Si preguntas a un aficionado al cine, ¿cuál es tu género cinematográfico preferido?, una amplia mayoría estoy seguro que contestaría que el cine negro —o, como se le denomina en términos modernos, el thriller—. Todos tenemos marcado a fuego en nuestro imaginario colectivo aquellos primerizos gangsters que trataban de burlar la ley seca en los violentos años veinte interpretados magistralmente por Edward G Robinsom, James Cagney, Humphrey Bogart o George Raft que dejaron paso a femme fatales que volvían locos tanto a arruinados detectives que hurgaban con ávida perspicacia en los más profundos sumideros de las grandes ciudades norteamericanas como a pobres diablos que no dudaban en asesinar al marido celoso de su amante con tal de disfrutar de los carnosos labios de la rubia despampanante de turno. Más adelante el género se reinventaría dejando paso al cine de robos y atracos, de investigaciones policiales semi-documentales y de asesinatos perfectos en los que casi siempre se dejaba algún cabo suelto para hacer explotar los nervios del espectador.
Y no solo nos atrae el género negro por sus intrigas e investigaciones que tanto gustan al curioso espectador, sino que el hecho de mostrar en forma de metáfora una descripción detallada de los instintos más bajos de los que está forjado el ser humano y retratar a la perfección las corruptelas de las altas esferas habidas en todas las épocas, ayuda a reflejar de forma crítica la sociedad de la época en la que se ubica la trama. Y lo maravilloso del noir es que si investigas con afán siguen brotando joyas escondidas de una calidad suprema como mis últimas adquisiciones cinéfilas: Time Table de Mark Stevens, The Man Who Cheated Himself de Felix E. Feist y Monkey on my Back de Andre de Toth, siendo inagotable la cantidad de obras maestras asociadas al cine de esta índole. Sin duda el noir es el género del cine y por tanto es el cine en estado puro.
Vamos a voltear la pregunta para plantearla de la siguiente manera ¿cuál es tu género de cine español favorito? ¿cine español? ¿pero el cine español no es un género en sí mismo? ¿existen géneros en el cine español? ¡Pero si en el cine español solo se hacen películas de suecas y machos playeros de pelo en pecho, cine de folclóricas y cintas de la guerra civil —que cansinos son nuestros directores con este temita— y de drogadictos, putas y homosexuales que buscan su sitio en los ambientes más sórdidos! Ahhh, y sexo, mucho sexo, sexo en el coche, en la cama, en la ducha, en la piscina, en el colegio, en el hospital, en el geriátrico, en la discoteca, sobre la tabla de planchar… ¡¡en cualquier sitio!! Estas frases un tanto pedestres, admito que adornadas hiperbólicamente por mi parte, es lo que suelo escuchar cada vez que pregunto a algunos de mis colegas (y lo que es más triste, grandes cinéfilos) sobre sus gustos sobre cine español. Y me mosquea mucho que en nuestro propio país no hayamos sido capaces de vender nuestro cine como es debido. Porque el cine español no es solo el cine de “bodrio” que suele emitirse en ciertos espacios cinematográficos sabatinos ni tampoco el cine de marginados sociales y sexo que suele retransmitir con asiduidad la televisión. Nuestro cine es rico en diversidad. Tenemos grandes comedias negras como La torre de los siete jorobados, gran cine social como El mundo sigue, cine melancólico y de impecable factura como Del rosa al amarillo, westerns como Carne de horca, cine de terror como ¿Quién puede matar a un niño?, cine histórico como Agustina de Aragón, cine neorrealista como Surcos, de intriga como Los peces rojos, etc etc etc.
Y cine negro. Muy buen cine negro. Epopeyas de robos y atracos, cintas experimentales, comerciales, enmarcadas en el submundo del boxeo, de femme fatales, de relatos policíacos, de tintes sociales, lisérgicos. Lo tenemos todo, además de calidad suprema. Es imperdonable que con las excelentes obras que ostentamos muchas de ellas no estén disponibles a la venta en DVD para aquellos que tengan la necesidad de adquirir estas mercancías. Ni siquiera las televisiones se acuerdan de estas películas, teniendo totalmente olvidado este género tan atrayente —como habíamos comentado en el primer párrafo de la reseña, el favorito de los cinéfilos en todo el mundo—. Puede que el motivo de tal abandono se deba al carácter subterráneo que tienen muchas de estas producciones, alejadas de las comedias costumbristas de los cincuenta y las grotescas de los sesenta y del cine comprometido de autor de cineastas como Juan Antonio Bardem (si bien Muerte de un ciclista podría considerarse como un drama negro), Carlos Saura o García Berlanga, siendo los valientes que se atrevieron con el género (quizás Julio Coll y Antonio Santillán sean los mejores especialistas del género) cineastas de gran talento pero que no lograron el reconocimiento merecido, considerándose estas películas como productos menores o rarezas destinadas al mero esparcimiento.
