El cine húngaro clásico, como casi todo el cine procedente de los países ubicados más allá del telón de acero, es un gran desconocido en España. Más allá de las recientes aportaciones de dos maestros incontestables como Miklós Jancsó o István Szabó, el cine magiar producido con anterioridad a los años setenta y ochenta ostenta sin duda el calificativo de maldito incluso entre los cinéfagos más hambrientos de cine oculto. De entre los innumerables clásicos que llevan impreso el sello del país centro-europeo, Los muchachos de la calle Pal es posiblemente la cinta de mayor calado clásico de entre todas aquellas que he tenido la oportunidad de visualizar, no solo por el hecho de ser una magnífica adaptación de una de las novelas más legendarias de la literatura juvenil (el relato homónimo escrito a principios del siglo XX por el magiar Ferenc Molnár que, para que se hagan una idea de su leyenda, en la calle Pal de Budapest se erigieron unas estatuas de bronce que se diseñaron como acto de conmemoración del centenario de la publicación del libro) sino que igualmente por la maravillosa ambientación de talante realista al más puro estilo de las grandes superproducciones de Hollywood situadas en los años 1900 (es innegable la similitud de decorados, colorido y fotografía que ostenta esta magnífica película con el vector infantil incrustado en esa obra magna del cine que es Erase una vez en América) que posee la cinta dirigida en 1969 por Zoltán Fábri.
La película cuenta con todas las cualidades de las que disfrutan las grandes producciones europeas: una maravillosa ambientación, una cuidada fotografía en color de tonos vivos e impresionistas, un espléndido guión firmado por el propio Fábri que lleva a la pantalla las letras escritas por Molnár de forma portentosa y sobre todo una milimétrica puesta en escena de carácter marcadamente alemán con ciertos toques expresionistas en la que todo está calculado con la precisión de un cirujano, lo cual contribuye a acrecentar el misticismo que brota de la propia historia literaria. Y es que Zoltán Fábri hace gala en Los muchachos de la calle Pal de ese virtuosismo tan característico de los grandes maestros del cine europeo que gozaron para su propio beneficio los grandes estudios americanos tras la marcha de los grandes talentos del Viejo Continente hacia tierras estadounidenses después de acontecer la ascensión del nazismo y el estallido de la II Guerra Mundial.
Uno de los grandes aciertos de Fábri es sin duda su apuesta por construir una película marcadamente personal a partir del excelente material de Molnár. Como todo buen amante de la literatura juvenil conoce, Los muchachos de la calle Pal narra la historia de dos pandillas enfrentadas por la posesión de un solar ubicado en la céntrica urbe de Budapest con objeto de convertirlo en su lugar de reunión y juegos. Las dos pandillas son claramente antagónicas: los chicos liderados por el inteligente y estratega Boka representan a la clase media húngara, responsable, ilustrada, patriota, conservadora y abnegada. Mientras la pandilla capitaneada por Ats representa a la revolución, la clase proletaria oprimida que lucha por cambiar el status quo de las cosas (descrito ese estado aletargado por la posesión del solar por parte de la banda de Boka), unos chicos de talante más primario y menos racional que visten uniforme rayado rojo y negro en contra de las elegantes vestimentas de los muchachos de la cuadrilla rival, los cuales tratarán de conquistar gracias a su fuerza y poderío físico el ansiado solar que ostentan sus infantes e inteligentes enemigos.
La película está narrada desde el universo puramente infantil, legando a los escasos adultos que asoman en pantalla un papel claramente secundario e irracional revirtiendo por tanto los papeles en la historia, ya que los adultos mostrarán un comportamiento más propio del universo infantil al exhibir personalidades irresponsables y cobardes (como si fueran meramente espectadores sin voz ni voto) mientras que al contrario los niños ostentarán caracteres extraídos notoriamente del cosmos adulto. La película (al igual que el libro) desprende una bella metáfora del absurdo de la conducta humana empeñada siempre en combatir y guerrear contra sus semejantes en detrimento del diálogo y la solidaridad. Esta alegoría es llevada con sumo gusto y belleza por Fábri, el cual nos hace ver que los seres humanos realmente somos niños con arrugas surcadas en nuestra piel por el paso del tiempo incapaces de comportarse de forma sensata y lógica desde el momento en que nos encaprichamos de las posesiones (tierras, designios políticos, dinero, amor, amistad….) que ostenta el grupo que posee aquello que anhelamos.
