La creación de listas al finalizar el año es un acontecimiento que, en lugar de ser entendido como problema, es banalizado hasta el límite de transformarlo en un lugar común. Y es que el carácter indefinido del término “mejor”, en el que se pueden incluir tanto las películas más importantes como las que más gustan personalmente, llegan a quebrar el ideal de una lista única. No sé lo que es lo mejor, de modo que al establecer una jerarquía en base a la importancia y al gusto (cosas que también dudo que conozca), me encuentro con que, en muchas ocasiones, aquellas películas que me parecen importantes (para el estudio, la sociedad, el desarrollo del cine, etc.) me aburren soberanamente, mientras que aquellas que me agradan me resultan intrascendentes y poco significativas para la evolución del cine o de la humanidad. Además, ¿dónde está el modelo sobre el cual comparar? Es seguro que uno nunca lo ha visto todo, y que la elección de una primera película se basa en un juicio incompleto y falso. Mañana contemplaré algo que haga caer el orden hoy establecido. El criterio de cada cual suele ser variable, sino poca gracia habría en nuestras mentes inquietas. Pero pecaré de hipocresía, como habitualmente hago. Al igual que reniego del turrón por estas fechas, pero lo como y deseo no haberlo hecho después; hoy criticaré las listas pero estableceré una, mañana me arrepentiré de ello. Siempre está bien odiarse a uno mismo mínimamente por haber hecho algo y así crecer. Todo lo que a continuación se dice, mañana será mentira.
10 — Bangkok Nites (Katsuya Tomita)
Locarno, que sigue demostrando ser uno de los festivales reconocidos más allegados a la experimentación cinematográfica, presentó Bangkok Nites en su Sección Oficial. Pero fue en Festival Scope donde muchos sujetos que no podemos permitirnos acudir a la cita anual en la ciudad suiza pudimos conocerla. Katsuya Tomita retrata bajo su personal estilo la vida nocturna de los barrios rojos de la capital tailandesa. La historia de una prostituta y un ex-soldado del Ejército de Defensa japonés será guiada por un ritmo entrecortado y extravagante que pone las cartas sobre la mesa diciéndole a Europa que el cine asiático es, hoy por hoy, uno de los más valientes y arrojados. Una visión puramente existencialista.
9 — Aquarius (Kleber Mendonça Filho)
Ignorada por los colgadores de medallas de Cannes y la SEMINCI, Aquarius es uno de esos trabajos que buscan la grandeza en el transcurrir de la vida. Tras un prólogo absolutamente imponente, Kleber Mendonça Filho se servirá de Sonia Braga para desenvolver ante los sentidos del espectador la existencia de un personaje vitalista hasta la médula que sale reforzado tanto del placer como del dolor. El acontecimiento sobre el que se construye la historia —que a la protagonista, Doña Clara, la quieren echar del piso en el que ha habitado toda su vida—, así como la crítica social que se deriva de él, devienen en mero apoyo para que el director brasileño erija a partir de ellos la personalidad majestuosa a inquebrantable de la protagonista. Una personalidad que domina la película y es su razón de ser. Aquarius produce ese regusto agradable y esa sensación de pequeñez que le son típicos al espectador tras presenciar un tipo extinto de obras totales.
8 — The Duke of Burgundy (Peter Strickland)
Peter Strickland realiza un gesto de genialidad al componer una obra tan poderosa como The Duke of Burgundy. Rodada en una Hungría que aporta el halo de cuento de hadas que le caracteriza, la última obra (2014) del cineasta británico abstrae hasta el delirio la ensoñación de dos mujeres que viven una relación de dominación y sumisión. El juego entre apariencia y realidad, entre lo que quiero ser para mi pareja y lo que realmente soy sin forzar mis deseos, son el núcleo sobre el que el director de Berberian Sound Studio desarrolla un mundo propio que derrocha imaginación y fantasía. El carácter onírico de la película, logrado gracias a una sucesión de formas únicas, engatusará al ser más rancio que habite en este mundo. Strickland domina durante algo más de hora y media a un espectador sometido por completo.
7 — Frantz (François Ozon)
François Ozon da una vuelta de tuerca a sus habituales juegos emocionales con Frantz. Con una puesta en escena perfectamente cuidada y evitando cualquier rasgo banal, el realizador de París construye un drama ambientado en la II Guerra Mundial que, caracterizado por una finura exacerbada y por una llamada a la paz y a la armonía entre los países europeos, consigue situarse entre las obras más significativas de este año. Dice Albert Serra que la elegancia no consiste en tener el traje más caro, sino en llevarlo con la misma naturalidad con la que usarías un chándal. Ozon cumple con esta idea del director catalán articulando con énfasis y espontaneidad este último trabajo que bien haríamos en situar entre lo más distinguido del cine clasicista que se viene haciendo. Antes muerto que sencillo.
