Nos gusta reconocer que ya tenemos clásicos en la web. A estas alturas la lista de lo mejor del año es uno de ellos, ese momento en el que aunamos esfuerzos para discutir entre nosotros porque, aunque las filas de Cine Maldito van variando cada año, los gustos siempre permanecen dispares, por lo que, aunque siempre nos quedemos con la idea de hacer una recopilación extraña, todos en cierta medida nos quedamos satisfechos. Así llega de nuevo el ránking de lo maldito, sobre todo ese cine que ha llegado a salas (no tan comerciales) a lo largo del año 2015. Esperamos que disfrutéis de nuestras recomendaciones.
10 — Babadook (I) (II) (Jennifer Kent)
Se ha hablado mucho sobre la subjetividad en el terror y sin embargo creo necesario explicar qué es el miedo para mí, y para entender qué siento cada vez que veo Babadook:
Cerca de donde vivo hay una larga calle con dos aceras separadas por asfalto; una de ellas tiene arena al otro lado, para las heces de los perros y los juegos de los niños, pero también bancos para los ancianos y parejas sin hogar para tocarse (todo muy normal); la otra, en cambio, no ofrece más que tránsito. Es en esta última parte donde siempre me he movido más y donde radica gran parte de mi temor, puramente psicológico e infantil. El paseo está bordeado por árboles de copa abundante y que tienden a rozarse, dándote la sensación de caminar bajo un arco o pasadizo semiabierto, y es lo suficientemente largo como para crear la idea de que se va estrechando cada vez más. Todo esto puede ser considerado algo corriente, pero cuando se camina por aquí de noche ocurre, además, que si en el horizonte otra persona anda, no se sabe si está haciéndolo hacia ti o en sentido opuesto a ti, originando algo de angustia, porque, entre farolas y penumbra, el trayecto provoca en mi visión una especie de efecto vértigo o retrozoom y ese individuo, en la distancia, parece alejarse y acercarse al mismo tiempo.
Para mí, Babadook es esta oscuridad, la madrugada, es vagar solo por una calle que se estrecha en nuestra mente mientras alguien está enfrente con aspecto misterioso. Una sombra a lo lejos. Es el terror de lo mundano, del día a día, de lo que crece poco a poco. No es sólo un monstruo acomodado en nuestro subconsciente, es la capacidad de demostrar que existe y verte en él más allá del miedo: tu desasosiego.
9 — It Follows (I) (II) (III) (David Robert Mitchell)
Estilizada, hipnótica, ambigua y con una capacidad extraordinaria para crear estampas de puro terror extrañamente sosegadas, la segunda película de David Robert Mitchell aborda el universo de la adolescencia en clave de fábula siniestra y reflexiona, a través de un marcado sentido de la paranoia, sobre despertares sexuales, desamparos vitales y tránsitos generacionales de un modo lo suficientemente abierto y enigmático como para que el misterio, que flota alrededor de la película como un efluvio turbio, permanezca siempre presente enriqueciendo la dimensión discursiva de la película, que es, por otra parte, un soberbio ejercicio de terror que bebe de fuentes dispares (hay mucho de Carpenter y Tourneur/Lewton, pero también ecos del cine de Kiyoshi Kurosawa en la quietud espectral que domina todo e incluso parte de la soterrada carga feérica que poseen algunos de los trabajos de David Lynch), pero que, en última instancia, sabe labrarse una personalidad propia y distintiva. Mitchell, en su avieso y ambivalente acercamiento al sexo (que, en el film, implica tanto pacto inconsciente con la Muerte como tabla de salvación ante su infatigable amenaza), da la razón tanto a detractores que encuentran su película innegablemente reaccionaria como a quien la considera simplemente maliciosa y perspicaz. Sea como sea, con esta pequeña gema de terror independiente, su autor no sólo ha insuflado unas necesarias dosis de imaginación a un género demasiado anquilosado tanto a un nivel formal como narrativo, sino que ha sabido acceder a unos modos pretéritos de entenderlo sin ampararse en la ironía y sin dejar de ser enormemente creativo y hasta sustancial, porque aquí no sólo hay miedo en su más refinada acepción, sino material de sobra para la reflexión y el análisis psicoanalítico.
