Los demonios de barro es el primer largometraje del portugués Nuno Beato, que llega en un año particularmente fructífero para la todavía escasa animación portuguesa. Esta película es, además, el primer largometraje del país hecho casi enteramente en ‹stop-motion›, aunque una pequeña parte del metraje también utiliza un estilo 3D generado por ordenador, y lo cierto es que es un esfuerzo impresionante. Las secuencias iniciales, en este último estilo, tienen un aspecto muy chillón, con colores y sombreados que resaltan la artificialidad y la vacuidad de la vida en la ciudad, de los estímulos tecnológicos constantes y de la falta de emociones reales. En cambio, en cuanto la trama se sitúa en el pueblo pasamos al formato principal y la estética sirve para generar el efecto contrario: la inmediatez, lo sensorial, lo rústico y alejado de la burbuja de la tecnología; los paisajes y las texturas cobran especial importancia y se suceden los escenarios hermosos y detallados.
Es imposible reseñar otros aspectos de la cinta sin pararse a admirar el trabajo de animación utilizando dos estilos dispares. No solamente porque tiene un dominio técnico muy meritorio teniendo en cuenta que hay una industria modesta detrás, sino, y especialmente, porque su uso alternado resulta esencial para guiar las emociones del espectador. Efectivamente, ésta es una obra que trata de la disyuntiva entre la vida estresante y artificial de la ciudad y la experiencia auténtica, en lo bueno y en lo malo, de las zonas rurales; y la labor a nivel visual para convencernos de esto y para contrastar ambos mundos es inapelable. Lo que quiere decir con cada una de sus decisiones estéticas es cristalino y lo transmite con convicción.
Y puede que ahí tengamos un problema. A mí no me parece que la sutileza sea un valor necesariamente positivo ni preferible, pero es que Los demonios de barro no la tiene ni de casualidad. Lo que se ve es lo que hay: una mujer inmersa en una vida artificial y obsesionada con ascender en su carrera laboral se reencuentra con su nostalgia en el pueblo en el que creció y surge en ella un ansia de liberación y de vivir esa vida real. Decir que hemos visto esto un millón de veces sería exagerado, pero unos cuantos centenares seguro que sí. Así que no creo que le haga ningún favor a nivel de inmersión que cada mínima escena nos lo esté gritando a la cara, ya sea a través de su lenguaje visual o de unos diálogos que parecen moralejas transcritas.
Aparte, entramos en la cuestión del discurso. ¿Qué aporta esta película a todo ese subgénero de historias sobre la disyuntiva entre campo y ciudad? Refuerza su visión más recalcitrante, sin más. Demonizar la vida en la ciudad y sacralizar la vida en el campo, que con sus cosas buenas y sus cosas malas, es algo de verdad y por tanto siempre ofrece una recompensa emocional. Y sinceramente, a estas alturas, ya huele. Sobre todo en su cruzada anti-tecnológica: señalar la vacuidad de las relaciones sociales construidas y mantenidas a través de la tecnología de este modo me parece un mensaje de otro tiempo. No es un soplo de aire fresco que no tengas cobertura en el teléfono para hablar. No es un bonito ni liberador que se borren los registros que pudiste tomar de tus viajes porque tienes los recuerdos en tu mente. No me cabe en la cabeza encontrar esta serie de mensajes puestos aquí sin ningún atisbo de ironía. Le podemos meter muchísima caña a la capacidad de la tecnología de aislarnos en burbujas sin olvidar la capacidad de la tecnología de conectar y transmitir las emociones cotidianas y sin quitarle validez a las relaciones que se establecen a través de ella.
Lo cierto es que, pese a su muy bella e impresionante factura técnica, el mensaje que quiere transmitir Beato con Los demonios de barro me ha chirriado en más de una ocasión porque creo que plantear una disyuntiva así, con esa radicalidad, hoy en día no tiene razón de ser. Con esto no quiero decir que no haya un montón de elementos interesantes a nivel narrativo. En particular creo que es muy sugerente la idea de que la protagonista tenga que lidiar con las cosas terribles que hizo su abuelo y aprender a gestionar mejor sus emociones para reparar el daño y ganarse la confianza de los demás; también me gusta mucho el juego que tiene esta cinta con los elementos fantásticos, que realzan de una manera elocuente los miedos, el estrés y gradualmente también la liberación al encontrar las respuestas que busca. Y por ello desearía ver estas ideas desarrolladas en su propio espacio, porque cuando asoman y toman el protagonismo aquí la obra se vuelve más atractiva, pero dentro del marco disyuntivo mencionado se quedan bastante deslucidos.