El término genérico comedia negra está cayendo en una banalización de su uso. O quizás el problema no está tanto en calificar una película como tal, sino que la radiografía que nos muestra ya no es una punzante hipérbole de la realidad, sino que esta ya se ha convertido en eso mismo: una sociedad absolutamente perversa, despiadada y grotesca de caricaturas humanas con perenne sonrisa entre cínica y desalmada. Así, hemos pasado de un género afilado como un bisturí a un uso desacomplejado de la brocha gorda. Y no, no es algo negativo en cuanto a recurso, es lo necesario en cuanto a cómo pintar con la mayor precisión posible un cuadro desolador.
Así, el debut de Pietro Castellitto tiene algo, esencialmente en su fragmentación coral narrativa y en su tristeza contextual, que se asocia inevitablemente al cine de Paolo Sorrentino. Pero donde este adopta una postura más distante en la ironía y más cercana en la ternura patética hacia sus personajes, Castellitto hace lo contrario. Su retrato no tiene piedad alguna, ni le interesa. Como bien indica el título de la película, Los Depredadores, sus personajes han perdido cualquier atisbo de decencia o de moralidad. Son como bestias en busca de carnaza, ya sea monetaria, materialista o ideológica. Incluso en su desenlace, donde el director parece ceder ante un impulso de humanidad escasa pero necesaria, acaba por mostrar una suerte de metacine con el fin de destruir cualquier esperanza, por vana que esta fuera.
Sí, y volviendo al concepto genérico del film, hay un tono que desde luego nos remite a la acidez de la negrura. No obstante, y a pesar de ciertos momentos hilarantes, estamos ante una película de gravedad absoluta. De alguna manera, el metraje se configura a sí mismo como la materia de la que están hechos los agujeros negros: como una sucesión de absurdos que a copia de esperpento acaban por hacer que cada personaje se hunda en su propia miseria. Ya sea ante sus deseos (casi siempre espurios o inanes) o ante su indiferencia, todos acaban por mostrar sus vergüenzas en una espiral descendente que, por desgracia, nunca tiene un fin. Como si cada acto vital tuviera que estar recubierto de una desvergüenza que, sin embargo, y a pesar del dolor que causa, no impide seguir adelante.
Los Depredadores no es más que una crónica social de entes marmóreos, atrapados y a la vez satisfechos en sus roles antiéticos. Ni tan siquiera podemos decir que su depredación tenga el sentido que se le otorga a los animales de dichas características. Es sencillamente un ‹modus vivendi› que no es natural, que se ha aprendido entorno a una configuración social donde, curiosamente, no existe la lucha de clases. Efectivamente, Castellitto iguala en imbecilidad y depravación a ricos, pobres, ancianos y jóvenes sin ninguna distinción más allá de lo que sus recursos les permiten. Con ello estamos una película que, si bien podría considerarse como esa comedia negra de la que hablábamos por su hilaridad momentánea, del mismo modo se podría percibir como uno de los films mas terroríficos y desasosegantes de los últimos tiempos.
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