8 — Leviatán (I) (II) (Andrei Zvyagintsev)
En la que es su cuarta película desde que nos deslumbrara con El regreso (2003), el ruso Andrei Zvyagintsev nos ofrece uno de los films más cautivadores y con más capas de lectura de los últimos años y todo desde la maestría técnica y visual que le caracteriza. Evidentemente más accesible que sus dos primeros trabajos Leviatán es la película, narrativamente hablando, con más fuerza y la que puede llegar a más espectadores. Andrei disecciona la sociedad rusa del presente y lo hace a través de dos prismas: el de la sociedad a través de un alcalde corrupto y el de la familia por mediación de la Kolya y su familia que viven en el norte de Rusia. Zvyagintsev plasma con belleza extrema ese paisaje norteño de acantilados, suciedad, barro, un panorama inhóspito que a la vez nos seduce. En interiores el ruso sigue apostando por los colores fríos y por ese azul tan característico que le da un toque siniestro y frialdad a la película.
Como he dicho antes, es la película más alcanzable de las que ha filmado —de hecho es la que menos alegorías posee— pero aún así sigue imprimiéndole un toque distintivo que hace que estemos frente a una gran película y es la manera en que Andrei nos cuenta la historia que no es otra que mediante hermosas elipsis. Todo un acierto que en un film de 140 minutos las elipsis sean tan importantes como la magnífica escena en la que todos se van de picnic a la montaña.
En definitiva, estamos ante un director con universo propio y que es capaz de moverse de una punta a otra del cine y aún así brillar siempre, esta vez para mostrar al mundo la decadencia y la corruptela de su país.
7 — Qué difícil es ser un dios (I) (Aleksey German)
Aleksey German fue una de esas figuras cuya carrera siempre estuvo al margen de lo convencionalmente establecido. Sus obras fueron objeto de todo tipo de embargos en esa Unión Soviética de los setenta que observaba con miedo la irrupción de una corriente crítica contra los dictámenes que regían los mandamientos del buen soviético. Así, cintas poseedoras de un material tan subversivo como Mi amigo Ivan Lapshin o Control en los caminos no lograron vencer el control de unos censores, quienes señalaron a German como un autor incómodo al que era preciso someter a un injusto destierro popular.
En esta línea arriesgada y valiente, German se despidió del séptimo arte con un regalo cinematográfico que puso un broche de oro a una filmografía tan honesta como rompedora. Y es que Qué difícil es ser un dios se eleva como una película divergente ambientada en una apocalíptica y más que presunta Edad Media que evoca directamente al cine de ciencia ficción introspectivo made in Europa del Este. A través de una espectral voz en off German nos embutirá en una atmósfera malsana y enfermiza, guiada por una concepción sensual de la imagen, situada en un inframundo de origen desconocido que supone todo un deleite para los sentidos más profundos encerrados en el ser humano.
A través de unos impactantes e hiperrealistas planos secuencia, German seduce con su derivada abstracta merced a una escenificación donde lo grotesco se da la mano con un territorio salvaje y demencial. Porque Qué difícil es ser un dios es una de esas películas que se disfrutan desde una mirada libre de prejuicios y mordazas conceptuales. Y es que esta es una de esas propuestas en la que hay que dejarse llevar por esa narrativa ausente de clasicismo, siendo los aspectos intrínsecamente fantásticos y subliminales los puntos que alzan a esta inclasificable obra como una de las experiencias más asombrosas de este año.
6 — Red Army. La guerra fría sobre el hielo (I) (Gabe Polsky)
¿Se puede realizar un documental sobre la URSS sin resultar redundante? Gabe Polsky demuestra que sí con esta crónica sobre un grupo de deportistas que tuvo que sobreponerse al férreo control de su país para destacar en el hockey sobre hielo a un lado y otro del Telón. Polsky opta por ser invisible y dejar que el archivo y los protagonistas hablen por sí mismos, elaborando una cinta cuya magia reside, paradójicamente, en la grata autoría de la impersonalidad. Desde las frías tierras eslavas hasta el calor del público de la NHL, Red Army es un estupendo tributo a un bello deporte pero, sobre todo, a unos seres humanos que podrían representar a casi cualquier trabajador dentro de los límites que marcaba la Unión Soviética. Siendo inevitable meterse de lleno en los asuntos políticos, Polsky no quiere ser un burdo propagandista al servicio de unos u otros ideales, prefiriendo centrarse única y exclusivamente en lo que concernía a los denominados Russian Five, unos Fetisov, Larionov, Fedorov, Kozlov y Konstantinov que constituyeron un «dream team» de ensueño en los Detroit Red Wings y que hoy en día ya forman parte de la historia global del deporte.
