En líneas generales, este año cinematográfico que acabamos de abandonar se puede catalogar como un buen curso, plagado de títulos altamente recomendables. No obstante, el mayor lastre que persigue al séptimo arte en nuestro territorio, una vez más, es la nula distribución que recibe cierto tipo de cine (precisamente el que más me interesa) en las salas comerciales. La citada política de las distribuidoras es un tema que me cansa y cada vez me interesa menos; y sólo parece ser paliado parcialmente con la programación de los festivales de cine y vías alternativas demonizadas hasta la extenuación a nivel institucional y mediático.
Como siempre en esta web, la lista está compuesta por títulos de modesta producción y distribución estrenadas durante el año 2014 en nuestro país, aunque en estas selecciones personales añadimos propuestas que han participado en ese mismo periodo en los festivales de nuestro territorio para que los filmes más minoritarios tengan su pequeño hueco y no se repitan siempre los mismos títulos; motivo por el cual hay películas con fecha de producción diferentes. De todos modos, si no existiese la restricción con el cine más comercial que caracteriza a este medio escrito, sólo habría incluido a Perdida (la trepidante y provocadora travesura de David Fincher). De las seleccionables que se han quedado a las puertas, quiero dedicar una mención especial a En un lugar sin ley, una atractiva propuesta muy ambiental y sosegada, provista de un inevitable aroma al mejor Malick (el de Malas tierras). Tampoco quiero olvidarme de filmes que por diferentes motivos no terminaron de convencerme plenamente, pero poseen apreciables virtudes: Locke, Joven y bonita, Enemy, La Venus de las pieles, Black Coal, Ida, Nebraska, Blue ruin y El gran hotel Budapest.
La selección, evidentemente muy personal y que no pretende sentar cátedra alguna, está colocada en orden inverso a las preferencias con intención de darle algo de espectáculo al asunto. Debido a mi moderada condición de devorador de estrenos, se antoja incompleta porque tengo algunas cuentas pendientes con obras que aparecen entre lo mejor del año en la mayoría de listas (Mommy y Magical girl), aunque si nos guiamos por el talante escéptico que me caracteriza ante el aluvión de extra-motivación del personal con el auge de las redes sociales y los blogs de cine, causantes de que durante casi cada fin de semana haya dos películas del siglo; unido a mis imperecederas manías, al poco entusiasmo que me han generado otras propuestas también alabadas hasta la extenuación (Boyhood) y al cariño que proceso por las diez elegidas, sería bastante complicado que hubiesen entrado en este top (sobre todo en la parte alta). Sin más dilación, os dejo con las elegidas, y una explicación de los motivos por los cuales merecen esta pequeña reivindicación.
1o — Rompenieves (Bong Joon-ho)
Bong Joon-ho (autor de maravillas como Barking Dogs Never Bite, Memories of murder o Mother, todas ellas caracterizadas por utilizar contundentes cambios de registro) se adentra, con su primera incursión en inglés y con un reparto internacional, en un vertiginoso thriller de acción post-apocalíptico con sabor a las cavilaciones de George Orwell, ambientado en un futuro en el cual el cambio climático hace estragos y es combatido con un improbable e irreverente invento que da mucho juego a la narración. A pesar de alguna incongruencia en el argumento en la parte final, esta alocada y divertida parábola (producida por su compatriota Park Chan-wook) sobre las desigualdades sociales y la lucha de clases (dos de las grandes preocupaciones del director coreano en todas sus incursiones) está dotada de mucha más inteligencia de la que estamos acostumbrados en el cine de acción y de ciencia ficción (dos géneros que se suelen preocupar en contadas ocasiones de estos asuntos, y cuando lo hacen suelen provocar auténtico sonrojo). Sus mayores aciertos se encuentran en la primera mitad, donde vemos las enormes diferencias sociales, con un alto componente crítico y satírico, conforme van avanzando por el escenario principal, que ejerce como tenaz y despiadada representación de la sociedad; aunque tampoco tiene desperdicio en la parte final la inquietante historia que cuentan, en un estupendo fuera de campo, sobre los orígenes de la revuelta. El elenco de actores es otro de sus puntos fuertes, entre quienes sobresalen la gran Tilda Swinton en el rol de una repelente marioneta del poder establecido, y el siempre convincente Song Kang-ho como un peculiar miembro de la resistencia.