6 — La reconquista (Jonás Trueba)
Las calles y los bares de Madrid se convierten de nuevo en escenario romántico gracias a Jonás Trueba. El director de Los ilusos reafirma su sensibilidad con esta joya que muestra el reencuentro de dos treintañeros que comienzan a sufrir las idas y venidas geográficas y emocionales consecuentes de la transición hacia la madurez. A partir de la primera mirada después de varios años todo serán recuerdos. Una memoria a la que recurren para volver a sentir lo que alguna vez pareció suelo estable y que les hizo experimentar esa impresión de inmortalidad que muere con el primer vértigo de finitud que asalta tras la adolescencia. Pero ya no hay nada a lo que aferrarse salvo a la evocación de lo vivido que surge al leer las palabras o caminar por los lugares que alguna vez tuvieron sentido. No se trata tanto de la reconquista de un amor pasado como de la reconquista de una juventud perdida. La interpretación de Buenos Aires por Itsaso Arana al piano en un garito y la mirada de “todo ya fue” que le dirige Francesco Carril lo dicen todo.
5 — Aloys (Tobias Nölle)
Que la imaginación consiste en una agrupación de impresiones, caprichosa o no, fue cosa de Hume. Pero es Tobias Nölle quien lleva esta propuesta a la pantalla construyendo la vida de un hombre anodino y depresivo que se aferra a la vida juntando toda una serie de elementos conocidos y plasmándolas a su antojo en un mundo nuevo gracias a la llamada misteriosa de una mujer que apenas ha visto en alguna ocasión. A partir de esta primera comunicación, Aloys, el protagonista, establecerá una relación original con un conjunto de elementos que anteriormente se cruzaban sin llamar la atención en su penitencia y a los que dotará de movimiento, esta vez como sujeto creador y no como observador pasivo. El creciente vicio por habitar este universo al que da forma terminará por provocarle la confusión deliciosa del inicio de la locura. Desoladora y bella.
4 — Wild (Nicolette Krebitz)
Nicolette Krebitz regresa a la dirección para parir una obra acerca de la condición humana. Partiendo de la vida de una chica solitaria que se obsesiona con un lobo, Krebitz representará el proceso que va de la disolución de los principios morales hasta la presencia única del mero instinto, pasando por la inevitable negación de las conductas sociales. Tras una secuencia alucinada y alucinante en la que la protagonista caza a la fiera para llevarla a su casa, la artista alemana irá mostrando todos los pasos que suponen el desprendimiento de lo social hasta cerrar la transformación con un plano que, si alguna vez se llega a superar o al menos a repetirse, podremos hablar entonces de evolución cinematográfica, humana, y de todo lo demás. Wild es arriesgada en forma y fondo. Una película devastadora pero no por ello pesimista. Y es que a veces hay que realizar sacrificios para poder sacar el lado salvaje que también nos pertenece a los humanos.
3 — The Neon Demon (Nicolas Winding Refn)
Nicolas Winding Refn vuelve para violar nuestro cerebro. Tomando como base el mundo de la moda, el realizador danés dirige un artificio puro que se erige como una de las obras más comentadas del pasado año. Un conglomerado de colores, sonidos y rostros emergerán ante los sentidos del espectador para hacerlos chirriar hasta producir el nervioso movimiento del párpado propio de los instantes anteriores al último examen de carrera. La reflexión sobre la belleza como concepto, tan detractada por vacua, parece quedar al margen por voluntad del propio Refn para dejar que surjan las formas y que luego ya el espectador las piense por su cuenta. A pesar de ello, el contraste entre los instintos más básicos (el sexo y la alimentación como dos únicas opciones que ofrece una barra de labios, según se muestra al inicio de la película) y la trascendencia de la figura humana están constantemente presentes a lo largo de la obra. Un trabajo para experimentar de manera plena en el acto, para divagar después.
2 — Carol (Todd Haynes)
Todd Haynes despierta los sentimientos más fríos con Carol. Un drama sumamente elegante que sitúa al espectador ante la síntesis entre la experiencia y la inocencia. Una historia de amor entre una mujer adulta que ya lo ha vivido casi todo y una joven que comienza a descubrirse poco a poco. Es así que la luminosidad que desprende Cate Blanchett en el papel de Carol pueda entenderse como metáfora de un sol cuya existencia le conduce al punto de apagarse y que en su debilitamiento se lleva por delante a todos los planetas que orbitan a su alrededor, en concreto a un personaje tan maravillosamente frío como Therese, arrastrándole a estallar en los vómitos viscerales del primer amor. El juego entre el magnetismo que produce el primer objeto de deseo y el asombro que anula el ego del sujeto que desea es desarrollado con maestría en esta obra tan magnífica.
1 — La muerte de Luis XIV (Albert Serra)
Albert Serra sigue mostrando que su lugar entre los grandes está de sobra merecido. Después de abordar la figura endeble del Quijote en Honor de caballería (2006), o los últimos días del excelso Casanova en Historia de la meva mort (2013), La muerte de Luis XIV supone otro ejemplo más mediante el cual el director catalán busca representar la decadencia de grandes figuras para dejar ante nuestros sentidos las ruinas de todo lo que algún día fue majestuoso. Quizá —y más allá de la muestra más sibilina de decadencia que supone la elección de un actor soberbio pero a la sombra de lo que fue su florecimiento como Jean-Pierre Léaud para el papel protagonista—, el regodeo formal y la actitud imperiosa de Serra no sean otra cosa que la lucha por construir la vida y la obra más monumentales para que, el día que caiga, todos recibamos sus restos entre aplausos.