Año nuevo, conclusiones a la vuelta de la esquina sobre el viejo, y como siempre una herramienta necesaria que puede devenir en reiterativa pero nunca está de más; y es que más allá de la propiedad que pueda tener un top 10, que no es otra que la de exponer cada cual lo que le parece mejor del año que nos ha abandonado, y forjar así un poco más, casi reivindicando a “grito pelao”, cuales son nuestras intocables que defenderíamos con el éxtasis necesario hasta el fin de la década (es entonces cuando salen unas, entran otras de otros años, y demás), está otra de las condiciones indispensables: descubrir (o incluso reivindicar, que siempre las hay machacadas sin mucho sentido) algo de cine que haya pasado desapercibido, y como de esto va en el fondo Cine maldito, así lo intentamos cada uno de nosotros.
Cabe destacar, no obstante, que cada año hay muchas que se quedan fuera de la gran lista y sin embargo merecen mención especial. Ya no hablamos de títulos vistos en festivales, que se estrenarán (la fantástica The Guest, la imprescindible It Follows) o no (la genial Realité, la bellísima Medeas, la singular The Man From the Crowd), lo hacemos sencillamente de otros que quizá se queden fuera y merecen su espacio: lo ha merecido el cine español (esa vuelta del cine gallego con Costa da Morte, la fabulosa Magical Girl —que duele dejar fuera, aunque por muy poco—, 10.000 km, e incluso el cine de género con La isla mínima o Musarañas…) y lo han merecido esas que nunca sabemos si llegarán o no, y terminan haciéndolo más tarde que temprano (la negrísima Big Bad Wolves, esa La chica del 14 de julio que cautivó a no pocos, las enormes Oslo, 31 de agosto y El pasado, o el cine de género con dos piezas a reivindicar: Maniac y Los huéspedes de Ti West), pero desde luego lo merecen —a juicio propio— las 10 que vienen acto seguido:
10 — Ida (Pawel Pawlikowski)
Viendo sus primeras y sugerentes imágenes las sensaciones eran inmejorables, pero… ¿quién no podía caer en el academicismo con un impoluto blanco y negro y otro relato de reminiscencias al pasado? Desde luego, Pawlikowski no se permitió ese desliz en una de las cintas del año, que llega mucho más lejos de lo que hubiéramos podido imaginar en un retrato fascinante y conmovedor que, en efecto, apela al pasado, pero también a la imagen como principal espejo: así entiende el cineasta polaco el diálogo, y así lo transmite al cuadro hasta empapar el mismísimo marco de una emoción extrañamente contenida pero desde luego imperecedera en la memoria del espectador.
9 — Sueño de invierno (Nuri Bilge Ceylan)
Precisamente del nuevo largometraje de un cineasta ya capital como es Nuri Bilge Ceylan me tocó reflejar mis sensaciones en el texto del top colectivo, y quizá por no repetir lo que expresé en su momento, me apetece más cimentar en esta ocasión mi alegato en uno de los aspectos que más me sorprendieron de Sueño de invierno. Entendiendo que, en el fondo, todo no deja de ser una suerte de farsa armada para terminar discerniendo entre lo que se nos muestra (intencionadamente, claro) y lo que no, sorprende y fascina la capacidad del turco para conseguir desvelar con tanta sutileza el armazón de su obra: los bloques —perceptibles, pero casi entendidos como una consecuencia de la propia naturaleza del relato— o «set pieces» construidos en el film se sostienen con un vigor y una entereza impropias de un título capaz de otorgar más reflexiones de las que a priori se le presuponen. Como si el cine intercediese en la vida con una pasmosa naturalidad que pocos han aunado de modo tan tenaz.
8 — Borgman (Alex van Warmerdam)
Inquietante, fascinante y tan divertida como cabía de esperar tratándose de uno de los grandes talentos del cine neerlandés de las últimas décadas, Borgman recoge el testimonio del cine anterior de Alex Van Warmerdam —hay trazas tanto de la faceta más mordaz vista en Abel o Los norteños, como del deje más surrealista del cineasta, algo que extrapoló hasta las últimas consecuencias en El vestido—, lo canaliza y crea un artefacto de imprevisibles consecuencias. La reflexión (una vez más) sobre la sociedad y sus mecanismos queda implícita entre cuatro paredes gracias a la interacción de esa especie de demonio llamado Camiel Borgman y sus secuaces en una película con la que es difícil adivinar que puede esperar en realidad a la vuelta de la esquina, pero es capaz de dejar un poso único.
7 — Black Coal (Diao Yinan)
El cine chino ha demostrado en los últimos tiempos —y, en especial, gracias al cine de Jia Zhang Ke— una capacidad innata para analizar tanto estados como momentos en un país cuyos cambios han arrojado reflexiones verdaderamente lúcidas. En el relato de Yinan en la flamante ganadora del Oso de Oro hay algo de ello, y no se debe obviar, pero particularmente prefiero quedarme con otro aspecto: la inmensa virtud del cineasta chino por la forma de moldear su relato y lograr que los personajes lo jerarquicen hasta que prácticamente no quede nada de él. Y es que, ante todo, Black Coal es un retrato sobre fantasmas cuya función termina resultando difícil de adivinar y cuyo periplo nos traslada a un film magnético, capaz de hacer de lo que podrían ser defectos palmarios virtudes únicas y de trasladar un imaginario propio (e imprescindible) a un terreno como el del thriller noir.
