Un año tan intenso como 2013 ha concluido y es nuestro deber recuperar y preservar la última pizca de su aliento para solidificarlo en su ya próspera eternidad. Un pasado ejercicio cinematográfico donde se han dado lugar algunas de las representaciones más excelsas, elevadas y superlativas de las filmografías de grandes directores internacionales, ansiados por su retorno y reconocidos unánimemente por el público y la crítica. Como bien corresponde a la línea editorial que se persigue, estas agrupaciones bajo el sello The Best of… tienen en cuenta especialmente aquello que concierne a la cinematografía más alternativa, valiente en su radicalidad y enemiga de los controles industriales promocionales.
Para este cronista, categóricamente maldito por compromiso, resulta arduo y difícil seleccionar 10 películas favoritas de entre las 154 visualizadas que hayan tenido fecha de estreno en el susodicho año. Por lo tanto, el aviso previo a navegantes parte del evidente sesgo de la propuesta pero también de la no menos importante voluntad de priorizar y recomendar los títulos que mayor eco y resonancia, a juicio personal, merecen.
10 — Heli (Amat Escalante)
Colonoscópico retrato del México más asolado por la violencia y la brutalidad innatas en el ser humano más despojado de valores civilistas, arrinconado a la supervivencia por medios ilícitos e impíos. Escalante compone un ensayo sin arte con la turbulencia de las calles colmadas de droga como telón de fondo. El bisturí con el que apuntilla esta crónica sobre la pobreza en su país resulta indiscutiblemente gélido, áspero y desangelado, mas su vacuna contra efectismos libera un nocivo gas tóxico en forma de representación frontal y desprejuiciada de un amplio catálogo de torturas y vejaciones explícitas que hieren severamente la sensibilidad.
Apadrinada por el ecléctico y apocalíptico Carlos Reygadas, en la figura de productor, este viaje por las tinieblas cotidianas de las periferias mexicanas obtiene grandes logros técnicos y formales, pero su tendencia al exceso y a la recreación en el sadismo más descarnado hará que, necesariamente, esta película sea testada solo por los más valientes y curtidos en el cine más descorazonado y doloroso.
9 — New World (Park Hoon-jung)
Después de la interesante yakuza Nameless Gangster, Choi Min-sik, el protagonista de la única y original OldBoy, retoma el protagonismo en este thriller mafioso que confirma a Corea del Sur como una de las industrias más potentes e innovadoras del mundo en el desarrollo de sus géneros, especialmente en el mencionado. Como ya ocurriera anteriormente con títulos como Cold Eyes o A Company Man, entre otras, existe en este cine un férreo compromiso dual entre la ética y la estética de trabajo.
El fondo y la forma trabajan mutuamente para ofrecer un relato criminal en clave noir donde el poder plástico de su estética no desatiende la rudeza de su narrativa. De una forma natural, sin artificios, New World avanza imparable con un tono, un ritmo y un tempo descaradamente dinámicos, añadiendo frescura y trascendencia al cine de acción al uso y dejando en paños menores a muchas grandes producciones americanas de gran taquilla.
8 — Stoker (Park Chan-Wook)
El director coreano creador de la ‘trilogía de la venganza’ siempre ha demostrado que uno de sus puntales referentes estriba en impacto compositivo de la imagen. Instantáneas cargadas de valor simbólico y alegórico, con un denotado trabajo previo de visualización, donde se comprimen, como si de postales geográficas se trataran, la esencia de sus películas sin necesidad de palabras. Así mismo, es intachable su virtuosismo técnico, la sofisticación de sus escenografías y su descarado alarde de producción.
Su primera incursión americana, Stoker, subraya todas y cada una de estas atribuciones, que conocieran su origen y repercusión en su país natal. Ejercicio de estilo vocacionalmente extraño y subyugante, arquetipo atendiendo a las obsesiones artísticas de su autor, cuyo clima desasosegante genera una impresión de aislamiento y enrarecimiento. Cautivadora en su iconicidad surrealista y exasperante en su valorización de la muñequización actante, revela a un creador que permanece comprometido con su propia figura a través del impacto de sus formas y de la bella radicalidad de sus imágenes.
