El 2016 lo he vivido detrás de la barrera. Conozco cada una de las películas que hemos tachado de malditas desde esta web, he leído los textos y engalanado con imágenes los mismos. También he vivido de primera mano la construcción de cada top que da forma cada uno de los que por aquí escriben. Pero como todos nos quejamos, aunque las conozco todas, he visto poco en comparación con cada muestra de brillantez que ha dado este 2016. Dando un vistazo a lo que hemos destacado estos días, las películas que nos encantaron son pocas, pero se las podría calificar ya de atemporales.
Mi lista tiene poco de original a estas alturas, pero como extravagancia, me he decidido por la lista temática, donde las mujeres son el centro del universo. Ellas son las que protagonizan, delante o tras la cámara, de estas diez pequeñas obras que no quiero dejar en el olvido. Atrás queda Carol a la que cada vez le encuentro el encanto más por el reflejo de Safe, muy anterior a este éxito de Todd Haynes; también La invitación de Karyn Kusama o Chevalier de Athina Rachel Tsangari, por el gusto de recordar a las directoras; y La próxima piel por el incombustible candor de Emma Suárez. Mujeres retratadas por hombres, mujeres que hablan de mujeres, mujeres que simplemente pasaban por allí y desataron el caos… solo algunos ejemplos de ese detalle, el femenino, que aflora en cada una de las seleccionadas para retratar un 2016 de palabras e imágenes estáticas, más allá de la efusividad del cine de hoy.
10 — La academia de las musas (José Luis Guerín)
Que no me hablen a mí de musas que lo sé todo. Como musa de nada y creyente en el concepto ambiguo de la palabra escrita en la que nos apoyamos para comprender su significado a nuestro antojo, la trampa que genera poco a poco La academia de las musas me resulta sublime. De la diserción de lo conocido a la pura manipulación de los actos de los demás, la película muestra a las distintas musas como un capricho, donde se valora la palabra por encima de intrascendentes actos, donde la naturaleza es vez tras otra un reflejo a través del que arrojar conjeturas, explicaciones vacuas, silencios. Hablar y hablar y tras todo lo dicho, ser incapaz de callar. Igual cuando la vea unas mil veces sepa dar forma al concepto, de momento solo alcanzo a ver las musas y sus tramposas palabras.
9 — La modista (Jocelyn Moorhouse)
La vendetta puede decorarse con unos labios rojos y unas telas que vistan la fatalidad. Porque La modista es una historia de venganza, agazapada tras un derroche de estilo. Teatral y excesiva se presenta la protagonista en un poblado anclado entre el viejo oeste y los ‹rednecks› en un emplazamiento tan ajeno como Australia. La extravagancia e hilaridad dan forma a estas leves mutaciones de una comunidad insolente y desagradecida, con una historia paralela agazapada y dispuesta a coger fuerza para poner cada pieza en su lugar.
Divertida y pomposa, La modista sabe mezclar géneros y estilo, donde las femme fatale que imitan las mejores hechuras de otras épocas retan a los personajes histriónicos, y todos batallan por el sinsentido que amenaza constantemente a este ficcionado universo donde no se da puntada sin hilo.
8 — La bruja — The Witch (Robert Eggers)
La inocencia, truncada por las creencias populares. Una familia rodeada de desdicha invita al diablo a bailar con ellos en secreto, sin consciencia ni necesidad, solo afirmando que la culpa habita en las entrañas de uno de los miembros. Un cuento clásico donde los elementos naturales conviven con la suciedad, las malas artes y las dudas, donde el apego a la religión condena con desdicha a una joven, donde el dedo acusador señala el camino que debe seguir el mal, donde la capacidad de salvación desaparece ante el miedo.
Una recreación impecable y un abismo rodeando un paupérrimo hogar sirven para anclar el temor en cada pequeño soplo de viento, en el estupor con el que presenciamos una silenciosa destrucción donde la desconfianza supera a cualquier presencia explícita, donde La bruja no existe si no te introduces en ella.
7 — The Duke of Burgundy (Peter Strickland)
Juegos de poder. Mujer contra mujer, el deseo es superior a la razón cuando una piel madura se estremece ante unas caricias obligadamente dolorosas, roles intercambiables donde la sumisión queda truncada en una fantasía pactada. Peter Strickland conoce el detalle, y el exceso se transforma en un ritual donde la iluminación pastosa se mezcla con las formas orgánicas y tanto cuerpos como naturaleza enfocan este relato erótico y contenido, que me recuerda en su elástico estilo a Síntomas de José Ramón Larraz.
The Duke of Burgundy se funde en un ambiente de deseo continuo, un halo de feminidad que se bascula entre las dos mujeres, la dominación y la entomología, donde cada punto en común se convierte en una referencia a la belleza y a ese caparazón que protege las inseguridades más físicas.
6 — I, Olga Hepnarová (Petr Kazda, Tomás Weinreb)
Muerte a los valores preestablecidos. Muerte a todos. I, Olga Hepnarová surge de una última ejecución politizada, convirtiendo a una muchacha alienada tanto por el mundo como por ella misma en un mito. Asesina por convicción, su necesidad por distinguirse de lo esperado llegó en un momento impropio. Ella con el conflicto que le evoca perder las formas hasta convertirse en él. Ella ante el deseo de desaparecer o revelarse contra el físico, el trabajo, la necesidad de crear vínculos con la comunidad, con una sociedad gris que no deja espacio para una persona oscura.
