Los conspiradores del placer (1996) es posiblemente la obra más aguda de Jan Švankmajer, artista plástico, escultor, marionetista, coleccionista y cineasta surrealista con una obra insólita, poética y oscuramente profunda. Desde su primer cortometraje The Last Trick (1964) hasta Surviving Life (2010) no sólo encontramos un estilo y una preocupación plástica única, sino que toda la narrativa que utiliza es de un nivel de abstracción no menos que admirable. En el cortometraje Dimensiones del Diálogo (1982), por ejemplo, vemos una representación en «stop motion» de lo que pareciera ser la historia del diálogo y por ende la historia del pensamiento. No sólo habla acerca de la evolución del acto de pensar, sino que hace referencia a procesos culturales que intervienen en dicha evolución. Este impulso casi biológico de aproximarnos al debate como a un campo de batalla: para perder o para ganar.
La filmografía de Švankmajer se mueve en un espacio onírico en el que la arcilla y la carne se funden para intentar establecer un retrato de los misterios del inconsciente. En Conspiradores del placer, Švankmajer prende una antorcha en la extraña intimidad de seis personajes sin nombre que maquinan lentamente sus distintos detonantes de placer. La primera imagen de la película es de la industria pornográfica, pero aunque todos los placeres retratados sean claros impulsos sexuales, este no es el tipo de placer —explícito, ordinario, industrializado— que llama la atención de Švankmajer, llamado también “el alquimista de las obsesiones”. La película prefiere responder a las oscuras y atípicas manías que maceran la identidad de los seis protagonistas. Estas inquietudes conforman una suerte de esqueleto narrativo en toda la obra del cineasta checo, quien considera que la verdadera identidad recae en las expresiones de nuestro inconsciente. ‹Siempre he querido hacer una película en la que el sueño se mezcle con la realidad, y viceversa. Como Georg Christoph Lichtenberg nos dice, sólo la fusión de sueño y realidad puede hacer que la vida humana esté completa. Por desgracia, nuestra civilización no tiene tiempo para los sueños. No hay dinero en ellos›. No nos debe sorprender que en los créditos de Conspiradores del placer encontremos a Sigmund Freud, Luis Buñuel, Max Ernst y Leopold Sacher-Masoch.
La libertad, es por ende, otra de sus preocupaciones esenciales. La posibilidad de forjar una identidad nuestra, que se deba a nosotros y a nadie más; desligada de los abrumadores parámetros morales que la regulan. En Conspiradores del placer una mujer se dedica a hacer perfectas bolas de masa de pan, para posteriormente esnifarlas y perderse en un universo alucinógeno. Un hombre que no sale de su casa se obsesiona con una conductora de noticias matutinas y se embarca en la realización de un robot con cuatro brazos humanos que lo abrazan mientras el rostro de su amada informa a los televidentes acerca de las catástrofes de la semana. Un personaje se disfraza de gallo para poder volar y asesinar mujeres que nunca estuvieron vivas. Una mujer se obsesiona con el llanto constante y con el rechazo de su esposo, quien a su vez se obsesiona con el encierro y la estimulación del tacto a través de pieles y latex robados. Švankmajer muestra sin recelo el placer como una noción deformable, sin bases prefabricadas; repletas de fetichismo, subversión, juegos de poder, muerte, dolor y culpabilidad. Todos los caminos que nos acercan al deleite.
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