Este año que acabamos de dejar, globalmente se puede catalogar como bueno (como mínimo, estoy bastante contento con las diez seleccionadas, algo que no sucedía otros años) aunque, como siempre, se eche de menos una inmensa cantidad de títulos que esperemos tengan salida en 2019, además de una buena cifra de películas que, presumiblemente, no tendrán salida comercial, como es el caso de lo último de Tsai Ming-liang (Your Face) y Jan Švankmajer (Insect). Dados los comunes retrasos que se producen en la distribución española, también me duele (aunque esté ya acostumbrado a este ninguneo) la falta de oportunidades para películas producidas en 2017 del calado de Before We Vanish de Kiyoshi Kurosawa o trabajos que han tenido, aún, peor suerte, ya que no han contado ni con presencia festivalera en nuestro territorio un año después, como ha sucedido con lo último de Pen-ek Ratanaruang (Samui Song) y Naoko Ogigami (Close-Knit).
Como es costumbre en este medio, la lista está compuesta por títulos de modesta producción y distribución estrenadas durante el año 2018 en España, aunque en las listas individuales también damos oportunidad a filmes que han participado en ese mismo periodo en los festivales de nuestro país y, probablemente, no tengan salida comercial (en mi caso sólo he colado uno al margen de los estrenos), para que las obras con menor repercusión mediática tengan espacio y no se repitan siempre los mismos títulos. Esta es, unido a los citados retrasos con los que llegan buena parte de las obras estrenadas, la principal causa de que haya filmes con fecha de producción tan diferentes.
Como siempre, antes de ir al meollo, no quiero olvidarme de un nutrido grupo de filmes que, a pesar de parecerme un escalón por debajo de las diez agraciadas, merecen una pequeña mención: Good Time de los hermanos Safdie, El reverendo de Paul Schrader, Lazzaro feliz de Alicia Roshwaler, Barbara de Mathieu Amalric, La isla de los perros de Wes Anderson, Sin amor de Andrey Zvyagintsev, Tres carteles en las afueras de Martin McDonagh y Happy End de Michael Haneke. Tampoco quiero obviar películas que se me han pasado por diferentes motivos y por las que proceso notorias esperanzas en el futuro: Jeanette, la infancia de Juana de Arco de Bruno Dumont, Quién te cantará de Carlos Vermut, Entre dos aguas de Isaki Lacuesta o los últimos trabajos de autores a los que he abandonado en los últimos años, pero no descarto volver a ellos en el futuro, como Hong Sang-soo e Hirokazu Koreeda. Finalmente, no quiero olvidarme de la segunda película que más me ha cautivado este año (la mastodóntica An Elephant Sitting Still del tristemente desaparecido Hu bo) que, al parecer, tiene asegurada su presencia en nuestras pantallas para 2019 y por ese motivo he decidido reservarla para la selección del año que viene. Ni de La balada de Buster Scruggs de los Coen, que de haber tenido estreno comercial hubiese peleado por entrar en el top-10.
10 — Amante por un día (Philippe Garrel)
Philippe Garrel, un autor al que he acudido con menos asiduidad de lo que me hubiese gustado, vuelve por sus fueros tras la decepcionante Un été brûlant (entre medias rodó La jalousie y La sombra de las mujeres, las otras dos películas que tengo pendientes de la denominada trilogía de los celos) con esta cinta que sobresale por la naturalidad de las actuaciones, de la puesta en escena y de un excelente uso del blanco y negro, tan frecuente en el reconocible estilo de este director francés tan influenciado por la nouvelle vague, que vuelve a preocuparse de la complejidad de las relaciones románticas, aunque en esta ocasión también pone bastante interés en exhibir una delicada relación paternofilial (la cinta se centra en la vuelta a casa de una hija que ha sufrido un tremendo desengaño amoroso) y la conexión de ésta con una joven de su edad que vive con su padre. Sólo chirría el uso de una voz en off poco inspirada que nos traslada a los pensamientos de los personajes. Magnífico descubrimiento el de Esther Garrel; nada que ver con la desgana en la interpretación de su hermano Louis, presente en todas las obras que había visto de su padre (menos en Salvaje inocencia).