9 — Nymphomaniac. Volumen 2 (Lars von Trier)
Lars von Trier anunció hace mucho tiempo su intención de rodar un porno, pero como era de esperar, en esta pequeña aproximación a ese género tan multitudinario en las pantallas de los hogares y tan impopular de puertas a fuera, ha dotado de mucho más profundidad y dramatismo del que estamos acostumbrados en el cine de corte más calenturiento. La continuación de la historia, expuesta a modo psicoanalítico, del despertar sexual de una joven que descubre paulatinamente que el sexo convencional no es suficiente para satisfacer sus ansias sexuales, es más controvertida, sórdida e ingrata que la primera entrega debido a la mayor presencia del lado chungo del sexo, aunque la explicitud en la exposición mediante primeros planos del coito sea más moderada. La sexualidad nunca es presentada como algo idílico ni placentero (tampoco lo era en el primer segmento, aunque los actos de la protagonista fuesen más inofensivos y comprensibles). A pesar de que no dejen de ser la misma película (partida para hacerla más llevadera en las salas comerciales), esta continuación se antoja ligeramente inferior y más reiterativa que su potente primera entrega. Sin embargo, el director danés vuelve a demostrar que tiene una capacidad innata para exponer brillantemente, de un modo atrevido e hipnótico, el drama existencial humano, y teñirlo con un sentido del humor muy oscuro y delirante, rizando el rizo del catastrofismo, casi folletinesco en algunas fases, y de la decadencia (dos de sus principales señas de identidad desde Rompiendo las olas). Una pena que depare un final tan absurdo y precipitado, que contrasta con los apasionantes epílogos de Anticristo y Melancolía.
8 — Dos días, una noche (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne)
Los Dardenne vuelven a la carga con otra de sus historias naturalistas sobre la marginalidad y la integración de unos personajes desprotegidos que tratan de encontrar su lugar en la sociedad. La gran protagonista, además de una excelsa Marion Cotillard, es la actual crisis económica, aunque los hermanos belgas siempre han estado preocupados por la decadencia y las desigualdades provocadas por el liberalismo europeo que nos gobierna, incluso cuando su economía parecía más boyante. En esta ocasión se preocupan especialmente de la solidaridad y de la ausencia de ella, de la desesperación, y del sacrificio, preguntándose si es más urgente el bienestar del individuo o el del colectivo. Como suele ser habitual en los autores de Rosetta, se produce una fuerte conexión con el deambular habitual de sus marginados seres, de quienes nunca hay intenciones de desvelar detalles de su pasado al margen del contexto de la historia, realizando las acciones más cotidianas a través de su enfoque austero, desde el punto de vista de la protagonista; pero esta vez recurren a una estructura más reiterativa, directa y minimalista (la protagonista repite la misma pregunta cada vez, y las reacciones iniciales de la mayoría de sus compañeros de trabajo, aunque poseen diferentes matices, son muy parecidas), con una narración cargada de más diálogos y menor complejidad que en otras ocasiones. Sin embargo, consiguen su obra más próxima al tratar un tema, por desgracia, tan presente en nuestros días (que le puede suceder a cualquiera), renunciando a buena parte de sus característicos elementos alienantes que propiciaban situaciones más retorcidas y apasionantes.
7 — Backwater (Shinji Aoyama)
Tras realizar Tokyo park, una de sus incursiones cinematográficas menos inspiradas y más convencionales, el gran Shinji Aoyama (Eureka, Señor, señor, ¿Por qué me has abandonado? y Sad vacation) recupera su letárgico y atractivo estilo con este sombrío relato ambientado en una pequeña aldea rural de Japón a finales de la década de los ochenta, que pasó bastante inadvertido en el último Festival de Sitges, pero no tiene desperdicio, y seducirá al reducido grupo de seguidores que tiene en nuestro territorio este peculiar autor nipón que aquí se preocupa por el instinto de la violencia misógina que amenaza traspasar de padre a hijo en una familia disfuncional, recreándose en la angustia del primogénito que intenta evitar sus fantasmas familiares a toda costa. Nos hallamos ante una propuesta arriesgada por la crudeza y el tono trágico de su contenido que, sin embargo, consigue atenuar con una extraña y siniestra ironía en la parte final. Por fortuna, Aoyama no se recrea con dosis de moralismo mediante una verborrea demasiado discursiva, como sucedía en los epílogos de su citado trabajo anterior y de Desert moon. Como suele ser habitual en el autor japonés, destaca sobremanera la ambiental y relajante cadencia, mediante tomas extensas y estáticas, acompañadas de un tratamiento excepcional de los espacios, el sonido y la música envolvente. Una paz espiritual que se ve alterada por frecuentes arrebatos de violencia física y psíquica de unos seres que transitan al borde del abismo, entre quienes sobresale el personaje más fascinante de la cinta, la madre manca que se dedica encomiablemente a la pescadería pese a sus problemas físicos.
