No hay duda de que la sátira cómica es un de los géneros más complejos de abarcar. Esta comunión entre el humor y la denuncia, entre crítica y comedia; en definitiva, esta clásica gamberrada decidida a ofrecer una visión disconforme de una realidad, es uno de los sectores genéricos cuya marca cuesta más trabajo de definir en cualquier producto. Este es el sello que Vinko Bresan pretende imprimir en su último trabajo, Los niños del cura, una película que contiene un perverso mensaje acerca del papel que ejerce la iglesia en la sociedad de hoy en día. Lo que el director croata nos cuenta, al contrario de lo que el título (traducido literalmente del original) pueda sugerir es una historia que esquiva los clichés despectivos a los que últimamente asociamos el clero (abuso infantil, educación sectaria, reivindicación del matrimonio “tradicional”…) para hablarnos de las duras consecuencias que pueden tener algunas actividades amparadas por el sello de “buena voluntad cristiana”. Y más aún: se trata de un relato cuyo propósito final acaba siendo desarticular la legitimidad del sagrado secreto de confesión.
Con una premisa divertida a la par que crítica, Los niños del cura arranca como una ágil gamberrada, exponiendo con elegancia una serie de situaciones de veracidad cuestionable pero fácilmente aceptables gracias a su efectiva condición cómica. Todo empieza como un simpático divertimento, con personajes tan entrañables como detestables, presentados mediante un lenguaje basado en la caricatura pero recurriendo igualmente a la contención. Gracias a todo ello contamos como mínimo con un primer acto competente y entretenido, que se sirve tanto de la comedia como de la denuncia, lo primero usado para quitar dramatismo a todo lo expuesto y lo segundo empleado para añadir algo de profundidad a lo que podría ser un mero pasatiempo. Las cosas se complican cuando los protagonistas empiezan a recoger los frutos de sus propios actos, momento en que el trabajo de Bresan parece dejar su condición genérica suspendida en el aire, sin llegar a encontrar el formato adecuado para abarcar los nuevos caminos abiertos. No se trata exactamente de un momento de “bajón”, sino más bien de un punto y aparte en la historia que no se atreve a mantener el tono cómico inicial ni tampoco a despojarse de él.
Pero en cualquier caso, estamos ante una película que jamás pierde de vista su tesis, gracias a lo cuál acabamos por abandonar la sala con la sensación de haber asistido a una interesante charla sobre valores y ética. Es decir, por una parte la reflexión de Bresan contiene suficiente interés como para merecer ser escuchada, y por otra, aun siendo cierto que en determinados momentos su película parece no estar segura de qué vestido ponerse, tampoco llega a rozar la ridiculez ni a perder su aire inicial de comedia crítica al mismo tiempo que desenfadada. De modo que en el peor de los casos estamos ante una película valiente y efectiva, que en sus mejores momentos nos hace pensar, en sus peores nos entretiene, y en los medianos nos divierte. En pocas palabras, ojalá el nivel de esta película sea lo peor que podamos encontrar cuando asistamos a futuras proyecciones.