9 — La enfermedad del Domingo (Ramón Salazar)
El cine español hace acto de presencia en esta selección con este drama intimista e intenso de Ramón Salazar (director de Piedras, el musical 20 centímetros y 10.0000 noches en ninguna parte) atorado de pequeños detalles, con la tristeza por bandera y bellamente filmado (exquisito su gusto por el encuadre) y fotografiado, en el que los gestos, las miradas y los silencios tienen tanta trascendencia como las misteriosas palabras que usan las dos protagonistas. La película se centra en el reencuentro de una hija con una madre, con éxito en la vida, que había abandonado a ésta y a su padre en el pasado, cuando era una niña. A pesar de que los acontecimientos que tienen lugar en la parte final se ven venir a leguas por las pistas que va dejando y, sobre todo, por el título elegido que hace perder buena parte de la intriga, la película no pierde un ápice de interés y asistimos sin pestañear al brillante duelo interpretativo entre Bárbara Lennie y Susi Sánchez. El de la primera es un personaje fascinante por los desconcertantes actos (magnífica la escena con el perro) que lleva a cabo y las mentiras que usa para lanzar dardos metafóricos a la madre sobre su abandono. Una gratísima sorpresa.
8 — Thelma (Joachim Trier)
Debo confesar que me dejó bastante frío Oslo, 31 de agosto, el filme más conocido, y el único que había visto de este primo de Lars von Trier (afincado en Noruega) que poco tiene que ver con este magnético y silencioso drama iniciático que se cuece a fuego lento y se mueve entre el drama, el cine de terror y el fantástico (con una premisa hermanada con el Carrie de Brian De Palma y Stephen King) sobre una joven estudiante dotada de poderes paranormales, bastante introvertida e influenciada de un modo nefasto por la figura de su padre, un fanático religioso. Es la película de la lista que más lejana tengo. Recuerdo, básicamente, que me sentí tan atraído por la atmosférica dirección, la sensibilidad y la contención de su director (que se detiene brillantemente en los aspectos más psicológicos de un modo naturalista durante la mayor parte del metraje y no esconde, afortunadamente y en ningún momento, su procedencia del norte de Europa) que no me dejé influenciar por los tics y excesos, tan presentes en el género de terror sobrenatural, en una resolución algo precipitada que pecaba de no querer dejar demasiados cabos sueltos, pero que no enturbiaba tan hipnótica experiencia.
7 — Lucky (John Carroll Lynch)
El estreno en la dirección de John Carroll Lynch (un conocido actor secundario al que muchos recordarán por su interpretación del marido de Frances McDormand en Fargo o por su inquietante papel en Zodiac) supuso una simpática y melancólica despedida cinematográfica para el carismático Harry Dean Stanton (uno de los actores con la mirada más triste y dotada de mayor humanidad que ha parido el séptimo arte) a quien el director trata con respeto y delicadeza en esta obra crepuscular, sencilla, reflexiva y cargada de un peculiar sentido del humor que va mucho más allá del mero homenaje. Un relato que destapa a un director novel con una visión más que interesante sobre la soledad, los últimos coletazos de la vejez, la desalentadora proximidad a la muerte y, sobre todo, la fidelidad a los principios y la libertad, en el sentido más estricto de la palabra.
A destacar la desquiciante presencia (una vez más) de un pletórico David Lynch en el rol de un personaje asiduo a un bar que cuenta su tronchante y, finalmente, conmovedora relación con una tortuga a la que tiene un especial aprecio. El autor de Twin Peaks, Corazón salvaje e Inland Empire (tres obras en las que participó Stanton) no quiso perderse este enternecedor adiós a uno de sus secundarios predilectos.
6 — Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell)
Debo reconocer It Follows, el anterior trabajo de David Robert Mitchell, se me atragantó de mala manera por culpa de un argumento demasiado influenciado por el terror ochentero protagonizado por adolescentes, pero el lenguaje cinematográfico y la excelente planificación de algunas escenas por parte de este norteamericano me sedujo lo suficiente para repetir con este peculiar proyecto en el que si se entra en el caprichoso juego lisérgico y conspiranoico que plantea, plagado de personajes excéntricos y de tal infinidad de referencias de la cultura pop (cine, literatura, música con mensajes ocultos, cómics, videojuegos retro, mapas de cereales, moda fashion y un largo etcétera) que provocarán la explosión de nuestra cabeza, resulta imposible no acabar rendido a sus pies a pesar de su, diría yo que voluntaria, irregularidad.
El tercer largometraje de este emergente cineasta (que vuelve a demostrar que posee un talento innato para el encuadre e ideas innovadoras sobre la puesta en escena) forma un batiburrillo de influencias que, contra todo pronóstico, no impiden que adquiera personalidad propia. Hay mucho de los textos del noir clásico de Samuel Dashiell Hammett y Raymond Chandler, de la locura de David Lynch, del misterio de Alfred Hitchcock, de la ambientación psicodélica del Puro vicio de Paul Thomas Anderson e incluso toma prestada, con otro enfoque, la divertida figura del asesino en serie de perros de Barking Dogs Never Bite (el divertido debut de Bong Joon-ho).
