Si bien el de Pupi Avati ha constituido uno de esos nombres estrechamente ligados al cine de género gracias a una pieza capital de la cinematografía italiana como La casa de las ventanas que ríen y, en menor medida, títulos tales como Zeder o L’arcano incantatore, su periplo ha resultado siempre tan irregular como plagado de géneros de toda índole, aunque quepa destacar que nunca ha dejado de estar vinculado al cine de terror, ni en los últimos tiempos, donde se ha ido desquitando con algunas obras menores entre las que encontramos Il nascondiglio y la más reciente Il signor Diavolo. Es por ese trazo dispar que ha ido tiñendo su carrera, por lo que no sorprende ver cómo los primeros minutos de su nuevo largometraje, esta L’orto americano que nos ocupa, se dirige a terrenos no tan conectados con el horror que daría resonancia a su carrera, siendo quizá ese deje melodramático que reposa inicialmente en las notas de la partitura de Stefano Arnaldi —con una banda sonora algo enfática y demasiado empeñada en subrayar la naturaleza del film a cada momento— aquello que más puede llegar a extrañar.
El transalpino nos presenta en dicho acto inicial al personaje central, un escritor adolescente, y la obsesión que desarrollará tras una nimia secuencia en la que conocerá a una joven enfermera norteamericana, instante que vertebrará a partir de entonces, y cuando tras una casualidad —puede que un tanto rebuscada a nivel de guión— conozca a la madre de dicha muchacha, el periplo de Lui, emprendiendo una búsqueda que entronca a la perfección con algunas de las inquietudes que irá mostrando el relato.
El contexto en ese sentido se antoja indispensable al recoger tanto un desconcierto como el procedente trastorno que se derivará de este, haciendo del viaje de Lui un mosaico desde el que comprender los distintos vericuetos del relato; pudiendo, pues, parecer que en ocasiones Avati se pierde en los confines de una historia que establecerá múltiples nexos a partir del objetivo del protagonista, lo cierto es que todo guarda un sentido específico en el reflejo del miedo y la locura que supuran de tanto en tanto a través de la narración, enlazando con una conclusión que, pudiendo resultar abierta y ciertamente confusa, termina dotando de una certera cohesión al conjunto.
No obstante, dicho retrato —que se despliega ante todo mediante la historia de esos dos hermanos, uno de ellos sospechoso de los asesinatos de tres muchachas que parecen aproximar a Lui a su meta— se aleja en parte de la intriga, con constantes cercanas horror gótico —realzado por la banda sonora, el empleo de escenarios muy concretos como ese patio trasero y un par de secuencias próximas a una irrealidad patente—, que guía al joven escritor, desapegada de una realidad que surca cada esquina.
Es probable que L’orto americano deje dudas comprensibles en alguna de sus facetas: su fotografía —en especial, en exteriores— no siempre evoca aquello que determinados pasajes del film sí insinúan, el relato co-escrito por Avati junto a su hijo Tommaso (un ya habitual en esas tareas) requiere alguna que otra concesión por parte del espectador, y la mixtura que realiza se antoja en ocasiones un tanto insólita, incluso disonante; pero lo cierto es que el ya veterano cineasta es capaz de engarzar una ‹rara avis› con dosis complementarias de talento y una narrativa decidida cuyo tramo final, por si fuera poco, otorga alicientes suficientes como para comprender que estamos ante algo más que una rutinaria pieza de género.
Larga vida a la nueva carne.