A pesar de que Fábri reparte de forma muy inteligente el peso de la trama para surtir de un espíritu coral a la historia ajena a protagonismos absolutos, si que es cierto que buena parte de la fábula descansa sobre los hombros del personaje más simpático de la misma, este es, el pequeño y débil Nemecsek, personaje perteneciente a la pandilla de Boka, que lucha denodadamente por alcanzar un rango superior al de soldado raso dentro de su ejército. A pesar de su aparente debilidad, el pequeño Nemecsek demostrará su gallardía al enfrentarse en solitario y sin miedo a los vigorosos reclutas de la pandilla de Ats aunque éstos le superen tanto en estatura como en musculatura. La osadía y la lealtad de la que hace gala el atrevido Nemecsek conquistará el respeto de sus enemigos así como la admiración de su general Boka. Sin embargo el castigo que su coraje le impone acabará demostrando tanto a unos como a otros la inutilidad de la guerra.
Uno de los puntos que más me emocionan y cautivan de esta obra maestra del cine es sin duda su soterrado carácter poético y lírico. Fábri consigue trazar una historia profundamente humana desde la sensibilidad más sugerente. De este modo, nos enseñará la decadencia del ser humano obcecado en guerrear por un tesoro decadente (un yermo solar), cuya inconsciencia acarreará consecuencias insalvables e imprevisibles. Con el mismo temple revelado en la novela, la cinta manifiesta una clara equivalencia de la sociedad europea previa a la declaración de la Primera Guerra Mundial: la caballerosidad manifestada entre los contrincantes, la amistad insoslayable entre los miembros del grupo, la traición presentada por el candidato rechazado a liderar el grupo (fantástico el dibujo del traidor chaquetero que no dudará en vender a sus amigos al ver que sus aspiraciones de liderazgo han sido derrotadas por la colectividad, figura esta la del oportunista felón que está de rabiosa actualidad en nuestros días en el mundo de la política), así como la inmolación desinteresada de la propia integridad en aras de alcanzar la victoria frente al enemigo.
La escena final de la batalla por el solar entre los dos bandos es sin duda una de las más bellas alegorías de la guerra jamás llevada a la pantalla. Los adultos que habitan los balcones de alrededor acuden como espectadores sedientos de sangre a observar la lucha fratricida esperando rapiñar la carroña generada por la lucha (fantástica alegoría de los empresarios de la guerra que nunca pierden independientemente del resultado de la misma). El ejército de Ats con su marcha marcial tratará de asaltar el fuerte basándose en su fuerza bruta, frente a la estrategia logística fundada en la táctica de guerra por la que opta el inteligente Boka para defender su posesión. Los lanzamientos de bolas de arena, las trampas de trincheras diseñadas por Boka, la dirección en la batalla por los generales desempeñada desde las alturas, y sobre todo los golpes sin sentido derramados por los intrépidos soldados de uno y otro bando, exhiben la sinrazón de las guerras ya sean estas dirigidas por niños con alma de adultos como por adultos con alma de niños. Y más cuando descubriremos al final de la obra, que el resultado final de la guerra no ha servido para nada, puesto que de ella nunca podrán salir vencedores, sino únicamente vencidos que no comprenden la realidad de la muerte que provoca el irreal juego de niños que es la guerra.
Los muchachos de la calle Pal es una obra imperecedera y majestuosa, germen de grandes relatos escritos con posterioridad como por ejemplo La guerra de los botones (obra literaria de la que existen también un par de adaptaciones al cine) y sin duda uno de los más poderosos clásicos de la cinematografía húngara gracias a la admirable agudeza de un maestro del cine de aquellas tierras que filmó una obra decadente, alegórica y lúcida con su ciudad como escenario, como fue el inigualable cineasta de Budapest Zoltán Fábri.
Todo modo de amor al cine.
En verdad es un film maravilloso.sólo lo vi una vez y jamas pude olvidar lo. Graxsss.
Una maravillosa pelicula para ser vista a los 10 años y luego volver a revisar su mensaje a lo largo de la vida.
Yo la vi en 1970 y marco mi vida con respecto a la paz y la consecuencia de los valores que se encarnan en una amistad honesta, entregada y sacrificada por los demás. Nunca la olvide y hoy con 60 años me emociona su mensaje. Gracias por el relato y su minucioso analisis. Saludos desde Santiago de Chile.
La vi hace décadas. Maravillosa. ¿se podrá encontrar?