6 — Stray Dogs (Tsai Ming-liang)
El anunciado como último largometraje de la carrera de Tsai Ming-liang (El sabor de la sandía, The hole y ¿Qué hora es?), presente en el D’A de Barcelona, inicialmente muestra una mirada desencantada, cercana a la impotencia, para ofrecer una analogía enardecida de la depredación propiciada por el atroz capitalismo neo-liberal contemporáneo (un sistema político que no se preocupa de los más desfavorecidos) y sus funestas consecuencias sobre las relaciones humanas; jugando con los sentimientos de dolor y culpa de sus personajes y del espectador, sin manipularlos en ningún momento, ni recrearse demasiado en la bajeza de la miseria. A pesar de mostrar con acierto la enajenación del trabajo precario, el director asiático, como era de esperar, se preocupa prioritariamente por la alienación y el vacío existencial de una marginal familia de Taipei, presentada una vez más de un modo apocalíptico y decadente; por encima de la denuncia social. Amparado en el frío distanciamiento a través de la congelación del tiempo, Ming-liang se recrea en la relación que se establece entre sus personajes con el espacio opresivo en el que se encuentran, pero no se olvida de la introspección, la intimidad y las emociones, mediante la presentación de las acciones cotidianas más banales (que suponen un auténtico desafío para sus melancólicos personajes, y para los espectadores más impacientes) y la transformación de la realidad con su mayor apología fílmica de la parsimonia. Probablemente, la obra con una concepción más radical, pesimista, lírica y vanguardista (hay pasajes más próximos a la performance artística que al lenguaje cinematográfico convencional) de un cineasta único, de quien no disimulo mi incondicional aprecio.
5 — A propósito de Llewyn Davis (Joel Coen, Ethan Coen)
Mi película favorita de los Coen desde El hombre que nunca estuvo allí nos sumerge en la deprimente historia de un cantante de medio pelo de música folk que subsiste gracias a modestos conciertos en pequeños locales, y se aprovecha de la hospitalidad de sus conocidos para dormir. Un perdedor malhumorado, interpretado con brillo por Oscar Isaac (Sucker Punch y Drive) en su papel más importante hasta la fecha. La película cuenta con diálogos muy divertidos, distinguidos por un patetismo encantador, y ese sello tragicómico tan frecuente en sus directores mediante una narración, a priori sencilla, pero que ofrece un elaborado estudio psicológico, cargado de profundidad y mala baba, renunciando a manidos intentos de redención del antipático protagonista. Los hermanos Coen hacen gala de cierto lirismo con pequeñas analogías sobre la situación de Llewyn Davis a través de la simpática presencia gatuna, que cuenta con una trascendencia vital en el relato. No obstante, sus sobrias imágenes están acompañadas de una música folk (la mayoría tocada en directo) que destroza los oídos de los más exigentes amantes de la música, pero otorga más angustia y sordidez a las andanzas de su protagonista, y ofrece una mirada desmitificadora del mundillo de la creación musical y, muy especialmente, de la música folk. Además de Isaac, destaca su extensa galería de secundarios extravagantes, entre quienes sobresale el siniestro y somnoliento personaje del bisoñé y el bastón, interpretado por el gran John Goodman (un actor de quien los Coen siempre sacan lo mejor), con quien el protagonista comparte un delirante e inolvidable viaje en coche.
4 — Her (Spike Jonze)
Tras la decepción que supuso la descafeinada Donde viven los monstruos para quien escribe estas líneas, Spike Jonze, uno de los creadores de videoclips más potentes en el pasado, autor de las fantásticas Cómo ser John Malkovich y El ladrón de orquídeas, ha parido una obra bastante diferente, pero que raya a la altura de sus colaboraciones con el excelente guionista Charlie Kaufman, con un notorio aroma a las preocupaciones temáticas de la serie Black Mirror, imprimiendo mucha más profundidad que la serie británica. Jonze nos traslada a una enternecedora y marciana historia romántica plagada de sentimientos, en un futuro no demasiado lejano, entre un hombre y un ente virtual, sin renunciar a un satírico y muy malvado sentido del humor para analizar la dificultad de las relaciones humanas y el aislamiento propiciados por la era tecnológica y por nuestra incapacidad para aceptar el fracaso; consiguiendo una credibilidad absoluta a pesar de su, a priori, inverosímil planteamiento, como ya demostró en I’m here (un excelente mediometraje protagonizado por un robot proletario). Además de firmar su espléndido guión, con un desenlace a la altura del irreverente conjunto, el director norteamericano acierta plenamente otorgando el protagonismo a un Joaquin Phoenix que, como ya demostró en The master, se encuentra en estado de gracia; aquí en el rol de un personaje que aparece sólo en escena durante la mayor parte del tiempo, secundado por la voz de Scarlett Johanson, quien realiza una actuación admirable sin aparecer físicamente en pantalla.