7 — De tal padre, tal hijo (Hirokazu Kore-Eda)
Durante el proceso de producción de esta película, Kore-Eda ha quedado huérfano, tanto a título paterno como materno, y también ha sido padre. Esta tragedia y esta bendición, polos opuestos de las incertidumbres de la vida, le ayudaron a complementar el guión y la filmación de una cinta que se debe considerar, pese a que hubiera rechazo por parte de su director, inconscientemente autobiográfica.
El japonés exprime hasta la última gota de la sutileza y el lirismo con el que ha explorado durante su filmografía la ficción social, muy cercana al estilo de vida del ciudadano laboral de clase media. Disfrutando de sus rutinas, o tal vez ahogado en ellas, hace que emerjan sin esfuerzo las confrontaciones y los dramas que enturbian la contemplación de unos seres tan destinados al amor silenciado y la calma interior. Es tan poética y libérrima la representación de los lazos paternales que dibuja Kore-Eda, que por momentos la cámara se siente invasora. Solo un excelente narrador de historias como él es capaz de convertir la negrura de la muerte en todo un aliento de esperanza por la frescura de la vida.
6 — El desconocido del lago (Alain Guiraudie)
Si La vida de Adèle trata sobre la exploración romántica más desatada y lasciva entre mujeres, sería justo decir que El desconocido del lago lo es entre hombres. Lejos de ser ambas, sobre todo esta segunda, una apología defensiva de la homosexualidad, el filme de Guiraudie muestra una exposición casi espontánea del deseo irracional y su mixtura genera un empaque que va mucho más allá del exhibicionismo gratuito, pregonando de forma susurrada la libertad de acción y participación ante las embestidas los impulsos carnales.
En consonancia, las prácticas eróticas de estos siniestros difusos están rodadas con una apasionada carnalidad, como si el director buscara en la imagen el acoplamiento entre el imaginario fogoso y su impresión perenne en la memoria. Un film que se siente más que se ve, que trasciende ritos onanistas y sudores fríos para retratar el amor inesperado, fugaz, lujurioso, homosexual. El amor, en sí. Sin etiquetas.
5 — Expediente Warren: The Conjuring (James Wan)
El condominio de propiedad del cine de terror se ha encontrado, durante los 13 años que llevamos de siglo, tan disperso como la tenue niebla que brotaba de las páginas de uno de los guiones de culto de John Carpenter, maestro intachable de dicho género. No son pocos los directores que han hecho carrera exclusivamente en dicha categoría, si bien todas sus películas no revelan la específica trascendencia que títulos puntuales han tenido durante la historia del cine, expandiendo su denominación a través de la riqueza literaria clásica. Así mismo, cuando hablamos de terror nos referimos a una vasta red de representaciones icónicas referenciales: vampiros, hombres lobo, psicópatas, asesinos en serie, gnomos, criaturas demoníacas, etc.
Pero es, sin duda, el relato de casas encantadas, que últimamente parece tener ligada de forma tan estrecha la identidad de posesiones/exorcismos, el que mayor poder de atracción y de expansión proyecta a la hora de incitar al escalofrío y el hormigueo previo al pánico. James Wan se ha convertido en el director insigne de esta categoría y su conjura se hace valer gracias al profundo respeto que atesora hacia los códigos clásicos del género, renovándolos y actualizándolos a la época moderna. Expediente Warren tira de hemeroteca y pisa en todo momento sobre suelo llano. Sin florituras y sin estridencias, componiendo el terror con artesanía y a fuego lento, Wan nos introduce en la iconicidad diáfana de la fantasmagoría más estimulante y el resultado se traduce en la mejor versión del tren de la bruja al que nos hayamos podido montar. O dicho de otro modo: la película de terror que legiones de espectadores llevaban muchos años esperando ver.
4 — La gran belleza (Paolo Sorrentino)
La Ocho y Medio de Paolo Sorrentino. O tal vez su Dolce Vita. Dirán que es una comparativa sesgada, injusta. Prepotente y descarada, si me apuran. Pero también lógica, en su forma y contenido. Hay mucho de Fellini y mucho de sentir italiano en esta mirada claudicante de Sorrentino. Electrocardiograma fílmico que revela la impotencia del encefalograma plano que se oculta en torno a la pomposidad de la vida bohemia y aburguesada. Vacía, compuesta de perdedores y eunucos, de cartón piedra y belleza de maniquí de escaparate. Oscuridad existencial que enmarca la muerte de la creatividad literaria con la muerte en vida, que ni tan siquiera en la vejez encuentra su consuelo, pues toda época vivida siempre fue mejor.
