Lo que el día debe a la noche me recuerda enormemente a Hijos de la medianoche por dos razones muy concretas. La primera no es otra que el hecho de que los dos trabajos comparten un formato argumental muy determinado. Para concretar, digamos que me refiero a tres aspectos muy llamativos presentes en ambas películas y que ya han sido utilizados en incontables ocasiones. El primero es que los dos trabajos plantean una historia de amor contextualizada en una delicada época de transición en donde la violencia y el choque racial hirieron profundamente las vidas de una generación. El segundo es que tanto el trabajo de Deppa Mehta como el de Alexandre Arcady centran toda su atención en el transcurrir del tiempo en lugar de centrarse en un momento determinado para desarrollar una anécdota concreta. Es decir, los dos filmes buscan transmitir de algún modo esta visión del tiempo como una apisonadora intangible que pasa por encima de nuestras experiencias, dejando tras de sí un camino aplanado en donde quedan petrificados nuestros recuerdos, al que solemos llamar nostalgia. Algo que nos conduce irremediablemente al tercer aspecto: hablamos de películas de larga duracion.
La segunda razón por la que Lo que el día debe a la noche me recuerda enormemente a Hijos de la media noche es que, al mismo tiempo que ambas piezas son películas de formatos muy similares, estas también comparten sus defectos, solo que de forma invertida. Me explico. Si en el caso de Hijos de la medianoche nos encontramos ante una película cuya genialidad se desplegaba con admirable elegancia en su inicio pero que iba decayendo en el transcurrir del metraje, en Lo que el día debe a la noche descubrimos un film que al principio parece artificioso (sobretodo por el abusivo uso de la música) pero que poco a poco cobra una solida forma de película profunda y que termina siendo un excelente retratado de una muy característica sociedad provista de personajes tan complejos como creíbles. Y todo sigue en esta línea. Si en la película canadiense el estilo inicial que hábilmente mezclaba crítica y humor acababa cediendo el lugar a una película de buenos y malos, en la francesa tenemos un modesto arranque (que a algunos parecerá incluso reduccionista) que guarda sus mejores cartas para desembocar en un imparcial desenlace en donde el bien y el mal quedan tan diluidos como los valores morales de los personajes.
Todavía en la linea de las “odiosas comparaciones”, si en el trabajo de Deppa Mehta la simpatía hacia los personajes acababa siendo sustituida por el aborrecimiento de los mismos, en la película de Alexandre Arcady es sorprendente cómo uno no puede evitar encariñarse con ellos a pesar de desaprobar sus acciones. Y del mismo modo, si Saleem Sinay (protagonista de Hijos de la medianoche) caía simpático al principio pero se diluía en el argumento al carecer en realidad de profundidad, Younés/Jonás (protagonista de Lo que el día debe a la noche) gana interés y credibilidad cuanto más descubrimos sobre él. Pues en realidad (y perdonen mi insistencia, al contrario de lo que pasa con Hijos de la media noche) son los personajes los que dirigen el rumbo de los acontecimientos de Lo que el día la debe a la noche: ellos construyen los pilares del argumento y asumen la dura responsabilidad de cargar con todo el interés del relato.
Y es que hay algo realmente paradójico en el formato de la película que nos ocupa: cuanto más incomprensibles son las acciones de sus protagonistas (acciones cuya imprevisibilidad también logra una sorprendente armonía con la verosimilitud) más coherente resulta la película; cuanto más compleja se torna la trama más interés gana la misma, y cuantos más elementos se suman al argumento mayor es el interés que siente el espectador hacia el mismo… En fin, tal vez se una lástima que a una película de tan alto nivel (sobre todo por su tramo final) se le escurra de las manos la perfección por culpa de un mal arranque; pero en cualquier caso es innegable que estamos ante un gran acontecimiento cinematográfico que aún empezando con mal pié logra (y con enorme éxito) grabar su tesis en el corazón del espectador.