Los excesos (Luna Carmoon)

El primer largometraje de la directora británica Luna Carmoon es una obra cuya soltura y capacidad para evocar reacciones viscerales en el espectador resulta en un debut inusualmente contundente y seguro de sí mismo. Su historia se ambienta en principio en el Londres de los 80 y trata la relación entre Maria, una niña de 7 años, y su madre, quien sufre un síndrome de acumulación compulsiva que la lleva a acaparar todos los restos brillantes que encuentra. Juntas, crean un mundo de juego y fantasía con sus propias reglas, apartado de lo que les rodea, y alcanzan una suerte de felicidad desde dicha marginalidad. Pero tras un accidente, Maria debe abandonar su hogar y mudarse con una madre de acogida. Diez años después, Maria es una adolescente usual, integrada en su entorno; sin embargo, la llegada a la casa de Michael, un antiguo huésped de su madre adoptiva, activará sus recuerdos reprimidos y el impulso de regresar a su vida anterior.

La energía desbocada de Los excesos, cuyo título en español es una traducción tan libre como un descriptor acertado de lo que vemos en pantalla, se anuncia ya desde su parte inicial con la estridencia de la relación entre madre e hija, resultando como poco llamativa; pero es la vorágine que llega después, la que de repente libera todo lo que su protagonista ha reprimido durante una década, lo que hace de esta una experiencia memorable. Michael, un hombre en sus cuarenta que, por algún motivo, sabe qué gatillos pulsar en Maria, transforma a la joven de la noche a la mañana y ambos terminan por vivir una suerte de idilio platónico entre gritos, juegos y desperdicios de basura, apartados ya por completo de la normalidad social y arrebatados en un ‹amour fou› siempre en el límite de la consumación. Estos elementos conforman una película inmersiva desde el extremo y la locura, que no teme a la provocación ni a la irreverencia; y, particularmente, es todo un viaje que llega a buen puerto gracias a la interpretación de Saura Lightfoot Leon, quien lleva a su Maria a terrenos de una visceralidad y magnetismo en pantalla increíbles. Es ella quien carga con el peso de la cinta, y su entrega absoluta a un personaje difícil de contener pero de gran lucimiento se convierte en su principal atractivo, algo no menor considerando lo estimulante que es, en muchos y variados aspectos, este primer largometraje de Carmoon.

Con estos elementos, y teniendo en cuenta su condición de debut, ya basta y sobra para poner en el mapa a una directora que parece atreverse con todo desde el principio, con una originalidad en la propuesta y un desparpajo en la puesta en escena innegables. Toda esta intensidad y amplitud de recursos choca, sin embargo, con la pregunta esencial que me viene a la cabeza cuando enfrío mi opinión sobre Los excesos: ¿Cuál es su razón de ser? Parecería que la película no debe justificarse a sí misma, porque su motivación es apelar a lo llamativo y dar rienda suelta al torrente de sensaciones intensas que viven y generan unos personajes enfrentados a la normalidad social; entendería este punto de vista, pero aún así me queda en todos sus aspectos la sensación de que la historia vaga sin un lugar claro al que quiera llegar, confiando en su fuerza emocional pero sin dotar de un significado elaborado a dichas emociones. La perspectiva sobre el trastorno de acumulación, la relación obsesiva y fetichista con la basura, lo que quiere decir la película sobre la marginalidad y los comportamientos que la sociedad cataloga como disfuncionales, las diferencias de edad y de perspectivas vitales entre Michael y Maria y el trasfondo de manipulación emocional; todas estas son ideas que creo que la obra sugiere en algún momento, pero todas ellas son también ramificaciones que no llegan a término, quedando un conjunto deshilachado, con mucho que decir pero poco consolidado.

Sin duda, Carmoon ha creado una experiencia cinematográfica de gran empaque y con miras muy altas, pero el suelo en el que se sostiene es, en mi opinión, muy inestable. Los excesos puede ser recomendable por sus numerosas virtudes y su atrevimiento general a resultar diferente, a provocar y a generar sensaciones fuertes e intensas en el espectador; del mismo modo, lo es para señalar la enorme descompensación que se produce cuando la energía que evoca y toda su sucesión inabarcable de ideas y planteamientos no parecen dirigidas a un fin concreto y debidamente reflexionado.

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