De entre toda esa floritura y esa pretensión de enfermar como hiciera Stendhal, el director italiano pintarrajea Roma. La convierte en una ciudad cerrada, alejada del rastro de agrupamiento de sus habitantes, donde es fácil perderse y no volver a encontrarse. Su candor resuena a través de un personaje principal, Jep Gambardella, que supone un cronista perfecto en la sociedad que vivimos. Cínica, descomprometida, arribista y profundamente solitaria.
3 — The Grandmaster (Wong Kar-Wai)
El legendario director hongkonés, creador de joyas como Deseando amar y 2046, retorna con la vida y obra de Ip Man, maestro de Bruce Lee, para otorgar un genial y vigoroso poema en movimiento, a ralentí del arte marcial, de arrolladora elocuencia lírica que, junto con su impagable hazaña visual, hipnotiza a ritmo coreográfico. Minucioso detallista y enfermizamente escrupuloso en su búsqueda de la exquisitez, The Grandmaster supone una regeneración, o más bien una continuación, de sus dotes narrativas para enlazar en armonía el intimismo del romance con la espectacularidad épica de los combates.
Son particularmente en estas escenas de acción donde Kar-Wai se recrea con bravura e inmortaliza su realización a través de la dispersión y fragmentación de los puntos de vista, que añaden riqueza y ritmo a sus secuencias. La lógica emocional, tan habitual en sus películas previas, da paso aquí a la lógica corporal, pues los combates condensan lo físico y lo filosófico en un solo atributo, llenando de energía el ritmo interno del relato. Apelando a su función puramente plástica, su espectacularidad es absolutamente abrumadora.
2 — Antes del anochecer (Richard Linklater)
El broche de oro para todos aquellos que hayan envejecido durante 18 años, desde aquel tren vienés, por el romance universal entre Jesse y Céline. Una tercera parte que continúa atesorando los placeres que sedujeron a tantos espectadores desde el amanecer del camino: diálogos brillantes, profunda reflexión por la vida y las personas, sinceridad, honestidad emocional y dos enamorados como rara vez se ha visto en el cine moderno.
Linklater y su dúo protagonista cierran el círculo en consonancia con el realismo de su ficción y lo frugal de la juventud da paso a las responsabilidades de la madurez. Así, agotando etapas y tirando porque les toca, vemos pasar una aventura con escala en Grecia que cruza el amor, el desamor, la reconciliación y la asimilación de que los cuentos de hadas y príncipes existen en nuestro día a día, siempre y cuando seamos capaces de creer.
1 — La vida de Adèle (Abdel Kechiche)
Esta excelsa obra cinematográfica del director tunecino no se parece a nada de lo que cualquier película haya podido abordar, con valentía y arrojo, sobre el romance homosexual femenino, y a su vez se parece a mucho de lo que docenas de personas anónimas de cualquier inclinación han podido experimentar cuando se han visto movidas y poseídas por la más descontrolada, febril e irracional de las pasiones hacia alguien a quien se ama. Esta película no solo comparte la pasión como apetito carnal insaciable y exposición geométrica del éxtasis incontenido, sino que también nos muestra una nueva forma de intimidad, explícita y a la vez sutil, a la hora de radiografiar los ademanes más irracionales del deseo.
La exaltación de sus voluntades, de sus tragedias y de sus pasiones se representa con exuberante autenticidad, mostrando el hueso de las emociones a través de una metafísica radiográfica. Sus cuerpos, sudorosos y contorsionistas, rompen la cuarta pared ficcional a través de eyaculaciones y gemidos, que contrarrestan la mera adaptación de las pulsiones sexuales y las convierten en un retrato de alta definición. Esto suma enteros a la película en su osada pretensión de desarmar la placidez espectadora y obligarnos a una implicación psiquiátrica y quirúrgica con una pantalla sudorosa que busca plasmar y satisfacer nuestra excitación a golpe de grito placentero. Cine que busca la experiencia y no el espectáculo, que sin moralejas te arrebata un pedazo de alma, pues el amor, y la locura del mismo, son principios de una universalidad eterna.