Parece imposible que ya tengamos que despedir un 2018 que tan inolvidables momentos nos ha proporcionado a través del cine, un año plagado de nombres propios marcados a fuego que han conseguido reinventarse y, de paso, sorprendernos gratamente. Esta vez los redactores no tuvimos que sacar las espadas para ponernos de acuerdo pese a los variopintos gustos de los malditos, y surge una lista que recopila lo mejor de lo que ha llegado a cines, convirtiendo en incontestable la palabra de nuestro primer puesto. Esto pensamos (en conjunto) de 2018, y esperamos que el 2019 sea todavía más explosivo.
10 — Call Me By Your Name (I) (Luca Guadagnino)
Aquel verano de 1983 lo cambió todo para Elio, como si nunca nadie antes se hubiera enamorado por primera vez. El tiempo parece detenerse en las pocas semanas que conoce a Oliver, en un relato con secuencias que dilatan la percepción de la narración como un sueño o casi una memoria lejana que nada más experimentarse resulta tan efímera como huidiza en su conclusión. Lo único que queda son las vivencias y sentimientos como unas consecuencias tan maravillosas como rebosantes de dolor.
Guadagnino establece una conexión recurrente entre lo cultural y simbólico y la dimensión social de la historia, viajando desde cientos de años en el pasado —evocando por el camino a Viaggio in Italia (Roberto Rossellini, 1954) o a través de la cita literaria o la alusión musical— y a unos pocos inalcanzables centímetros de su protagonista en cada escena en la que el joven está aprendiendo a ser quien es y buscando su identidad como siempre hemos hecho todos igual antes y haremos después de él. Proyectando sus propios deseos en los demás con la esperanza de ver reflejado en el otro algo propio aunque de manera diferente. Asumiendo su lugar para vivir siendo fiel a sí mismo aun teniendo en cuenta el peso del legado y la tradición, así como las imposiciones sociales que mediatizan las elecciones personales y restringen las posibilidades de una libertad recién descubierta. [Ramón Rey]
9 — Lo que esconde Silver Lake (I) (II) (David Robert Mitchell)
Tras revertir de manera angulosa los entresijos del slasher con It Follows, David Robert Mitchell plantea aquí un neo-noir de grata inspiración estética, bajo la construcción de un universo bizarro y absurdo edificado por una multitud de referencias pop. Su concepción del thriller, deudora de los hálitos clasicistas del suspense británico, es la consistencia formal bajo la que ahondar por su discurso deconstructivo de la (contra)cultura estadounidense, con claros efluvios de extremismo arty y una deformación mitológica dentro de una cinta vanguardista en su forma, pero destructiva en su demoledor trasfondo.
Under The Silver Lake recrea un universo propio, deformado y de siniestro colorismo, indescriptible vehículo para conducir esta catastrofista sátira acerca de los iconos populares que pueblan en nuestro día a día. Un thriller que destapa sus capas en una escena de inflexión magistral y aniquiladora, donde se demuestra la enorme habilidad del cineasta por desenvolver una estructura clásica en un contexto de incómodo realismo. [Dani Rodríguez]
8 — El infinito – The Endless (I) (II) (Justin Benson, Aaron Moorhead)
Un pequeño cazo con agua hirviendo se aproxima en primer plano mediante un zoom lento, ensoñador, hasta que una mano deposita una ración de ramen. El recuerdo de unas verduras naturales contra un plato preparado. La fraternidad en el campo, frente a un trabajo mal pagado en la ciudad. El presente gris después de un pasado luminoso que los hermanos Aaron y Justin no olvidan.
Dos directores, uno de ellos guionista y el otro director de fotografía, ambos editores, productores y actores protagonistas. Benson y Moorhead culminan una trilogía que no existe pero se completa. El infinito puede verse separada o junto a Resolution y Spring. En la primera estaba el planteamiento. En la segunda el clima. Retuercen el argumento con la capacidad de dar poesía a objetos perdidos como son esas cintas de vídeo, casetes, fotografías y Super 8. Invocan arcanos de la literatura del terror y recogen la frescura que olvidaron Kevin Smith o Tarantino.
Consiguen grandes imágenes con dos lunas, el fondo del lago y árboles primitivos. Dan miedo pero se guardan su mejor as en la manga. Ese humor soterrado con el que cierran el círculo. [Pablo Vázquez Pérez]
7 — Mandy (I) (II) (Panos Cosmatos)
Tras un paréntesis de casi una década desde que debutara con la lisérgica Beyond the Black Rainbow, Panos Cosmatos regresó con una propuesta tan osada, loca y jugosa como es esta Mandy. Sin duda un auténtico salto al vacío sin red que experimenta sin ningún tipo de problemas con su adscripción genérica y también con una puesta en escena extrema que probablemente a más de uno le cause un orzuelo en el ojo.