Es incomprensible que filmes de la talla de Apartado de correos 1001, Crimen de doble filo, Brigada Criminal, A hierro muere, El ojo de cristal, A tiro limpio, El salario del crimen, Distrito quinto, Los cuervos, Los culpables, A sangre fría, El cerco (película de atmósfera Nouvelle Vague que me gusta bastante), Un vaso de whisky, Los atracadores, 091 policía al habla, De espaldas a la puerta carezcan del prestigio que se merecen por su calidad. Sin duda Apartado de correos 1001 para un servidor es la gran obra maestra del cine negro español. Con una ambientación cosmopolita filmada en la Barcelona de los cincuenta, su trama teje una investigación de asesinatos y bajos fondos de forma magistral, culminando al más puro estilo Orson Welles. Pero el resto de cintas mencionadas poseen igualmente una gran calidad, emanando historias turbias y malsanas, ya sea en el cosmos empresarial como Los Cuervos, en el hábitat urbano de marcado sentido social con tremendo final con garrote vil incluido como la espectacular Los atracadores, o en el seno familiar como la gran obra maestra de Mur Oti A hierro muere. Igualmente reseñables me parecen tanto Los culpables con su retorcida trama de engaños y terceros hombres como las inquietantes Distrito Quinto y El Salario del Crimen.
Como punta de lanza para reivindicar al escondido cine negro español he elegido una obra de culto, algo maldita, de estilo muy afrancesado —su puesta en escena me recuerda al gran cine de Marcel Carné o H.G. Clouzot— que combina con gran acierto los esquemas del melodrama y del noir más clásico (como en El extraño amor de Martha Ivers o las cintas americanas de Robert Siodmark) que se titula Los ojos dejan huellas. Dirige nada más y nada menos que José Luis Sáenz de Heredia, el director de Raza, primo de José Antonio Primo de Rivera, amigo íntimo de Luis Buñuel Portolés y cineasta de gran talento que nos dejó como legado una de las incontestables obras maestras del cine español: Historias de la radio.
La sinopsis de esta joya podemos resumirla de la siguiente forma: Martín (interpretado por la estrella del cine italiano de los cincuenta Raf Vallone) es un joven y ambicioso vendedor de perfumes que se siente fracasado y peleado con el mundo tras haber sido expulsado de la carrera de abogacía por un asunto turbio, siendo el mejor expediente de su promoción. Martín se reencuentra en un moribundo mar madrileño con un antiguo compañero de facultad llamado Roberto, un consentido ricachón que pese a carecer de talento posee todo lo que desea Martín: posición, una vida acomodada junto a su mujer , trabajo y amantes a elección. Tras encubrir a Roberto en una se sus numerosas aventuras amorosas, Martín se enamora perdidamente de la mujer de su ex compañero (llamada Berta), una bellísima y resignada esposa que disculpa el carácter promiscuo de su marido (interpretada curiosamente por la mujer de Raf Vallone en la vida real Elena Varzi). Movido por el odio y envidia que siente hacia Roberto, Martín planeará un crimen perfecto con el objetivo de deshacerse de su ex amigo para ocupar su puesto en el corazón de Berta. Para ello hará creer a Roberto que ha cometido el asesinato del novio de una de sus amantes y le convencerá para que simule su suicidio con una pistola de fogueo en pleno Café Gijón de Madrid. Sin embargo Martín aprovechará un despiste de Roberto para cambiar las balas de fogueo por unas reales, por lo que en el momento del teatro la ficción se convertirá en realidad, induciendo por tanto Martín el autoasesinato de Roberto. Sin embargo la viuda desconfiará de la actitud de su nuevo pretendiente que manifiesta una codicia y frustración enfermiza, por lo que en colaboración con la policía tratará de desenmascarar el verdadero rostro de Martín, ya que como bien comenta Berta a los oficiales: «aunque no haya pruebas materiales, los ojos siempre dejan huellas».