5 — The Guest (I) (II) (Adam Wingard)
El anterior largometraje de Simon Barret y Adam Wingard, esa joya indiscutible a medio camino entre el slasher y la cinta de asalto doméstico titulado You’re Next, entró derecho por méritos propios en mi «top diez» personal con lo mejor de 2013. Dos años después, la pareja de guionista y director vuelven a colocar su último trabajo entre lo más destacado del año, ganándose a pulso el apelativo de «Reyes del Mumblegore», gracias a The Guest: Una delirante y violenta orgía audiovisual rebosante de cinefilia, testosterona, y de ese espíritu puramente festivo heredado del cine de género de hace tres décadas.
Resulta innegable que gran parte del encanto que atesora The Guest radica en el factor nostalgia latente en cada detalle de la película. Desde la añeja tipografía sobre la que se imprime el título al arrancar el largo, hasta el «reverb» de los sintetizadores que marcan el leit-motiv de una banda sonora a medio camino entre las partituras de la Terminator original y las melodías compuestas por John Carpenter y Alan Howarth para Halloween 3: Season of the Witch, todo en este sexto filme dirigido en solitario por Wingard parece articulado con un mimo especial para conformar la carta de amor definitiva a los años ochenta.
Pero The Guest no se queda en el simple artificio formal y, con una naturalidad pasmosa, hace gala de una calidad narrativa impresionante que se mantiene inalterable durante una primera mitad en la que el predomina el thriller más contenido alimentado por una tensión velada gestionada de forma magistral en un «crescendo» constante que conduce a una gloriosa bacanal de muerte y destrucción capitaneada por un Dan Stevens que da vida al anti héroe de acción definitivo.
4 — Taxi Teherán (I) (Jafar Panahi)
El cine puede llegar a ser considerado y visto desde diversas formas y perspectivas, pero es innegable que es una vía de expresión. El ser humano necesita comunicarse y exportar su visión del mundo, y más cuando existen pinceladas de represión y censura.
Así es como el director Jafar Panahi quiso regalarnos en forma de (falso) documental el trayecto por la ciudad de Teherán desde la visión caleidoscópica de una realidad que nunca podrá llevarse a cabo dentro del régimen. El director, asumiendo el papel de taxista, y ayudado por una amplia gama de personajes, muestra historias con libertad desde un habitáculo cerrado como es el de un taxi. Taxi Teherán es la necesidad de ejemplificar que el cine es una mentira que sirve para contar la realidad con un trasfondo político, donde se pone en tela de juicio la seguridad, el cine, la religión, la censura…
Todo funciona sobre el guion trabajado por Panahi, el cual siempre ha sufrido represión a la hora de hacer cine. Se ríe de él mismo y de la industria, haciendo partícipes a los iraníes como consumidores de piratería o como revolucionarios del sistema. Lo más considerado de la cinta es la duda creada sobre la verosimilitud de lo que el espectador está viendo, sin llegar a ver con rotundidad dónde termina el proyecto documental y empieza la realidad. Podría ser un tanto confuso en la práctica, pero simplemente estamos hablando de cine, de otra forma de hacerlo y eso es lo que hace que se gane un puesto en nuestra lista. No resulta pesado ni dogmático, Jafar Panahi pone su mejor cara en todo momento conduciéndonos a través de un filme ligero y entretenido.
Podría decirse en este caso que nada es cierto. Salvo alguna cosa.
3 — Corn Island (I) (II) (George Ovashvili)
El universo se reduce a un pequeño fragmento de tierra que se desprendió durante un temporal de las férreas orillas que conforman el río. Allí la vida comienza un ciclo, en terreno húmedo y efímero, desde su nacimiento hasta su fragmentación total.
