Un joven de origen marroquí se calienta antes de salir a la lona. Comienza su combate. Entre el público asistente se halla Pablo, el doctor que supervisa la evolución de Fátima, la madre del joven boxeador. Al día siguiente el médico irá con Gema, compañera y enfermera del mismo hospital en el que trabajan sus casos. Ambos forman parte de un grupo sanitario que asiste, vigila, ofrece apoyo en sus domicilios a varias personas que han recibido un diagnóstico crítico sobre alguna enfermedad terminal. Su labor son los cuidados paliativos de sus pacientes. Nada más y por supuesto, nada menos.
Todo lo que se pueda redactar en estas líneas carece de toda relevancia respecto a la importancia del trabajo que realizan los protagonistas del film: Pablo Iglesias, Gema, Celia y demás personal sanitario de hospitales como el Doce de Octubre, La Paz o cualquiera de los que todavía existen en todo el país. Centros y clínicas que se mantienen gracias a unos profesionales volcados en sus pacientes. Parece inevitable pero el tópico ya está servido en este segundo párrafo del texto, aunque sea lógico porque si ya es complicado ver historias que se acerquen a enfermedades como el cáncer, los enfisemas o cualquier otro padecimiento degenerativo que resulta tan extendido entre la población española, mucho más difícil es asistir a un documental que se centra en la gente que acompaña a estos enfermos, tanto los familiares como los sanitarios. La situación actual de la sanidad pública después de recortes gubernativos y otras maniobras institucionales dificulta más la objetividad a la hora de abordar el tema. Y sin embargo, Los demás días consigue sortear estos obstáculos y algunos añadidos como un trailer propio de un telefilme, que no le hace justicia de ninguna manera a la sensibilidad y acierto con que Carlos Agulló lleva a cabo su segundo largometraje, el primero en solitario después de Plot for peace: Complot para la paz. Si allí recurría —junto a Mandy Jacobson— a los códigos del cine de espías o a los resortes del suspense, para narrar el papel crucial de un empresario francés en la eliminación del apartheid en Sudáfrica —sin cuestionar demasiado el papel de los negocios multinacionales en África ni los intereses de las grandes potencias—, era un ejemplo de su capacidad como narrador, seguramente cimentada en su experiencia como montador de films para otros cineastas.
En su nueva cinta, el director y guionista recurre a una narrativa directa, de planos al corte y algunas transiciones para separar el desarrollo de las secuencias. De golpe ya nos introducimos en una presentación de personajes que va desde una parte pequeña de la totalidad, con ese boxeador que no es el enfermo, sino su madre. De este modo ya conocemos a personas luchadoras, sea en el ring, en la oficina del hospital o en la cama en la que yacen. Después de esta introducción casi metafórica, el juego de metonimias y otras figuras estilísticas es desechado para comenzar un relato más acorde a un cine de talante francés, volcado en las proezas diarias de un grupo de profesionales que llevan su día a día de la mejor manera posible. Con un par de secuencias en las que Pablo Iglesias ofrece una clase a sus alumnas en un aula, se postula como protagonista indiscutible pero no de una forma prepotente, sino como guía y conductor del resto de personajes, pacientes y compañeros de trabajo que aparecen a lo largo del metraje. Por medio de sus visitas a los enfermos, conversaciones y viajes en el coche, se consigue un microcosmos en el que suceden con naturalidad distintos casos, con situaciones económicas y relaciones personales diferentes. Siempre con el acierto de tratarlas por igual, sin preponderancia de unos afectados sobre otros, atento a cada familia y cada persona. Con secuencias evocativas como las de Ángela en la playa. Los hijos de José María con su madre visitando Portugal. O los recuerdos de Carmela como profesora y María sobre el abandono del hogar de su padre, cuando era niña. Incluso estas situaciones se ofrecen sin incursiones fuera de lugar ni pornografía del dolor ajeno. El documental funciona perfectamente como una observación certera, emocional sobre las dolencias y la manera de mejorar esas vidas, con la consistencia de muchas horas grabadas que se habrán quedado en la sala de edición. A favor del dinamismo de una buena ficción sobre un grupo de profesionales.
El director manifiesta buen oído al recurrir a música diegética, dentro de la escena, con la canción que toca a la guitarra el doctor en la soledad de su casa. Algunas piezas al piano ejecutadas por la mujer de Juan, uno de los pacientes. O la canción que escucha en un reproductor de CDs la hermana de Carmela, a petición de ella. Este modo de incluir varias composiciones reduce el chantaje emotivo de la música y acrecienta el respeto hacia las personas reales que aparecen en la pantalla.
Parece mentira que después de ver un film recordemos la mayoría de los nombres de sus protagonistas, sin necesidad de textos de apoyo o sobreimpresiones que identifiquen a los que participan. Que hayamos asistido a parte de su realidad sin la sensación de intromisión en momentos tan delicados y de sinceridad desgarradora. Que tengamos la oportunidad de seguir viviendo, porque como dicen los implicados, moriremos algún día pero los demás días no.
Quiero hacer una mención a este documental que sin entrar en lo duro del tema, refleja muy bien los aspectos humanos del proceso del final de la vida en estas ocasiones tan especiales.
Refleja muy bien el estado del enfermo, la familia y el personal que como Pablo y Gema y muchos otros…que ayudan en esta dura transición…..hay muchos Pablos en el personal sanitario, pero los que hayan tenido la suerte de dar con él deben sentirse unos privilegiados.
Película muy coral y estupenda…al director aunque detrás de la cámara….cómo que se le veía también.
Un placer totalmente recomendable
Disculpas por la tardanza en responder, pero en efecto cuida perfectamente todos esos detalles y muestra con acierto y veracidad todo ese entorno de cuidadores. Un saludo.