Mandy es fundamentalmente un alegato suicida, una picadora de cerebros que exhala un espectáculo dantesco y esquizoide diseñado a la medida de su principal estrella, un Nicolas Cage que sabedor de la oportunidad que se le presentaba (mientras continúa su particular calvario en la senda de la serie Z más casposa con el único sentido de pagar sus incontables deudas) da el do de pecho a través de una interpretación histriónica, desatada y absolutamente fuera de control.
Pero Mandy es algo más que Nicolas Cage tintado de rojo y tiznado de sangre. Es la confirmación de Panos Cosmatos como un cineasta visionario incapaz de renunciar a su peculiar forma de concebir el cine. Un autor envenenado por una estructura que pivota sobre vertientes atmosféricas y sensitivas, invitándonos a compartir un viaje drogado y loco que aspira un universo tan delirante como apetecible retorciendo el sentido lineal del relato en una especie de libro indescifrable que se devora como un dulce cargado de pesadilla y LSD. [Rubén Redondo]
6 — The Florida Project (I) (Sean Baker)
Resulta demasiado sencillo mostrar la marginalidad en el cine. El drama de brocha gorda, la porno miseria, los violines sonando y llenarlo todo de una negrura en forma y fondo son recetas infalibles para el aplauso fácil y la toma de conciencia de fin de semana. Lo que ya no es tan sencillo es coger ese mundo y dotarlo de color, humor y ternura a través de los ojos puros de la infancia y de la empatía de unos adultos que luchan por preservar esa inocencia infantil (o quizás la suya propia).
The Florida Project es precisamente la consecución de ese hallazgo a manos de Sean Baker. Un director que película tras película demuestra no querer renunciar a la denuncia, a la visibilización del marginado, pero tampoco a no banalizar demagogicamente esta clase de situaciones. Sin banalizar, sin escurrir el bulto de la dureza, pero creando universos donde el dolor y la supervivencia diarias no están reñidas con el buen humor, la sonrisa, la mirada al frente.
The Florida Project funciona en tanto que es capaz de recrear contradicciones sin perder credibilidad, de emocionar sin hurgar en las heridas con un taladro. Quizás su secreto está en que Sean Baker no hace, en realidad, películas sino retratos cotidianos en movimiento de algo tan difícil (y tan fácil en sus manos) como lo que nos define como seres humanos. Y es que una revolución no es una revolución si no se puede bailar. Celebration! [Àlex P. Lascort]
5 — Lazzaro feliz (I) (II) (Alice Rohrwacher)
Lo que hace de Lazzaro Felice una película tan prodigiosa es seguramente que su directora, la italiana Alice Rohrwacher, haya sabido encontrar una voz propia que, al mismo tiempo, enlaza perfectamente con una cierta corriente del cine italiano. El realismo más o menos mágico de De Sica, Rossellini o Federico Fellini se traslada a una zona rural, en donde Rohrwacher sitúa esta fábula moderna de explotación humana.
Como en Le meraviglie, anterior película de la directora, el medio rural no aparece en absoluto idealizado, sino como un lugar olvidado, tosco y agreste, donde el trabajo es el centro de la vida. Pero es también un lugar donde se crean comunidades fuertes, donde existe una conexión diaria, imposible en las ciudades, entre el ser humano y el entorno que siempre ha habitado.
Lazzaro Felice es una película de apariencia sencilla, un cuento universal que, como buen clásico, no podría ser más contemporáneo. Resuenan ecos del capitalismo depredador, de la vida rural en decadencia, de la animalidad de la condición humana. Resulta imposible no conmoverse con la mirada de Lazzaro, una mirada de utopía en tiempos donde ésta parece imposible. [Iván Correyero]
4 — Burning (I) (II) (Lee Chang-dong)
A partir de un relato muy breve de Murakami (apenas 15 páginas), Lee Chang-dong nos obsequia con su trabajo más extenso hasta la fecha, que dista mucho de ser una mera adaptación literaria. La obra más elíptica, ambigua, desconcertante y la que cuenta con una narrativa y una puesta en escena más diferentes dentro de la filmografía del autor de Peppermint Candy, Oasis y Poesía (que llevaba la friolera de ocho años sin estrenar un filme) es un thriller pausado, prácticamente sin acción, que se detiene esencialmente en los pequeños detalles (inolvidable todo lo relacionado con la chica misteriosa) y proporciona un deleite para los sentidos gracias a la conjunción de su excelso tratamiento de la imagen con el sonido, los espacios, la banda sonora y tres interpretaciones de altura.