6 — Blue Ruin (Jeremy Saulnier)
La rutina de un vagabundo barbudo es irrumpida por un coche policial; no es que él haya cometido delito alguno, sino que algo que le concierne ha sucedido. Un pretexto mínimo y una palabra ante la que no se pueden minimizar las consecuencias: venganza. Así arma Jeremy Saulnier en su segundo film una de esas obras donde desentrañar el relato no es tan esencial como parece: lo que en realidad resulta esencial es comprender las relaciones en un extrañísimo y brutal thriller que en el fondo esconde un turbio retrato familiar cuyo cauce no podía tener consecuencias distintas, parecía imposible reformular desde otro prisma y, desde luego, culminar de otro modo.
5 — Locke (Steven Knight)
Un coche y un tipo cuya vida parece estar derrumbándose a pasos agigantados. ¿Las causas? Se dirige a la ciudad donde una mujer con la que se acostó (y cuya relación, parece ser, quedó ahí) va a tener un niño suyo, abandonando así a su hijo en día de partido, a su mujer al borde de un ataque de nervios y una obra que debe dirigir y derogará en un compañero. Qué podría salir bien o no es algo en realidad fácil de intuir, pero aquí lo que cuenta es el dominio que realiza Steven Knight del tempo. Tensar la cuerda jamás había sido tan difícil, en especial si lo condimentas con diálogos sobre construcción, y lograr una resolución acorde, de una veracidad que hiela y una cercanía que constriñe, jamás había parecido tan imposible. Pero ahí estaban, Steven Knight y Tom Hardy mano a mano para conseguir lo que en realidad resultaría uno de los milagros de la temporada.
4 — Loreak (José María Goenaga, Jon Garaño)
Si del grandísimo año de cine que ha otorgado nuestro país tuviese que quedarme con un título, ese sería sin lugar a dudas Loreak. Un relato a tres bandas que termina unido por un fuerte lazo es todo lo que necesitan José María Goenaga y Jon Garaño para lograr un film que desborda talento; a unos personajes que se antojan inolvidables por su cercanía y humanidad, se les une una reflexión bellísima, certera y lúcida sobre un tema que pocos han tratado de modo tan sensible: la memoria. Loreak es un retrato de sensaciones, de emociones, que se mueve a la perfección entre sus imágenes para esconder un fondo tan necesario que logra que esta pequeña joya cobre aun mucho más valor del que por sí sola ya tiene, que no es poco.
3 — Mommy (Xavier Dolan)
Xavier Dolan, odiado por unos, querido por pocos. No era caso de quien estas líneas escribe, que aprecia su cine unas veces y otras no. Desde luego, sí me enamoré de aquel artefacto llamado Laurence Anyways donde habiendo deglutido algunas de sus referencias, Dolan arrojaba con atrevimiento otras y lo condimentaba con su estilo peculiar. No obstante, Mommy se despoja de esa condición de artefacto, y lo hace con un relato que derrocha humanidad por los cuatro costados. Es cierto, en realidad no dejamos de lidiar con algunas constantes del universo Dolaniano, pero lo que en el fondo prevalece es esa maravillosa historia a través de la que sus tres personajes enamoran y que, con obviedad o no, el canadiense conduce a momentos verdaderamente lúcidos que va a ser muy difícil olvidar.
2 — Nebraska (Alexander Payne)
Ser fan de Alexander Payne no es difícil: el autor de joyas como Entre copas o la infravalorada Election logra mucho con poco, o con aquello que aparentemente es poco; lo difícil es que Alexander Payne se supere película tras película, y él sigue empeñado en hacerlo. Que una road movie por la América profunda, la relación padre/hijo en un universo particularmente cruel o ese lienzo familiar que predispone con tanta fortuna no sean nada nuevo, no supone escollo alguno para que Nebraska se torne uno de sus films más emocionantes, intensos y valiosos, donde cada decisión tomada desvela un libreto sencillamente magistral que él traduce en imágenes con una exquisitez digna de elogio. Va a ser difícil olvidar una de las escenas más preciosas y justas (sí, sobre todo justa) del cine reciente, donde culminar con una loa jamás se antojó tan necesario como lo era este papel para un (otra vez más) magistral Bruce Dern.
1 — The Police Officer’s Wife (Philip Gröning)
Siendo francos, no sabría decir si The Police Officer’s Wife me parece el mejor film que ví el pasado año (concretamente, en el imprescindible D’A) o si esto no es más que una reivindicación en toda regla. De lo que sí estoy seguro es que por su arrojo y valentía el segundo largometraje de Gröning bien merece un puesto altísimo en este top que aquí concluyo. Que un retrato tan conocido ose tener la cantidad de aristas que ostenta esta The Police Officer’s Wife, capaz de llevarnos desde el terreno más explícito para contrarrestar inmediatamente sumergiéndonos en un fascinante universo onírico, ya merecería ser elogiado. Pero cuando uno piensa en una cinta como la que nos ocupa va todavía más lejos, y más allá de racionalizar (algo obvio y necesario), es incapaz de expresar con palabras lo demoledora que es esta parada obligatoria en un cine que hay que ver, que repulsará o cautivará, pero del que jamás, bajo ningún concepto, puede ser omitido. Y quizá de ahí su valía, de ahí y de ser capaz de comprimir tantas sensaciones en un espacio cuyas casi tres horas terminan quedándose cortas, pese a lo extenuante y devastador del trayecto.
Larga vida a la nueva carne.