Lo que nadie sabe es de esas menudas piezas en el ámbito del thriller que surgen cada temporada y pasan desapercibidas, pero tras la cual se esconde uno de esos interesantes títulos dispuestos a jugar sus bazas sin por ello tener que rendirse ante la evidencia de un relato que no es sino uno de esos granitos de arena sin la capacidad suficiente para profundizar en los temas que toca (en ocasiones de soslayo, en ocasiones con más acierto), pero sabiendo siempre enarbolar el propio drama personal del personaje dentro de un marco en el que, de otro modo, quizá no hubiese cabido.
Dirigida por Søren Kragh-Jacobsen, más conocido por haber co-dirigido una de las cintas dogma más reconocidas junto a Anders Thomas Jensen, Mifune, el danés atina dejando cierto espacio para desarrollar en cierto modo ese drama familiar que no deja de ser otra pieza de encaje para ir enarbolando el tema central del film.
Tras un prólogo que empieza sosteniendo una intriga que no perdurará en exceso, Kragh-Jacobsen arranca presentándonos a una pareja separada con una hija adolescente. Él, escritor y animador infantil, parece no haber encajado del mejor de los modos el abandono por parte de su mujer, lo que genera en cierto modo conflictos en la estructura de esa familia compuesta por una madre, una hermana y un padre ya fallecido, que a la postre resultará otra de las fichas esenciales en el tablero.
La desaparición y posterior muerte de la hermana del protagonista, desatará una serie de consecuencias que le llevarán a investigar un caso de lo más inusual, y a ahondar en antiguos (o no tanto) estigmas de la vida tanto de su difunto padre como de algún que otro compañero todavía en activo.
Con una temática que circula entorno a la vigilancia hacía la sociedad por parte de los entes gubernamentales en los países nórdicos, y que se va destapando a raíz de elementos que el cineasta distribuye con mucho pulso e intención (ese debate radiofónico, los documentos encontrados, y más adelante algún que otro diálogo), Lo que nadie sabe pronto encuentra en esa trama una de sus principales herramientas y el filón central para desarrollar un discurso que, de la mano de Kragh-Jacobsen, se siente realzado, y es que el empleo por parte del danés de recursos tan sencillos como planos (que en ocasiones bien podrían ser subjetivos) o cámaras de vigilancia dotan de un ambiente más bien inquietante a la obra.
Todo ello, unido al hallazgo de una ex-novia de su hermana llamada Ursula en el entierro por parte del protagonista, y a los avisos cada vez más crecientes de un misterioso y contundente tipo, crearán una sensación de desequilibrio en Thomas, el obstinado eje empeñado en desenmarañar los secretos entorno a la muerte de su hermana.
Aunque Lo que nadie sabe mostrará bien pronto sus cartas y el espectador conocerá de antemano que aquí la paranoia no influye de ningún modo en las decisiones tomadas por Thomas, el director de Mifune sabe jugar con lo elemental de su thriller para construir uno de esos adictivos pasatiempos que, aun y rindiéndose a recursos evidentes o típicos (esa banda sonora, el montaje en algunas secuencias), funciona como lo que se supone debe ser.
El hecho de que a la cabeza se sitúen dos valores en alza como Anders W. Berthelsen (que ya trabajara en Mifune, y al que hemos visto recientemente en Noche de vino y copas) y Maria Bonnevie (más conocida por su papel en Reconstruction de Boe o por protagonizar I Am Dina de Bornedal), otorga el empaque suficiente a una de esas propuestas que, sin situarse entre los mejores títulos del thriller nórdico de los últimos tiempos (hecho harto difícil, todo sea dicho, en especial habiendo ahí muestras como Just Another Love Story o la reciente Call Girl), bien merece rescatar de un injusto olvido pese a situarse un peldaño por encima de la media.
Larga vida a la nueva carne.