Los asesinos de la luna de miel tiene todos los ingredientes para ser considerada una película de culto. Es el único trabajo como director de cine de Leonard Kastle, un compositor de ópera que aquí cambió de tercio y que posteriormente se desentendió del cine. La comenzó a dirigir un joven Martin Scorsese, para finalmente caer en manos de Kastle (autor también del guión). El resultado fue una obra de bajo presupuesto con escasez de medios, al margen de algunos de los patrones del cine convencional, con un elevado grado de impacto en lo que cuenta. Esta inquietante historia real, basada en noticias de prensa e informes judiciales, fue destinada en su ‹premiere› en su país a los lugares marginales habituales del ‹exploitation›, mientras que en Europa fue conocida por los elogios que recibió por parte de Truffaut y Antonioni, dos de los más prestigiosos e influyentes directores de cine del viejo continente de aquella época, que ayudaron a divulgarla. En otros países tuvo menos suerte y su estreno se prohibió de manera tajante.
La cinta nos presenta a dos personajes: Martha, jefa de enfermeras del Hospital de Mobile en Alabama, con sobrepeso, soltera y una falta de cariño más que evidente. Ray es un inmigrante de origen hispano, el típico ‹gigoló› que utiliza agencias para citarse con mujeres, aprovechando la situación para robarles. La pareja se conoce gracias a una broma de la mujer que cuida de su madre. La chica se enamora de Ray, pero él no está muy por la labor; tras el engaño inicial, ambos se unirán para escoger a sus víctimas, mujeres solteras y viudas, a las que Ray seduce en primera instancia, haciéndoles creer que se va a casar con ellas, para matarlas posteriormente de forma macabra. Martha, que se hace pasar por su hermana, tendrá que hacer grandes esfuerzos para aguantar los celos y vigilar que su amado no cometa el acto sexual con sus futuras víctimas.
La pareja de psicópatas siempre acaba mostrando el lado oscuro del ser humano en unos crímenes que van aumentando paulatinamente en crueldad y brutalidad. No obstante, lo más interesante de la historia se halla en el enamoramiento apasionado y obsesivo por parte de la chica hacia Ray, un crápula que a simple vista no parece merecer la más mínima atención, pero que a los ojos de ella es un autentico héroe por sacarla de esa vida vacía y hastiada que llevaba antes de conocerlo. A pesar de ser unos seres despreciables, gracias al tono cómico de esa luctuosa relación y a la cursilería de las víctimas, la pareja protagonista crea cierta empatía, provocando en el espectador una oscura sensación que le hace replantearse su estatus como persona de bien.
Filmada con un marcado estilo documental en blanco y negro, desprovisto de luces artificiales, su fotografía y sonido no pasarán a los anales de la historia del celuloide, con algunos errores técnicos y de montaje. Pese a ello, el relato sale airoso gracias al hiperrealismo y la crueldad de lo que se nos muestra en pantalla, o lo que se intuye en unos acertados fuera de campo. La historia está contada de una manera fría, seca y directa, en una sugerente mezcla de serie B y ‹cinema verité›.
Para este tipo de cine tan impregnado de realismo, el acompañamiento musical se antoja innecesario, y en este caso en particular chirría en algunos momentos remarcando exageradamente las situaciones de mayor tensión. La cinta peca en exceso de centrarse de manera episódica en los crímenes, con una gran sensación de reiteración; se limita a narrarnos los acontecimientos sin apenas darnos señales que nos ayuden a conocer algo más de estos siniestros personajes, olvidándose de incidir en si hubo alguna investigación policial en ciernes ante la desaparición de tan elevada cantidad de mujeres. Tampoco tiene demasiado sentido el recurso bastante chapucero que hace del ‹flashback› para enseñarnos los traumas de la obesa. Pese a estos aspectos negativos que la convierten en una película imperfecta, sigue teniendo un encanto especial tras más de cuarenta años desde su estreno (fue rodada en 1969).
Su premisa nos remite inevitablemente a Charles Chaplin y su Monsier Verdoux, donde un seductor con doble identidad se dedicaba a casarse con viudas ricas a las que posteriormente asesinaba para quedarse con su fortuna; aunque en la cinta de Chaplin el psicópata se trabajaba a sus víctimas en solitario. Años después, la francesa El trío infernal, protagonizada por Michel Piccoli, tocaba temas parecidos con un tratamiento diferente: un abogado y dos hermanas se aprovechaban de personas adineradas para quedarse con todos sus bienes y después deshacerse de ellos.
La obra que hoy nos ocupa dio lugar a dos ‹remakes›, aunque Profundo carmesí de Arturo Ripstein no deba considerarse realmente como tal, pues cambia de ubicación geográfica y aporta el enfoque tan característico del director mejicano; su coctel de sordidez y humor negro le imprime una personalidad propia, desmarcándose del original. Corazones solitarios, el ‹remake› propiamente dicho dirigido por Todd Robinson, se centra en la investigación policial antes que en la detallada presentación de los espeluznantes actos de la criminal pareja de amantes que caracteriza al original.
El seco, hiperrealista y dilatadísimo asesinato de la anciana es una de las mejores escenas de HORROR que recuerdo. Una de mis películas independientes favoritas, y una película que Grandine necesita claramente revisar :p