2018 ha sido un año de contrastes cinematográficos. Por un lado mucha mediocridad disfrazada en oropeles de gran superproducción, ‹tietisme› extremo en presuntos números 1 de taquilla en Francia, invisibilización y marginalidad en propuestas más arriesgadas. Pero, por otro lado también hay que poner sobre el tapete que cuando alguna obra ha emergido o brillado ha sido con unos niveles de calidad muy por encima del estándar habitual.
No en balde este ha sido uno de los años más difíciles a la hora de confeccionar un TOP-10 quedándose fuera películas como Entre dos aguas, Roma, Mission: Impossible – Fallout (por no entrar en el canon maldito), Call Me By Your Name o Drácula de Denise Castro, por citar algunas ausencias destacadas. Al final, sin embargo hay que escoger y finalmente pasamos a reseñar lo más granado del año recién finalizado.
10 — El hilo invisible (Paul Thomas Anderson)
Day dream — Wallace Collection
Afrontar un film de Paul Thomas Anderson es como vivir temeroso de Dios. Uno sabe su capacidad de creación de obras magnas, pero también de la experiencia terrible que puede significar contemplarlas. Como si nos leyera el pensamiento Anderson cose una trama elegante, contenida y de apariencia ‹Ivoryana›. Y entre puntada y puntada cobra forma el terror desquiciante y perturbador. Así, entre movimientos de cámara obsesivos y encuadres de perfecta elegancia surge el retrato de la enfermedad del amor, de la retroalimentación de dos mentes obsesivas y en una lucha sin cuartel por tener el control. Anderson nos remueve el estómago y nuestros códigos morales más tradicionales a base de mórbida exquisitez. Puede que un film se acabe con un fundido en negro, pero El hilo invisible continúa en la mente como un parásito casi imposible de eliminar.
9 — Lucky (John Carroll Lynch)
Volver, volver — Vicente Fernández
La vejez es un tema sensible y muy dado a explotar o bien el porno-drama o el último estadio del ‹tietisme› en forma de gerontofilia indigna. Lucky, sin embargo trasciende todo ello a base de tratar a su personaje principal (y eje absoluto de la trama) desde una vertiente humorística tan irónica como tierna. En realidad estamos ante un film existencialista que tampoco quiere ser trascendente ni dar lecciones de nada. Solo un punto de vista, solo un retrato que puede ser triste, que puede ser surrealista o que puede emocionar hasta extremos lacrimales con la sola interpretación de una canción. O lo que es lo mismo, humanidad en formato real a través de una ficción que, de tan evidente, no deja resquicio para no creérsela. Cine zen y cine comprometido, cine que invita a creer (un poco) en el sentido de la vida.
8 — The Rider (Chloé Zhao)
Planets, Moon and Stars — Sesame Street
El western es ese lugar cinematográfico que ejemplifica la seminalidad de ciertos valores del ‹American Dream›. Individualismo, coraje y lucha por conseguir cualesquiera que sean los sueños de cada uno. Un viaje a una última frontera que puede ser tanto física como conceptual. The Rider no deja de ser una metáfora en un cuerpo de todo ello. Una metaficción documental donde todos son quienes dicen ser y por tanto su dolor es más real. Chloé Zhao, firma una ópera prima donde la frontera es la imposibilidad de seguir con el sueño y llegar a ella es asumirlo, donde el triunfo es vivir con ello y donde la renuncia no es más que el primer paso para poder empezar a vivir.
7 — El Reverendo (Paul Schrader)
Leaning on the Everlasting Arms — Alan Jackson
Y si en The Rider el dolor físico producía conflictos espirituales en El Reverendo Paul Schrader pone a Ethan Hawke en una tesitura opuesta: El dolor es espiritual y político y la liberación viene por el castigo físico. Schrader filma una obra tan reposada en forma como dura y reflexiva en el fondo. Un film cuyos temas abarcan todo el espectro de circunstancias ambientales, personales y sentimentales y que nos embarca en una búsqueda trascendental de la redención de los fantasmas propios a la vez que se da rienda suelta a una devastadora crítica del mercantilismo capitalista actual. Una película que rima con el amor que siente Schrader por Dreyer y cuyo clímax podría ser uno de los más bellos jamás filmados.
6 — Burning (Lee Chang-dong)
Touch My Body — Mariah Carey
Posiblemente Lee Chang-dong sea el director coreano que mejor sabe analizar las complejidades y miserias de la sociedad que le rodea y no tanto por su carácter eminentemente culto sino por su capacidad de bajar al barro y retozar en él al mismo tiempo que intelectualiza su discurso. Y es que la realidad, sea de la clase dominante o del lumpen, siempre es más compleja que el discurso elevado o el brutalismo de la simpleza. Burning es precisamente el retrato complejo de la lucha de estos dos mundos, de miserias compartidas y de parejo nihilismo existencial. Dos realidades que se reflejan una en otra y contraponen las acciones y consecuencias. Y al igual que su temática, Chang-dong también propone una confrontación genérica donde el cine social se mezcla con el thriller más elíptico posible. Un fuera de campo constante que está ahí ominosamente presente asfixiando y viciando todo lo acaecido. Sin duda Burning es un retrato descarnado de la Corea actual donde la poesía estética y la inmundicia moral conviven sin solución de continuidad.