Brillante es la interpretación que hace George Ovashvili de la evolución de la vida. En tan pequeño terreno es capaz de eclipsar el espacio y conferir a unos brotes de maíz la expresividad del humano. La joven crece junto a ellos mientras el anciano ve marchitar sus fuerzas, y lo que en realidad sucede durante el tiempo que dura el cultivo, se traduce en la longeva virtud del que descubre el mundo desde su mismo nacimiento. Si necesidad de moverse de un mínimo espacio regenera el crecimiento y devasta la madurez, mientras implica a su pueblo y las circunstancias en las que vive la región. Como si de un poema silencioso se tratara, surge el drama y nos fascina con sus analogías. Los tonos ocres y el duro trabajo a pleno sol, los fusiles en tierra firme y la barca que viene y va, marcando distancias de una sociedad que parece ser la sombra en este relato. Resulta fascinante descubrir cómo el cine georgiano, y en particular esta joya titulada Corn Island, da un paso adelante y demuestra un firme pulso en el que la ingratitud del paso del tiempo nos rompe con su fructífera belleza.
2 — Whiplash (I) (II) (Damien Chazelle)
Durante 2015 ninguna película ha conseguido tocar la perfección como lo hizo Whiplash a golpe de bombo y platillo con acordes de jazz. Pudimos asistir a una clase magistral donde el sonido, los diálogos y un montaje trepidante consiguieron llevarnos a un éxtasis sensorial. Presenciamos una historia con moraleja polémica, una ruptura del “American Dream” de la mano de dos intérpretes encarnizados que nos hicieron sufrir, sudar y tambalear nuestras butacas hasta el punto de introducirnos de lleno en su particular guerra de talentos. Y es en esa guerra donde el discurso de Chazelle encuentra su mayor genialidad, regalándonos un mensaje abierto, libre de interpretaciones, un mensaje donde la obsesión de maestro y aprendiz se convierte en el objeto principal de su discurso, una obsesión malsana para unos y necesaria para otros, una obsesión en la búsqueda de la perfección que deja para el recuerdo una experiencia audiovisual irrepetible. Sin duda el cara a cara entre Andrew y Fletcher es el núcleo de Whiplash, una relación que evoluciona minuto a minuto, nota a nota, imagen tras imagen, desde la timidez inicial de un aprendiz perdido e inocente, pasando por la rabia de una maestro frustrado en su obsesión, hasta alcanzar ese zenit final que nos hace disfrutar de un concierto prodigioso en todo el espectro audiovisual que, en definitiva, sí es exactamente mi tempo.
1 — Langosta (I) (II) (Yorgos Lanthimos)
La vuelta por todo lo alto de Giorgos Lanthimos (director de la inolvidable Canino) depara otra de sus alocadas comedias negras y existenciales, nuevamente con un subtexto cargado de crítica social e institucional que centra su interés en el derecho a la diferencia y a la individualidad del ser humano, en su imperiosa necesidad por formar parte de algún grupo (por muy ridículo que éste parezca) y en la comercialización de los sentimientos, mediante la exposición de un romanticismo esquizoide y acidez burlona a borbotones. El cineasta griego también desarrolla atractivas apreciaciones sobre el amor, la vida en pareja, la clandestinidad de la soltería en esa distópica sociedad que expone, el absurdo interés de ciertas personas por compartir inquietudes comunes (aunque sean falsas) en su infructuosa búsqueda de pareja y un sinfín de obsesiones decadentes provocadas por la alienación y decadencia de la sociedad contemporánea. El tono caricaturesco y el insobornable humor absurdo del tándem Lanthimos/Philippou resulta perfecto para desarrollar parábolas inteligentes y observaciones sociológicas muy cachondas y repletas de mala baba.
Nos encontramos ante una obra tan radical y libertina como las anteriores, y poseedora de la mayoría de las constantes del director griego, como la renuncia a una semántica explicativa, escenas de sexo deliberadamente torpes y grotescas, momentos musicales regidos por actitudes descerebradas, constantes referencias a la historia de la cultura pop y crueles retazos sangrientos inundados de humor muy siniestro. Todo ello impregnado constantemente de un aura de tristeza, opresión y depresión que proporciona una extraña sensación fluctuante entre la carcajada loca y la incomodidad extrema. Sin embargo, en Langosta se permite el lujo de utilizar algunas variaciones estéticas y estilísticas (la mayoría colocadas a modo de simpática sorna hacia su indiscriminado uso en el cine actual) respecto a su filmografía anterior que, sin traicionar su personal estilo, aportan algo más de dinamismo y un nuevo enfoque a su lenguaje.