La otra maternidad.
En la revisión de la institución familiar del cine contemporáneo se han dado propuestas que cuestionaban el significado de sus pilares fundamentales. Si bien la reciente Aftersun (Charlotte Wells 2022) puede interpretarse como una película sobre una hija que intenta reconectar desde la memoria con su padre desaparecido y la posibilidad de este por ofrecer una paternidad desde la ausencia absoluta, en Los hijos de otros, Rebecca Zlotowski, en el fondo, parece plantear algo parecido: la materialización de una maternidad carente de hijos.
La protagonista del filme es Rachel (Virginie Efira), una profesora de secundaria de cuarenta años que se enamora de Ali (Roschdy Zem), un hombre divorciado y con una hija de cuatro años, Leila. La convivencia entre los tres despierta en Rachel una estima muy especial hacia Leila, una proyección de su deseo por ser madre. El filme de Zlotowski se apoya en grandes hallazgos visuales —preciosa la imagen de Rachel, completamente enamorada, con las luces emborronadas de la Torre Eiffel de fondo, o el primer beso entre Ali y Rachel, elevando la cámara y rodándolo en plano cenital— e ideas de puesta en escena que evolucionan convenientemente a lo largo de la trama. La propuesta mantiene una sencillez que termina decantándose por una pobreza expresiva disimulada con una banda sonora reiterativa y molesta, por momentos, incluso innecesariamente grandilocuente. Sin embargo, de esta sencillez también surgen detalles escénicos interesantes que podrían pasar desapercibidos.
En Los hijos de otros, Zlotowski somete a su protagonista a una cotidianidad sin pausas, rodeándola de ruido y gente y atendiendo constantemente a reuniones o conversaciones que, capturados desde cierta distancia, muestra a siluetas difuminadas que pasan frente al objetivo y entrecortan la continuidad de la escena, destacando la fractura interior de Rachel, expresada, en un momento de crisis, con la imagen de unas puertas automáticas cerrándose frente a ella. La protagonista se introduce poco a poco en un contexto familiar menos ajetreado y la puesta en escena se vacía, apartado la estética abarrotada del inicio de la cinta. No obstante, con el proceso hacia la intimidad entre Rachel y Leila es entonces cuando cristaliza la ausencia de una hija real y la fractura interior de Rachel toma forma en una feminidad que ella entiende como incompleta debido a su imposibilidad por ser madre. En este sentido, en un fundido encadenado que podría verse como una horterada, la cineasta manifiesta —maravillosamente— el carácter fantasmático de la presencia maternal de Rachel diluyendo su propia materialidad dentro del plano con la imagen de una familia igualmente rota.
Finalmente, el vacío en la vida de Rachel no se comprende como un aspecto incompleto de su feminidad, sino como una nueva manera de aproximarse a una maternidad alternativa, marcada, justamente, por la imposibilidad de su realización.