5 — One Cut of the Dead (Shinichirô Ueda)
No Music at All
¿Otra película más de zombies? A tenor de su argumento y de lo que vemos en el primer tramo del metraje todo apuntaba a ser así. De hecho su aparentemente infamante primer tramo puede crear cierto estupor ante lo visto y planteado porque, no hay que llevarse a engaño, todo respira un aire de amateurismo de serie Z que no presagia nada bueno. Sin embargo, ya en los detalles observamos una vocación humorística que parece querer ir más allá del simple juego del cine dentro del cine y del género zombie(ficado). Una sensación que se confirma posteriormente en la invitación que el film propone a desentrañar las interioridades de una producción de escaso presupuesto. Un dibujo fiel de las vicisitudes de este tipo de producciones donde no se esconden los problemas inherentes pero desde el punto de vista de un amor impagable por el cine. Una auténtica delicia que demuestra que no todo es dinero para producir una buena película. Con imaginación, respeto y una estructura y planificación impecables se puede bordear, como es este caso, la creación de una obra maestra.
4 — Lo que esconde Silver Lake (David Robert Mitchell)
What’s the Frequency Kenneth? — R.E.M.
«El abandono del asco no es lo mismo que la apatía». «Vestías tus expectativas como una armadura». «La ironía son los grilletes de la juventud». Quizás nunca tres frases de una canción incluida en una película pueden definir mejor el retrato generacional que esta obra multicapa y multireferencial nos ofrece. David Robert Mitchell despliega conscientemente un artefacto poliédrico, conscientemente irregular que aborda, ataca y desenmascara esa gestión de la nostalgia malentendida de la cultura pop actual. Un náufrago de la Generación X buscando el amor en la era ‹millennial›. Una epopeya filmada con épica y el desencanto irónico de la nada absoluta. Under The Silver Lake parece muchas cosas, incluso film destinado a ser seminal, sin embargo no es más que otro disfraz que oculta su verdad más cruda, que estamos ante un artefacto de demolición, una broma gigantesca y pesada sobre estos tiempos que no son efímeros, ni líquidos. Solo una continuación en un bucle que se repite con matices de la nada más absoluta.
3 — Mandy (Panos Cosmatos)
Starless — King Crimson
Tres son las películas que conviven en Mandy, la locura psicodélica y morosa de la estética de Cosmatos, la transición delirante del Cheddar Goblin y finalmente el ‹vengeance film› a cargo de Nic Cage. Tres historias que se complementan y que evolucionan hacia un descenso abstracto a la locura, a difuminar los márgenes del espacio-tiempo a través de una orgía de drogas, sexo y violencia que sirve a la vez de ariete contra el conservadurismo incipiente de la era Reagan. Pero sin con todo esto no basta Mandy ya debería ser recordada por la genialidad de Panos Cosmatos de convertir a ese meme andante que era Nic Cage en un dios absoluto, en un ser que va más allá de cualquier consideración artística y que solo con su presencia es capaz de crear y destruir mundos y mentes.
2 — Lazzaro feliz (Alice Rohrwacher)
Dreams (Will Come Alive) — 2 Brothers on the 4th Floor
El arranque del film de Alice Rohrwacher es toda una declaración de intenciones al respecto del tono. Pasolini, Visconti y Ormi se entremezclan para crear esa sensación de terruño, de realidad palpable que, al mismo tiempo, es una metaficción dentro del espacio contemporáneo que ocupa. Una metafantasía que convive con la imposibilidad de crear una realidad más amable. Y es que Lazzaro (el personaje) es la viva representación de una bondad y una pureza que paradójicamente es una mancha molesta a eliminar en una sociedad dominada por el egoísmo, por aquel adagio que reza que el hombre es un lobo para el hombre. Así asistimos a una fábula tan amable en apariencia como dura en su trasfondo. Y es que el realismo mágico no impide que el retrato afilado y negro del mundo que vivimos sea tan real como doloroso.
1 — The Florida Project (Sean Baker)
Celebration — Kool & The Gang
La infancia es ese lugar que construimos como un mito. Ese espacio temporal de fantasía sueños y juegos donde nada malo puede llegar a pasar. Algo que por desgracia responde más al mito que a la realidad. Sean Baker, sin embargo, sin dejar de plasmar una realidad más dura no deja de creer firmemente en la infancia como espacio de inocencia y resistencia a las vicisitudes del mundo adulto. Por ello The Florida Project es un vívido retrato colorista y colorido, como si la lente estuviera en manos de su protagonista, la impagable Brooklyn Prince. No es que se trate de una película feliz, pero sí trata de convertir un espacio mugriento como el del motel barato donde sucede en la continuación, a ratos fantástica a ratos cruda, de la vecina Disneyland. Un lugar que para los niños del film es tan cercano como lejano y que por ello trasladan a su realidad en cada uno de sus juegos y aventuras esperando que, algún día, el sueño devenga realidad y puedan fugarse hasta llegar a él. Sí, The Florida Project es la puesta en escena de la transformación de la tristeza en algo superior, de cómo las lágrimas en primer plano pueden ser revertidas con el simple gesto de una mano amiga, una carrera y una canción de fondo que lo ilustre. Sí, toda una celebración de la infancia, de la vida, de la esperanza.