Victoria Spick es una abogada con despacho propio, inteligente, autónoma, divorciada, a cargo de sus dos hijas. Cuando se compromete en la defensa de su amigo Vincent, un soltero acusado por su pareja de apuñalarla en una boda en la que todos están presentes, incluso el dálmata de la mujer agredida. Las pruebas son confusas y las circunstancias personales de Victoria se complican con Sam, un joven conocido, antiguo camello sin blanca, que comienza a vivir en el apartamento para cuidar de las niñas y trabajar como criado. Esto, unido al relato que escribe David, el ex-marido, un blog con una historia demasiado parecida a la vida laboral de la letrada para que sea una invención.
Es probable que para no repetir el nombre de la protagonista en el título, el mismo que otro film alemán del 2015. O bien la imposibilidad por derechos de exhibición, aquella que reseñó acertadamente Alex P. Lascort en su crónica del Festival D’A 2017 se estrena ahora con el añadido de Los casos de Victoria. Frente a la extrañeza por incluir un film con vocación claramente comercial, antes que una obra de autora, dentro de los parámetros de un festival más artístico como aquél, con la llegada a las salas de cine es cuando podemos comprobar la validez del segundo largometraje de su directora y coguionista, Justine Triet.
La cinta juega al envoltorio de la comedia como género base, aunque mezclado con varias vertientes. La costumbrista que define una época y coyunturas de actualidad, enmarcados en la generación de treintañeros a punto de llegar a los cuarenta años. La de intriga que se refuerza por la profesión judicial de la mujer protagonista, una abogada especializada en procesos penales. Tal vez cierto tono romántico por la relación entre Sam y Victoria, con diferencia de edad incluida. Esta falta de concreción genérica resulta un poco extraña al inicio pero se desarrolla acorde al ritmo del film, dinámico, capaz de comunicar esas subtramas aunque siempre se halle presente o latente la mujer del título.
Los casos de Victoria fue uno de los éxitos cinematográficos franceses el año 2016, funcionando en taquilla y nominaciones a los premios de su industria, un buen refuerzo económico para la producción. Antes de saber si funciona de la misma manera en otros países europeos, se pueden enumerar las mejores virtudes de la película, más interesante de lo que propone su envoltorio promocional. Porque más de tres décadas después, se logra la sensación de ver una obra que no hubiera desentonado en la época más fructífera de Rohmer, Chabrol y otros cineastas contemporáneos. Con una narración marcada por la dinámica de los encuentros, diálogos y comportamientos de los personajes, ajena a cierto histerismo posterior de la comedia loca francesa que se difunde con Los visitantes desde los años noventa. La presentación audiovisual se aloja en el plano y contraplano, sumados a los encuadres generales que se intercalan como planos de situación. Más curiosos los que se toman en picado con zoom rápido hacia la protagonista cuando camina por la calle, la estación de tren y otros escenarios, punteados por un tema musical juguetón. Inertes e impersonales en el caso repetido de la fachada de los juzgados. Junto a ese principio que demora casi diez minutos la aparición del título sobreimpresionado del film, así como los nombres del elenco y equipo principal durante la boda, recuerda una forma de rodar, editar y narrar más propia de finales de los setenta y años ochenta. Más calmada pero con buen ritmo.
Y es que la narración no afloja su progresión en ningún momento, aunque sea a costa de unos personajes masculinos torpes, aunque entrañables en su mayoría. Se echa de menos haber desarrollado algo más el carácter de la compañera que defiende a Victoria, un poco excéntrica, divertida. Pero la maestra de la función es Virginie Efira, una actriz que ha ido despuntando hacia su estrellato actual, en lo que va de lustro. Un recambio a otras divas galas anteriores, de fotogenia común pero deslumbrante, presencia tan tranquila como fuerte, capacidad dramática sin temor a reírse de sí misma. Con un personaje que parece regalado para su lucimiento y al que saca todo su provecho.
Triet lleva con mano firme, sin que decaiga la dinámica del film salvo en la parte central que estira un poco la prescindible, por momentos, relación amorosa. Crea un retrato femenino atractivo, fuerte, sin necesidad de coartadas sociales que lo expliquen, con una naturalidad que no se ve tanto en las pantallas. Logra un tono humorístico que no necesita el gag visual porque se apoya más en la gracia de los diálogos y los contrastes entre personajes, pero que no elude secuencias cercanas al absurdo como las de las declaraciones del perro y un chimpancé entre los testigos del juicio. Por supuesto que Los casos de Victoria supone un trabajo comercial competente y digno entre tanto cine comercial vacuo, antes que en un festival de más talante experimental y artístico.