ficción que sigue unos códigos preestablecidos. El mundo que construye Los otros Laurens toma primero como referencia la realidad de sus personajes (hasta el punto de tener como origen de su conflicto los atentados del 11 de septiembre, tal como haría Jean-Pierre Jeunet en Amelie con la muerte de Lady Di), priorizando la autenticidad de sus emociones, y centrándose discursivamente en las consecuencias de la disolución de los vínculos y el desmoronamiento de los valores familiares.

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