De afección, rencor, olvido y recuerdo. L’Ofrena propone hacer del mundo adulto una esquiva red de sentimientos a cuál más básico, teniendo en cuenta la rotura emocional de sus personajes y su afán por superar sus traumas. Situando la acción entre el pasado y el presente, se nos muestra la vida de dos personas, Jan y Violeta, quienes fueron novios en su adolescencia y que, tras la huida de este sin dejar nada más que una nota, perdieron el contacto definitivamente. Pero Jan se obsesionó a partir del abandono y comenzó a espiar a Violeta durante años, intentando pensar la manera de obtener el perdón y así poder estar en paz.
Ventura Durall dirige los personajes entre dos mundos divididos y muy diferentes; por un lado, la idílica y pasional época estival que enlazará a los dos amantes en una noche en la playa para después terminar su noviazgo en un río paradisíaco. Por otro, la cómoda y no menos fría capital moderna, con sus chalets en el extrarradio y pisos en rascacielos. Aquí es donde comenzará el relato (a veces potente, otras previsible) que jugará con las personalidades de cada uno de los cuatro personajes principales —Jan, Violeta y sus respectivas parejas—, desnudando sus miedos y adicciones más ocultas al tiempo que desata otras. Las disputas, los golpes y el sexo como explosión y también huida serán los ejes centrales de las relaciones establecidas en la película, así como la ausencia de pudor o moral. Situaciones maquinadas para que sobrepasen el chantaje o los celos e intentar conseguir un drama realista.
L’Ofrena es una película perversa, a ratos misteriosa y muy libidinosa. Desde la primera escena en la que Rita, la actual novia de Jan, actúa como actriz porno vía webcam hasta la escena final donde tiene lugar un apasionado y desesperado coito, lloverán los acercamientos sexuales al cuerpo físico. Ya sea como arraigo del instinto o como supresión del mismo, la desnudez sexual será la clave de la liberación o de la condena. Durall construye un relato a dos bandas que transita entre el pasado y el presente y explora la memoria física que se impone a la racional. Recuerdos amargos y felices conversarán bajo la mirada de una cámara ‹voyeurista› y de seca aproximación. Un extraño y también dudoso equilibrio entre la inestabilidad y el pulso acompañará a los personajes en su desmoronamiento mientras Jan, taciturno y melancólico, esperará paciente el momento adecuado para pedir perdón.