El primer hecho que llama poderosamente la atención de esta perla es su elenco protagonista, compuesto por el matrimonio formado por Raf Vallone y Elena Varzi que se complementa a la perfección con dos de los grandes actores nacionales de la época que interpretan a una peculiar pareja de policías: el mítico Félix Dafauce y un jovencísimo Fernando Fernán Gómez que como siempre está simplemente espectacular aportando los momentos de mayor comicidad de la cinta. También destaca una bisoña Emma Penella que interpreta a la novia despechada de Martín, en un papel primerizo en el que ya daba muestras de sus magníficas dotes para la interpretación y de su espectacular belleza felina.
Otro de los aspectos muy positivos es su perfecta ambientación, como ya comentábamos anteriormente de estilo muy francés, fotografiando a la perfección el ambiente madrileño de principios de los cincuenta. Para un madrileño, como quien les habla, provoca un enorme placer reconocer, en sentido casi arqueológico, sitios tan comunes como La puerta del Sol, La Gran Vía, El Pardo, El retiro o San Lorenzo de El Escorial. El carácter realista de la fotografía otorga cumplido testimonio del paso del tiempo y los cambios habidos en la arquitectura de la ciudad en estos sesenta años. Ese es uno de los puntos fuertes de la película, su fotografía en espacios reales que se fusiona con gran eficacia con una académica foto en decorados de interior que recuerda al gran melodrama de suspense de la Warner Bros. Me gustan igualmente los aportes folclóricos que aporta Sáenz de Heredia (con bailes flamencos y canciones populares españolas) que aportan el punto autóctono preciso para ayudar a ubicar la ambientación sin equívocos.
José Luis Sáenz de Heredia hace gala de su prodigioso talento para rodar con una elegancia supina, hipnotizando al espectador con una puesta en escena en la que no sobra plano alguno, calculando con la precisión de un cirujano el encuadre necesario en cada secuencia. El cineasta madrileño opta por otorgar a la cinta de una fotografía limpia y académica en blanco y negro, ataviada de planos expresionistas y sucios en las secuencias de mayor tensión psicológica, fotografiando primerísimos planos de los actores cuando sube el voltaje de la trama. El madrileño logra dibujar de forma milimétrica, gracias a la enorme labor de Vallone, la figura de un arribista carente de moral que no duda en perpetrar un maquiavélico crimen para conseguir sus objetivos. Llama la atención el carácter amoral de la historia, su tratamiento promiscuo de la sexualidad y el carácter subterráneo de ambientes arrabaleros que brota en la primera media hora de la trama, algo que seguramente tuvo que chocar a la despiadada censura de la época.
Igualmente el guión funciona como un reloj preciso, mezclando con eficacia la historia policial con la de amor melodramático que nace entre Martín y Berta después de la muerte de Roberto. La estructura de la cinta me evoca a las novelas de Patricia Highsmith, siendo Martín un digno heredero del Ripley Highsmithiano. La fortaleza del guión, repleto de diálogos precisos y certeros y sin ningún agujero negro, se debe a la labor encomiable de Carlos Blanco, guionista autor del escrito de Los peces rojos. Gracias a unos diálogos de gran profundidad e intimismo casi no nos damos cuenta del cambio de rumbo que sufre la trama en la última media hora, en la cual el ambiente negro se deja ganar la partida por el melodrama con buenas gotas de suspense.
Y para poner la guinda al pastel, he de decir que el final de la película me sorprendió muy gratamente. En lugar de optar por un final complaciente y fácil, Sáenz de Heredia se arriesga a culminar la narración con un final fatalista, violento, ajeno a toda esperanza de redención y filmado con una maestría solo al alcance de los más grandes maestros (estadounidenses y europeos) que poblaban el cine americano de los años cuarenta. El final eleva el tono del resultado para alcanzar el sobresaliente.
Esta genial muestra de cine negro español nos demuestra que en la España de los cincuenta también se rodaban cintas dotadas de una atmósfera perversa plena de personajes sucios y turbios, reflejando esa otra cara de Madrid integrada por pícaros y asesinos sin escrúpulos alejados de la habitual amabilidad del cine de esa época. Es increíble que a una obra de semejante calidad no se la tenga en cuenta cuando se charla de cine clásico español,ostentando un malditismo que no llego a comprender. Los amantes del cine negro clásico se deleitarán con una película distinta de nuestro cine que usa con maestría las reglas del juego que tanto nos gustan a los amantes del cine de género. Un clásico a reivindicar de nuestro cine.
Todo modo de amor al cine.