Lo mejor de 2014 por… la redacción de Cine Maldito

Con la llegada a su fin de 2014, y como un año más, hacemos recolecta y recopilamos lo mejor que ha dado de sí el año en otro de tantos tops, con una particularidad: que sea cine a la sombra. Como es obvio, las habrá que han funcionado en salas e incluso han recogido algún que otro galardón, pero en el fondo les hemos prestado atención durante todo el año y ahora sería imposible dejarlas atrás por más que quisiéramos. Así que sin más prolegómenos, os dejamos ya con el listado de lo mejor del pasado año por los redactores que forman parte del equipo de esta web.

 

10 — Dos días, una noche (I) (II) (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne)

Deux jours, une nuit

Los Dardenne vuelven a la carga con otra de sus historias naturalistas sobre la marginalidad y la integración de unos personajes desprotegidos que tratan de encontrar su lugar en una sociedad que no se preocupa por ellos. La gran protagonista, además de una excelsa Marion Cotillard, es la actual crisis económica, aunque los hermanos belgas siempre han estado preocupados por la decadencia y las desigualdades provocadas por el liberalismo europeo que nos gobierna, incluso cuando su economía parecía más boyante. En esta ocasión se preocupan especialmente de la solidaridad y de la ausencia de ella, de la desesperación, y del sacrificio, preguntándose si es más urgente el bienestar del individuo o el del colectivo. Como suele ser habitual en los autores de Rosetta, se produce una fuerte conexión con el deambular habitual de sus marginados seres, de quienes nunca hay intenciones de desvelar detalles de su pasado al margen del contexto de la historia, realizando las acciones más cotidianas a través de su enfoque austero, desde el punto de vista de la protagonista; pero esta vez recurren a una estructura más reiterativa, directa y minimalista (la protagonista repite la misma pregunta cada vez, y las reacciones iniciales de la mayoría de sus compañeros de trabajo, aunque poseen diferentes matices, son muy parecidas), con una narración cargada de más diálogos y menor complejidad que en otras ocasiones. Sin embargo, consiguen una obra más próxima al tratar un tema, por desgracia, tan presente en nuestros días (que le puede suceder a cualquiera), renunciando a buena parte de sus característicos elementos alienantes que propiciaban situaciones más retorcidas y apasionantes.

 

9 — 10.000 km (I) (II) (Carlos Marqués-Marcet)

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10.000 km ha supuesto uno de los más gratos y agradables descubrimientos en un año especialmente fructífero en cuanto al cine español se refiere. Triunfadora en el Festival de Málaga, la ópera prima de Carlos Marqués-Marcet enamora desde su primer plano secuencia gracias a la cercanía que brota de cada fotograma estampado a lo largo del desarrollo de su dolorosa trama. Y es que la principal virtud de 10.000 km es sin duda su mesiánico dibujo, edificado desde la sencillez presupuestaria y dogmática, acerca de las dificultades que para la victoria de ese amor verdadero que ilusoriamente nos empeñamos en catalogar como indestructible ostenta la distancia y la separación física de una pareja que únicamente mantiene viva la llama del afecto a través de las frías conversaciones vertidas en esas nuevas e inhumanas plataformas de comunicación que constituyen las redes sociales.

Personalmente, la película me hizo sentir una intensa empatía hacia unos personajes grandiosamente interpretados por un David Verdaguer y Natalia Tena que sustentan con su pericia el eje axiomático de la epopeya. Y es que sin duda esta pequeña joya que el cine español ha forjado en 2014 refleja un itinerario emocional donde el dolor y el vacío físico componen una radiografía poderosa y muy valiente de este nuevo esquema social fundado en la incomunicación convertida en tecnología demoledora de nuestra frágil estabilidad emocional. Como apunte final, no se me quita de la cabeza esa genialidad manifestada por Marqués-Marcet para cincelar los gérmenes del sentimiento mediante las miradas derramadas por los dos protagonistas absolutos del film a ese ente depredador de afectos que resulta la irradiante pantalla de un portátil carente de alma del que emergen deprimentes e inanimadas fotos de paisajes y personas aparentemente felices.

 

8 — Ida (I) (II) (Pawel Pawlikowski)

Ida

Ida es el claro ejemplo por el cual no es necesario tirar de metraje y realizar una cinta extensa para contar una historia conmovedora, completa y sorprendente. Arrasó en el Festival de Cine de Gijón y podría llevarse la estatuilla en los premios Óscar. No esperamos menos, por ello era de obligado cumplimiento su presencia en la lista. Ida es una película sobre el cómo enfrentarse a la vida, qué camino elegir, asimilar quién es uno mismo bajo las circunstancias y sucesos pasados acaecidos y responder a ello, para así descansar y terminar viviendo en paz. Se nos explica a través de la contraposición entre la vida religiosa más acérrima y la vivida entre los excesos y el dejarse llevar. El director Pawel Pawlikowski muestra su maestría a través de una cinta en la cual no sobra la palabrería, centra el potencial en la imagen dotada de una fotografía inteligentemente bien elegida y montada, además del pequeño regalo a la vista, inusual hoy en día en nuestro cine multicolor, del blanco y negro, pues permite vislumbrar la Polonia de 1960 como si de un álbum de fotos antiguo se tratase. A su vez, la elección de los papeles protagonistas, que recaen en la bella Agata Trzebuchowska y la sólida Agata Kulesza, no podrían ser más acertados. Con tantas buenas premisas, Ida se convierte en una obra que perdurará en nuestra mente como lo mejor que este último año nos ha ofrecido.