5 — Hereditary (Ari Aster)
El debut en el largometraje de Ari Aster, un autor con un proclive pasado en el mundo del cortometraje, ha sido otra de las sorpresas agradables del año. El director estadounidense nos sumerge en una cinta de terror que se aparta de los cánones comunes del género (a los que inicialmente parece abrazar de un modo engañoso) con este apasionante y original estudio sobre la demencia y un problemático núcleo familiar, protagonizado por personajes cargados de autenticidad y dotado de un ambiente malsano muy conseguido que va mutando de la contención narrativa inicial hacia una explosión terrorífica en la segunda mitad, con escenas impactantes, especial predilección por las cabezas y una desconcertante e irreverente resolución (quizá su parte menos lograda) a pesar de las pequeñas pistas que va dejando durante el metraje.
Además de la atractiva y atmosférica dirección de este neófito cineasta, destaca lo bien ensamblados que están la banda sonora y los efectos de sonido con las imágenes. Ambos aspectos ayudan a generar tensión sin ser la base exclusiva de ésta ni abusar de los sustos, dos de los males endémicos de la mayoría de las cintas de terror contemporáneas. Y por encima de todo, la impresionante actuación de una Toni Collette que ya había demostrado en la serie Estados Unidos de Tara una enorme capacidad para los cambios de registro radicales. Un autor a tener muy en cuenta en el futuro este Aster.
4 — The Florida Project (Sean Baker)
Uno de los estrenos más absorbentes del año vino de la mano del estadounidense Sean Baker, un autor a quien solo conocía de oídas pese a ser responsable de obras con cierto prestigio (Starlet o Tangerine). El entorno elegido (un modesto complejo residencial de alquiler al lado de Disney World) es utilizado como una más que interesante parábola social sobre estos agitados tiempos que nos han tocado vivir, marcados por la crisis económica, en una película que trae consigo grandes recuerdos de la infancia, está rodada en clave cuasi documental y protagonizada por un grupo de actores muy poco conocidos (diría que la mayoría no profesionales) que acompañan a un excepcional Willem Dafoe (en uno de los mejores papeles de su carrera) en el rol de un personaje que rebosa humanidad por los cuatro costados a pesar de su dureza inicial.
El director norteamericano construye un filme plagado de secuencias para el recuerdo, como un épico ataque infantil a un vehículo mediante escupitajos o la antológica escena de llorera por parte de la niña. Quedé totalmente anonadado y me sentí muy identificado con la cara de maldad de esta mocosa durante sus fechorías; un tremendo acierto de casting.
Siendo un poco rebuscados, el retrato que hace del denominado White Trash podría pasar por una especie de reverso amable del universo de la excelente Gummo de Harmony Korine, aunque el escenario de ambas sea completamente diferente y las intenciones del director de Spring Breakers fuesen mucho más oscuras y experimentales.
3 — El hilo invisible (Paul Thomas Anderson)
Era inevitable la presencia de uno de mis tótems cinematográficos de finales del siglo pasado y principios de éste, el norteamericano Paul Thomas Anderson, quien a pesar de que con esta obra, en mi modesta opinión, baja levemente el elevado listón de originalidad que llevaba su filmografía en la última década (en la que había dado una vuelta de tuerca a sus historias corales de los noventa) con Pozos de ambición, The Master y Puro vicio (especialmente con las dos primeras) merece otra reivindicación este año con esta historia (inspirada muy ligeramente, según sus propias palabras, en el tono de la novela de Rebecca, que llevara Alfred Hitchcock a la pantalla) atorada de obsesiones y dotada de un sentido del humor muy oscuro que atenúa parcialmente la relación enfermiza que retrata. El angelino vuelve a deslumbrar con su dominio de la cámara, la dirección de actores y su extraño romanticismo (como ya demostró en Embriagado de amor), pero en esta ocasión, debido a la época que retrata y al estar tan en primer plano el mundo de la moda, opta por una puesta en escena que se percibe muy clásica y elegante. De todos modos, hay que reconocer que tiene mucho mérito salir indemne (vaya si lo hace) de un relato en el que tiene tanta trascendencia una actividad tan estirada y antipática (al menos para un servidor) como la moda.
