Los caballeros blancos (Joachim Lafosse)

Los voluntarios de Move for children, una ONG que tiene por objetivo localizar a niños huérfanos en los países del África negra para que familias francesas los adopten, se encuentran en Chad. Allí pretenden seguir cumpliendo con su labor ante el claro rechazo que despiertan entre las autoridades del país, los contingentes europeos desplazados allí e incluso algunos ciudadanos que pretenden aprovecharse de la situación para rascar algo en beneficio propio. Completando la expedición se encuentra una reportera, cuyo objetivo es dar a conocer la labor de la ONG y, especialmente, las dificultades que año tras año y sin un final claro atraviesan la gran mayoría de habitantes de estos países.

Idéntica misión que esta periodista parece tener Joachim Lafosse, cineasta belga muy reconocido en los circuitos festivaleros gracias a cintas como Propiedad privada o Perder la razón y que con su penúltima película Los caballeros blancos se llevó la Concha de Plata al mejor director del pasado Festival de San Sebastián. Un currículum a tener en cuenta y que parece autorizar su credibilidad para embarcarse a narrar esta historia sobre África, un objetivo que no es nada sencillo por la frágil línea que separa lo burdamente emotivo de lo fríamente creíble.

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Por momentos, Los caballeros blancos da la sensación de situarse en esa segunda franja. Enfocando la cámara hacia las áridas tierras de Chad como si fuese una pieza de no ficción, Lafosse quiere huir de sentimentalismos de baratillo para afrontar lo que verdaderamente se cuece en estas naciones: corrupción, guerra y, por encima de todo, una inmensa pobreza que lleva a las personas a actuar más allá de consideraciones morales (como la de esa madre que llega a ofrecer su hijo a los voluntarios). Aunque los protagonistas están definidos con claridad y existen varios minutos dedicados a filmar las relaciones que entre ellos se establecen, pocas veces el director belga se retira de esa línea aséptica.

El problema de Los caballeros blancos no se encuentra por tanto en su concepción, ya que la película está planificada con unas intenciones tan claras como loables. Donde Lafosse no termina de convencer es a la hora de trasladar todo eso a la acción. El ritmo de la película es demasiado tendido, pudiendo provocar tedio incluso en los que teníamos ciertas ganas de contemplar lo que esta obra podía dar de sí. Algunas escenas parecen repetirse sin que lleguemos a comprender qué es lo que se nos quiere transmitir más allá de lo que ya anunciaba el comienzo de la película. Pese a que las diferencias con un film como Timbuktu son demasiado grandes en estilo y puesta en escena como para establecer una comparación, es cierto que la cinta belga deja un regusto a película documental muy similar al que ya probamos en el multipremiado trabajo de Sissako, por lo que puede ser una buena piedra de toque para que algunos adivinen si Los caballeros blancos puede ser o no de su agrado.

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Como película que trata de mostrar la realidad de Chad, Los caballeros blancos arroja un resultado más que notable. Como obra cinematográfica en sí misma, deja varias cosas por mejorar. El peligro de aproximarse a una óptica realista sin entrar en el terreno de la no ficción es que el voluntario descuido por no dramatizar en exceso a los personajes termine contagiando al resto de la película, provocando que en los créditos finales el espectador sienta indiferencia ante lo que ha visto. Eso es exactamente lo que condena a la obra de Lafosse, que no maneja con el tino necesario las buenas herramientas de las que disponía (las historias de la periodista o del timador nativo podían dar bastante juego), induciendo a un desapego emocional no planificado.

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