 

7 — Magical Girl (I) (Carlos Vermut)

Magical Girl

Magical Girl. Un fondo blanco blanco rellenado de matices, de grises, de claroscuros. Un fondo blanco que se va rellenando hasta llegar a una negrura, a una oscuridad totales. Y sin embargo… hay una luz que sigue brillando en cada uno de los personajes, de las situaciones. Un aura de extrañamiento que confiere personalidad, carácter al conjunto. Un no se qué que penetra, se pega a la mente y no acaba de desaparecer.

Magical Girl es el estado hipnótico de la trascendencia. El zen, el yin y el yang. Una película que va más alla de los géneros para constituirse por verbrigracia del director en icono de lo que podríamos llamar el vermutismo. Una varita mágica donde la comprensión de los cómos y los porqués se desvanece ante lo implacable de la cadena de eventos. Como copos de nieve que caen lentamente y sin apenas capacidad de percepción, crean una capa fina al principio, juguetona a los ojos, que acaba por ser un alud dramático del que no se puede escapar.

Pero por encima de todo Magical Girl es una astilla clavada en el costado del moralismo, de la falsa ética cinematográfica. Martillo de herejes, nietzcheana en su discurso se grita que el (viejo) cine ha muerto. No se necesitan resoluciones, ni despejar las incógnitas. La x de la ecuación es la belleza en estado puro. El misterio insondable. La lagartija en la pared. La obra maestra.

 

6 — Locke (I) (II) (Steven Knight)

Locke

El hombre desconocido que camina hacia el coche y decide crear su propio destino. Tom Hardy tiene una voz proverbial que nos lleva por un largo trayecto que condensa toda una vida. No hay más que un volante, una autopista, un teléfono y ese tipo al que vamos a observar, Ivan Locke; aún así es probablemente, con tan pocos elementos, uno de los films más expresivos que pueda encontrar este año. Con el simple hecho de seguir esa voz algo atorada pero tremendamente determinante puedes llegar a la miseria de cada ser, que no es otra que convertirse en uno por sus propias decisiones y no otro más que se asemeja a eso que tanto odiamos.

El mínimo escenario donde crear esta ficción es un juego gratamente estudiado donde el personaje crece y esa prisión en movimiento es algo más que un eje por donde guiar la historia. Acepta el ahora para crear una continuidad temporal que no necesita elementos externos para crecer. Sólo están él y su probable futuro. La lágrima siempre fue fácil en el cine, la emoción es el efecto involuntario que tan bien traza Ivan Locke, ese nombre que no podrás olvidar con facilidad.

 

5 — El gran hotel Budapest (I) (Wes Anderson)

El gran hotel Budapest

Pocos directores norteamericanos actuales pintan lienzos en movimiento tan perfectos como lo hace Wes Anderson. Hablar de la perfecta simetría estética en cada plano de su cine sería no aportar nada nuevo, como tampoco lo sería mencionar su extravagante y funcional humor o que le gusta amputar algún que otro dedo en sus películas.

El director de obras como Los Tenenbaums, la magnífica Fantástico Sr. Fox o Moonrise Kingdom se desprendía en El gran hotel Budapest de la mayoría de su «repertory company» reservándoles minúsculos papeles con los que unificar su filmografía y daba rienda suelta a su imaginería con su obra más redonda, madura y para todos los públicos (especialmente debido a su cartel) de su carrera.

De ritmo perfecto, El gran hotel Budapest bascula entre golpes de humor y de nostalgia, encuadra el amor en un momento concreto carente de espacio y resulta un sinsentido con mucha gracia y lógica que asume una posición estáticamente dinámica y sobre todo optimista; un homenaje a los recuerdos y a cómo éstos se disfrutan tanto al haberlos vivido como al contarlos, si se hace bien.

Después de todo, qué es El gran hotel Budapest sino una historia que un anciano vivió durante una época que tocaba a su fin, sobre la cual otro escribió, la cual una chica leyó y de la que nosotros desde nuestro asiento somos testigos… Una de las mejores películas de 2014.

 

4 — Sueño de invierno (I) (Nuri Bilge Ceylan)

Winter Sleep

En Cannes se alzaba con el máximo galardón uno de esos cineastas cuya trayectoria es sobradamente reconocida en el panorama internacional con un título que rubrica la lucidez del cine de Nuri Bilge Ceylan. El turco, que desde los inicios de su carrera con films como Nubes de mayo o Lejano ya había demostrado ser un autor hecho de una pasta diferente, en Winter Sleep da un paso más y entrega un estimulante mosaico formado por «set pieces» y escudado en el diálogo cuya intención va mucho más lejos de lo que pudiera parecer en un principio.

