Saltar al vacío
La trayectoria iniciada por Jafar Panahi desde la sagaz Esto no es una película (2011) ha dado pie a juegos meta-cinematográficos capaces de generar espacios para la reflexión en un contexto político represor. La obra de Panahi como cineasta clandestino está centrada, en parte, en su propia lucha, y supone una vía de liberación para el cine iraní y una fuente de ideas formales extraordinarias en el cine contemporáneo. Ahora, con Los osos no existen (No Bears, 2022), estrenada en España el pasado viernes día 3, llega una de las obras cumbre del autor.
Sin dejar de lado un importante componente “meta”, Panahi sí que abandona ese tono distendido, un tanto juguetón, de propuestas algo dudosas como Taxi Teherán (2015), y construye un filme sostenido sobre la más absoluta de las incertidumbres, tanto para el espectador como para el propio cineasta. Desde su inicio, Los osos no existen ya se erige como una incógnita en sí misma; una película, por un lado, sobre una filmación imposible que el propio Panahi dirige telemáticamente; por el otro, sobre una fotografía de consecuencias catastróficas tomada también por Panahi. De esta manera, uno se pregunta hasta qué punto el rodaje dirigido por el autor iraní aborda una situación real y qué relación tiene ese conflicto con el suceso de la fotografía para, finalmente, atisbar la naturaleza escurridiza de su obra.
El cine de Panahi suele parecer incompleto, pues las suyas son imágenes que nunca terminarán de materializarse, ya que nacen marcadas por un vacío que pone en cuestión cuál es su lugar en el mundo. Los osos no existen es un salto hacia el vacío de estas imágenes, donde el director de El círculo (Dayereh, 2000) plantea la relevancia del papel político de las imágenes y, por extensión, de su creador, el cineasta. En este sentido, resulta escalofriante el momento en el que Panahi, perdido en la oscuridad de la noche, se planta delante de la frontera: frente a la cámara, una mera barrera invisible, pero para Panahi la delimitación de una posibilidad de escape que él no quiere tomar.
En Los osos no existen, hallamos (¡y sentimos!) a un cineasta que duda, que teme, que tiene inseguridad y proyecta esta sensación a su película. Una singularidad, cabe decir, que no le impide concebir un tramo final absolutamente demoledor, logrando uno de los grandes cortes de montaje vistos recientemente en una sala de cine.
En tiempos de declaraciones políticas terminantes recluidas en imágenes estériles y palabras banales, es importante detenerse ante Los osos no existen. Un filme sostenido sobre un vacío formal inexplicable, en el que la dubitación y el desconcierto de Jafar Panahi, el cuestionamiento de cada una de sus decisiones de puesta en escena, de su mirada, se enlazan con la (de)construcción de un relato brutal e implacable sobre la contemporaneidad de su país.