Unas cartas inspiran a los directores, Petr Kazda y Tomás Weinreb, para recrear con Michalina Olszanska una mujer menuda de aspecto insignificante, que a través de sus ojos donde se genera una chispa electrizante, se muestra la rabia hasta el punto de perder el control, algo meditado e insolente, abrupto, definitivo para que todos conozcamos por siempre a Olga, la asesina en masa.
5 — Il nido (Klaudia Reynicke)
Un rebaño de ovejas perdido entre los bosques de un pueblo santificado en las montañas italianas. Un lobo acecha, cada vez más cercano, decidiendo cuál será realmente su fiero ataque. Pero el lobo no sabe que todos son lobos disfrazados con piel de cordero, que se protegen entre ellos y no desean que la manada reciba a nadie. Hostilidad. Klaudia Reynicke debuta en este paraje demostrando que la comunidad es errática y sobreprotectora, hasta límites imperdonables, en los que el recién llegado es el que menos tiene que perder, si cuando hurga en la herida no dejan de salir todos los pasos en falso de ese desdeñable pasado.
La reproducción de un poblado que basa su vida en las creencias religiosas, una joven capaz de preguntar lo que nadie comenta y un recién llegado sin necesidad de ser uno más, la triangulación expresa de la farsa de la hospitalidad, de la ratificación en la mentira. Grave y necesario ese nido protector del que es tan fácil caerse.
4 — Green Room (Jeremy Saulnier)
Asfixiante. Lo puede ser un concierto de punk en un antro cualquiera, pero también la presencia no deseada ante todo aquello que queda fuera de la ley. Adrenalina. Salir de una situación extrema saca una fuerza superior para enfrentar lo imposible. Ese ahogo que nos convierte en seres indefensos es lo que Jeremy Saulnier sabe condensar en un simple golpe de efecto, en un local infecto, donde la violencia se destila en un ambiente cargado, ya sea fuera o dentro de ese cubículo que nos frena, como un personaje más, ante la imposibilidad de construir la solución adecuada, solo esperando que el ruido acabe para ponernos a salvo. La falta de aire era tan literal como el agarrotamiento al que nos sometemos al sentirnos influidos por la tensión que ejerce Green Room en pleno derecho.
3 — María (y los demás) (Nely Reguera)
En cada núcleo familiar existe esa persona grata a la que somos incapaces de otorgar una atención especial, algo excesivo. Siempre está y no se espera su marcha. La solución a la pregunta que no hubo tiempo de formular. Una María. Los demás son los que disponen problemas sin una consciencia exacta. Nely Reguera genera una dimensión sencilla y transparente donde todo gira alrededor de esa mujer que no encuentra el punto de partida fuera de la palabra “familia”. Es Bárbara Lennie quien desarrolla con maestría el reflejo de persona testaruda, observadora, compleja, capaz de convertir en verdad una vida que se tambalea.
Una premisa tan común es capaz de conmovernos y divertirnos porque lo cotidiano llega, y lo excepcional siempre está por descubrir: es María quien a través de esas personas que se aglutinan tras el paréntesis del título consigue que la rabia insolente y el temor ante todo aquello no planeado nos posicionen cerca de su verdad, que sentimos como nuestra.
2 — The Eyes of my Mother (Nicolas Pesce)
El mal puede ser sutil pero certero, como un cuento narrado al pie de la cama de un hijo: con delicadeza las palabras surgen para que, al concederles un significado, el rostro adopte una expresión de horror e incomprensión. The Eyes of my Mother tiene ese efecto. Subraya el concepto de familia, la necesidad de formar una a partir de todo lo que absorbiste de aquella de la que procedes. Utiliza para ello un recorrido corto que nunca se aleja demasiado del hogar y sus elementos reconocibles, una continuación de las imágenes apaciguada en elegante disección de grises y a Francisca, delicada mujer que nunca dejó de ser esa niña admiradora de mamá, incapaz de discernir el bien del mal, lúgubre consecuencia de los insólitos parámetros de vida que ha aprendido, destilado de un entorno oscuro y mermado.
Brutalmente bella y cadenciosa, The Eyes of my Mother sobrecoge desde una visión atroz que se expone con elegancia, tratando el amor y la muerte desde una perspectiva errática y sesgada, tremendamente poética.
1 — The Neon Demon (Nicolas Winding Refn)
La transfiguración del triángulo. NWR se rinde definitivamente a la imagen y la percepción, y para ello utiliza por primera vez a la mujer como discurso y no como objeto. Brillo y seducción, el canibalismo convive con la industria, los orígenes de la humanidad se desmoronan bajo los pasos de mujeres subidas a tacones donde el vértigo no influye. El éxito se disfraza con ropajes efímeros y un maquillaje oscuro que delata los rasgos de la decadencia de los cuerpos y el capricho. Tiempo. La belleza se utiliza como fin para reírse del universo, mientras plasma imágenes de perfección y superioridad, donde la soberbia es un pecado con el que limpiar adoquines dorados.
Pero pienso ser reduccionista. Solo por Ruby, la maquilladora, una nueva lectura de la condesa de Bathory, construida sobre un vampirismo con piel de porcelana y sonrisa que dibuja una sinceridad fantasmal, The Neon Demon es lo mejor que nos ha pasado este año.