El estudio de personajes al que nos arroja el turco no sólo no es eso, sino que además rehuye ciertos aspectos moralizantes: es, en el fondo, el espectador quien sigue el recorrido del protagonista y decide hasta donde llega la realidad en las múltiples conversaciones que va entablando a lo largo de la obra, en especial con su mujer. Todo ello lo maneja Bilge Ceylan de modo que en el tercer acto Winter Sleep termine descubriéndose como lo que realmente es, y rubricando que los anclajes formales poseen un cometido esencial en una cinta que parece entregada al diálogo pero en realidad también lo está (e incluso en la misma medida, si cabe) a la imagen, haciendo del séptimo largometraje del autor de Érase una vez en Anatolia una de esas joyas que van más allá del texto prefijado y son capaces de indagar en el medio como pocos cineastas lo han hecho en los últimos tiempos.

 

3 — Her (I) (Spike Jonze)

Her

Her tuvo una suerte de esbozo previo en el cortometraje I’m here, en el que Spike Jonze ya planteó un futuro donde la inteligencia artificial y la humana convivían armoniosamente, y donde las máquinas podían albergar sentimientos y crear entre sí profundos vínculos afectivos. El mérito de Jonze residía en hacer creíble y emocionante el romance de los dos androides protagonistas. Con Her da un paso más allá, tanto en la verosimilitud del tratamiento dramático (que conllevaba sus riesgos: sustituir a los robots antropomórficos de I’m here por un sistema operativo —con lo que implica de abstracción— era jugársela mucho) como en el alcance de su premisa, ya que ahora el vínculo se establece entre un humano y una máquina. Y la jugada le sale casi redonda. Hay, sencillamente, muy pocas películas que exploren con tanta finura e inteligencia nuestra relación con la tecnología y la confusa deriva sentimental a la que se ve abocado el ciudadano contemporáneo. El diseño de producción, tan carismático como realista, y la asombrosa interpretación de un entregado y conmovedor Joaquin Phoenix y de una cálida e invisible Scarlett Johanson, contribuyen a dotar de magia, dolor y poesía a esta fábula tristísima sobre la soledad y el amor, que tal vez cometa el error de subrayar en exceso su aura de melancolía, pero que sabe plantear preguntas pertinentes sobre lo que significa amar y ser amado en esta época cambiante y contradictoria en la que todos estamos más conectados que nunca… pero, también, extrañamente aislados.

 

2 — Relatos salvajes (I) (Damián Szifrón)

Relatos salvajes

Una obra maestra del cine argentino, uno de los mejores de Sudamérica, que ha generado variedad de análisis y reacciones en el mundo cinematográfico. Es un filme que intenta dejar al descubierto esos demonios internos que, a lo mejor, todos llevamos dentro, pero que en algunos casos salen violentamente a la luz para reflejar los niveles a los que pueden llegar los humanos cuando son consumidos por sentimientos de rencor, odio, venganza, etc.

La película es una comedia negra extrema, magistralmente estructurada en 6 actos (cortos), todos diferentes en la forma pero iguales en su esencia porque reflejan el comportamiento brutal al que pueden llegar los individuos no sólo por cuestiones de personalidad, sino por el entorno o situación en la cual viven.

Relatos Salvajes es una muestra de la capacidad de innovación que posee el cine gaucho y está tan bien trabajada en la composición argumental y artística de cada corto, que hace que el filme, en su conjunto, posea un ritmo sorprendente y suficiente para lograr la atención de un público ávido de emociones insólitas.

Otro detalle notorio que posee esta cinta es la ingeniosa compaginación del humor con historias de drama y suspense, como para bajar o detener cualquier aumento de tensión de espectadores que puedan sentirse identificados con algún demonio de este filme.

 

1 — Nebraska (I) (II) (Alexander Payne)

Nebraska

Como si de un paralelismo generado a propósito por Alexander Payne se tratase, el contraste entre los dos colores predominantes en la delicada y cuasi poética fotografía de Nebraska —el blanco y el negro— parece estar estrechamente relacionado con el peculiar tono de un filme capaz de generar la sonrisa más cálida y cómplice que el espectador haya esbozado frente a una pantalla para, especialmente durante su brillante último tercio, convertir toda la dulzura desplegada en un amargor especialmente conmovedor cuando el espíritu melancólico implícito en cada pasaje del relato haga, finalmente, acto de presencia.

Nebraska se ubica en un limbo que impide catalogarla con precisión, generando la duda entre si la naturaleza de la cinta se encuentra en el campo de la comedia con tintes dramáticos o, por el contrario, en el del drama más amable. Sea como fuere, el último trabajo de Payne no necesita etiquetas, siendo las sensaciones lo que verdaderamente importan.

Si bien su imagen consigue resultar evocadora por si misma, es su sensibilidad a la hora de construir y relacionar a sus personajes, cuidados hasta el mínimo detalle desde principales a secundarios, la que transforma esta road movie en un ejercicio fílmico de tantísima calidad, ayudada en todo momento por una dirección de actores magistral que ha sacado lo mejor de Bruce Dern, Will Forte, y de una June Squibb que da vida a uno de los mejores y más entrañables personajes del 2014.

 

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