Sobresale, por encima de todo, la tortuosa relación de la pareja protagonista, encarnada a la perfección en las escenas de los desayunos con las reacciones del quisquilloso personaje del modista a los sonidos de su pareja sentimental al comer una tostada o la peculiar forma de entender el amor que demuestra ésta en la segunda mitad. La película supuso la anunciada retirada (esperemos que sólo momentánea) de un Daniel Day Lewis, el mejor actor de su generación, que aquí vuelve a alcanzar el sublime nivel al que nos tiene acostumbrados junto a una sorprendente Vicky Krieps que le da una magnífica réplica.
2 — The Green Fog (Guy Maddin, Evan Johnson y Galen Johnson)
No podía faltar la marcianada de rigor del canadiense Guy Maddin, de nuevo en el programa del pasado D’A de Barcelona, un festival que tiene predilección por el autor canadiense (sí, otro de mis directores contemporáneos preferidos en el top) y también presente en la parrilla de Sitges, nuevamente acompañado por los hermanos Johnson, como ya sucediese en la anterior The Forbidden Room. A partir de la unión de infinidad de imágenes de San Francisco, fusionadas con la habitual maestría visual de Maddin al son de una excepcional partitura de Kronos Quartet, el trío de directores crea un extraño viaje que rinde homenaje a la ciudad estadounidense y a Vértigo, de la que se inspira básicamente en su estructura y en las secuencias más míticas con un ente que adquiere personalidad propia a pesar de su condición de relectura del filme de Alfred Hitchcock y de ejercicio juguetón de sampledelia cinematográfica, televisiva y de imágenes de archivo (encargado por el Festival de cine de la propia San Francisco). Algo parecido a lo que hizo el húngaro György Pálfi en la también divertida Final Cut: Ladies and Gentlemen, pero con un resultado mucho más inteligente y satisfactorio para el canadiense, que por algo lleva trasteando, de un modo tan persistente como alucinante, con las posibilidades de los distintos formatos visuales desde 1986.
El personal e intransferible sentido del humor de Maddin alcanza sus mayores cotas mostrando un collage de momentos cargados de un inusitado (y casi imposible) dramatismo por parte de Chuck Norris. Dada la dificultad de conseguir unos diálogos que tengan algo de sentido, el trío de directores opta por utilizar unos cortes continuos que también resultan muy cómicos por las muecas de los personajes cuando parece que vayan a hablar. Tampoco se quedan atrás, en cuanto a simpatía, la investigación de Rock Hudson y la presencia de la maligna niebla, por citar sólo unas cuantas secuencias antológicas.
1 — Burning (Lee Chang-dong)
A partir de un relato muy breve de Murakami, Lee Chang-dong (otra vez en el podio uno de mis autores favoritos de este siglo, autor de la excelente Oasis y las más que notables Peppermint Candy, Secret Sunshine y Poesía) nos obsequia con su trabajo más extenso hasta la fecha (el texto en el cual se inspira apenas ocupa unas 15 páginas) que dista mucho de ser una mera adaptación literaria, y el que cuenta con una narrativa y una puesta en escena más diferentes dentro de su filmografía. Un thriller pausado, prácticamente sin acción, que se detiene esencialmente en los pequeños detalles. Inolvidable todo lo relacionado con la chica misteriosa: su tímido gatito, la naranja que se come haciendo mimo, la historia del pozo y los dos bailes que se marca, especialmente el segundo, cuasi catártico, en una de las secuencias más hipnóticas de los últimos tiempos al son de Miles Davis y su Ascensor para el cadalso. Resulta curioso como un mismo tema musical puede provocar sensaciones tan diferentes en las dos películas.
La obra más elíptica, ambigua y desconcertante de Lee Chang-dong, que llevaba la friolera de ocho años sin estrenar un filme, proporciona un deleite para los sentidos gracias a la conjunción de su excelso tratamiento de la imagen, con el uso del sonido, los espacios, la música y tres interpretaciones de altura. El director, escritor y guionista coreano desarrolla, en segundo plano, interesantes analogías y consideraciones sobre multitud de asuntos: la lucha de clases, el vacío existencial, la rabia contenida (que finalmente explota) de la juventud contemporánea y, muy especialmente, el punto de vista en la narración (sólo observamos lo que sucede cuando está presente el personaje del joven boquiabierto, aspirante a escritor, y el resto debemos llenarlo con imaginación, prácticamente como sucede en la vida misma). Una maravilla que perdura en la memoria y cuyo segundo visionado es, todavía, más enriquecedor.