3 — Sueño de invierno (Nuri Bilge Ceylan)
Nuri Bilge Ceylan (autor de obras del calado de Lejano, Los climas, Tres monos y Érase una vez en Anatolia) expone otro de sus lúcidos relatos dominados por una Introspección trascendental con derivaciones bastante ensombrecidas y enmarañadas, siempre con la ironía desbocada como elemento atenuante ante la profunda amalgama de sensaciones que salen a la luz, en un entorno idílico durante el frío invierno de la Anatolia central, que contrasta sobremanera con la exposición claustrofóbica, pero igualmente desangelada de los interiores a través de la cotidianeidad y la intimidad de sus gentes, con unas actuaciones que quitan el hipo. La ganadora de la última Palma de Oro en el Festival de Cannes nos introduce (con un incendiario metraje cercano a las tres horas y media) en la vida de un antiguo actor teatral que regenta un pequeño hotel junto a su joven esposa y su hermana, con quienes mantiene una belicosa relación. Todos los personajes principales están llenos de claroscuros, aunque quien se lleva la palma es el protagonista, un siniestro individuo de los quedan en la retina, que pese a su locuaz y atractiva verborrea metafísica sobre cuestiones intangibles se desenmascara paulatinamente con una personalidad bastante dudosa. A pesar de su belleza plástica, la cinta turca posee menor grado de lirismo y onirismo de lo habitual en su director, pero ofrece una tensión desasosegante (digna del mejor Bergman) en las relaciones entre los personajes, que se van deteriorando paulatinamente, propiciando una atmósfera irrespirable, dotada de un terror psicológico pocas veces visto en el denominado cine de autor.
2 — Under the skin (Jonathan Glazer)
El tercer trabajo de Jonathan Glazer (Sexy beast y Reencarnación), visto en el festival de Sitges y a la espera de una hipotética distribución, es una de las propuestas más arriesgadas del año; de esas que se suelen atragantar a las masas. El director británico nos introduce en un enigmático, estimulante e inquietante relato sobre una extraña mujer que seduce a los hombres solitarios en las noches de una ciudad escocesa. La cinta, a pesar de su carácter visionario y experimental no disimula ciertas influencias del cine europeo más trascendental de los años sesenta, y está plagada de brillantes analogías con múltiples lecturas que ofrecen un análisis insondable sobre la percepción y la exploración de la identidad de su protagonista, y sobre el estatus moral de la sociedad contemporánea, con una puesta en escena tan fría como apasionante, una impresionante banda sonora a cargo de Mica Levi (que propicia la inmersión absoluta en este extrasensorial viaje) y una narrativa pausada que se aparta de los cánones convencionales en el género expuesto; sin tratarnos como idiotas. Sin embargo, para disfrutarla plenamente, es aconsejable saber lo justo de la trama, debido a que una de sus grandes virtudes es el desconcierto que generan las inquietudes de su extraña protagonista, de quien vamos haciéndonos una idea paulatinamente por las actividades que desarrolla y las pequeñas pistas que son mostradas hasta su contundente desenlace. Lo más triste de todo es que la mayoría de comentarios sobre esta incomprendida maravilla de Glazer vengan por las supuestas imperfecciones del cuerpo desnudo de Scarlett Johanson, quien realiza uno de sus mejores trabajos articulando las palabras justas.
1 — Borgman (Alex van Warmerdam)
Alex van Warmerdam es un autor que lleva desde 1986 realizando propuestas cinematográficas caracterizadas por un sello muy marciano y divertido, que disfruta moviéndose entre géneros tan dispares como el drama, el thriller sobrenatural, el terror psicológico y la comedia irreverente. Aquí presenta una apasionante, insólita y delirante parábola en la que el argumento está supeditado a las dudas y el desconcierto que presentan las situaciones bajo una atmósfera onírica y mágica plagada de humor absurdo y crítica social, protagonizada por unos personajes misteriosos y excéntricos que parecen salidos de otro planeta. A pesar del estupor generalizado por su evidente ambigüedad (resulta imposible comprender plenamente las motivaciones de los agresores y los damnificados), el director de Los norteños propone un elaborado retrato del declive de la institución familiar mediante su habitual ritmo sosegado (aunque no paran de suceder cosas constantemente), aderezado con tensión a borbotones, una mórbida abstracción y hermetismo, insinuando básicamente mediante el simbolismo; siempre utilizado para desarrollar un ingenioso análisis psicológico sobre el miedo, la crueldad y la perversidad humana, sin olvidarse de la eficiencia de la manipulación, la seducción hipnótica, la pérdida de la identidad promulgada por la sociedad contemporánea, y los prejuicios racistas y sociales (representados claramente por el padre de familia). Una experiencia que puede resultar frustrante para los espectadores ansiosos por tener todo controlado porque el director neerlandés huye de la tentación de aclarar el significado de los múltiples misterios que plantea; una decisión que se antoja necesaria porque de lo contrario corría el riesgo de quedarse en una mera cinta de género con mucha menos personalidad.