El director, escritor y guionista coreano desarrolla, en segundo plano, interesantes analogías y consideraciones sobre multitud de asuntos: la lucha de clases, el vacío existencial, la rabia contenida de la juventud contemporánea y, muy especialmente, el punto de vista en la narración (sólo observamos lo que sucede cuando está presente el personaje del aspirante a escritor y el resto debemos llenarlo con imaginación). Una maravilla que perdura en la memoria y cuyo segundo visionado es, todavía, más enriquecedor. [Pep Sancho]
3 — El reverendo – First Reformed (I) (II) (Paul Schrader)
First Reformed apela desde su título a la ubicación, la iglesia con la que comparte nombre, hogar de Dios y lavadora espiritual de poderosos, donde introduce al hombre reflexivo para experimentar con él. Partiendo del espacio, Paul Schrader nos cuadricula el escenario en ese afán por estrangular su contenido, tensando todo lo expresivo de su contenido desde el formato en el que decide rodar el film, donde nos encierra junto al pastor Toller para aproximarnos a su vacío personal y ambiental, en austeros entornos en los que, en ocasiones, solo reviste su voz.
Allí utiliza el entorno místico para reformular los idearios más humanos, y lo hace con un personaje en plena rebeldía interior. Es la fe (difuminada con el tiempo) la herramienta, pero Schrader nos muestra una amalgama de sentimientos encontrados, como si desde el interior incendiase el caos en sus personajes para conseguir que arda en llamas todo lo construido tal y como avanza el film, aunque a simple vista solo se perciba una fría contención.
Una vez se confecciona tiempo y espacio, surge una belleza arrebatadora con el miedo siempre presente, donde la mirada se pierde en la desesperanza depositada en el hombre sobre el púlpito, dejándonos llevar con maestría por la asfixia que nos proponen. Como mezclar whisky y protector estomacal. [Cristina Ejarque]
2 — Dogman (I) (II) (Matteo Garrone)
La Italia suburbial, aquella inmersa en el extrarradio, parece uno de los contextos favoritos de Matteo Garrone, que habiendo dejado ya piezas notables situadas en el mismo con Gomorra y Reality, volvía a esa “otra” Italia a través de la que continuar amplificando un discurso donde el individuo no es sino el reflejo de una sociedad sin cuya complicidad no existe o, mucho peor, no tiene derecho a coexistir.
Dogman retrata el periplo de un hombre, de nuevo absorbido y empujado por su condición dentro de una comunidad retratada por el cineasta transalpino con esa cercanía y transparencia que le caracterizan, incluso desposeyendo al retrato de ese ambiente criminal que vuelve vez tras otra a Marcello, en busca de (otra vez) un cómplice silencioso y discreto.
Marcello Fonte ofrece la réplica idónea en un film cuya evolución del personaje se concibe desde la gradación de un tono que muta hasta la consecución de un clímax tan irrespirable como, finalmente, ilusorio (casi en cosonancia con Reality) que sigue acompañando a sus personajes en un grado de abstracción casi necesario para comprender hacia dónde nos dirigimos y por qué. [Rubén Collazos]
1 — El hilo invisible (Paul Thomas Anderson)
De un genio tan precoz y fulgurante como el que representó Paul Thomas Anderson uno podría esperar que, con el paso del tiempo, tendiera en cierto modo a acomodarse, haciendo la misma película que le dio prestigio una y otra vez. Sin embargo, la sensación imperante es otra: que con cada nueva película asume más y mayores riesgos; que, sin dejar nunca de ser fiel a sí mismo, se reinventa en cada nuevo proyecto, poniéndose metas más complicadas y haciendo, por ende, películas más difíciles, radicales e inabarcables.
El hilo invisible es la última gema de su apasionante trayectoria, y probablemente la más fascinante de todas: una historia de amor tortuosa y esquiva (con fantasma materno al fondo) bajo cuya frialdad formal y narrativa late un maremágnum de emociones y deseos contradictorios. No hay nada remotamente obvio en esta obra misteriosa e insondable sobre la naturaleza enigmática del amor, así como nada resulta obvio en la relación de mutua dependencia que establecen sus dos protagonistas (el genio frágil torturado por su idea de perfección y la musa que comprende que bajo su talante despótico yace un filón de vulnerabilidad). Relato de raigambre gótica y espíritu heterodoxo, es una cinta hermosa y triste que deja ese poso de grandeza y amargura que sólo saben dejar las obras verdaderamente mayores. [Nacho Villalba]
Que pena que no hayan puesto Woman at war (la mujer de la montaña). Me parece un trabajo muy destacado, quizas más que algunos trabajos con lugar en este top.