Lo mejor de 2014 por… Dani Rodríguez

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Para el que esto escribe este 2014 ha sido uno de esos años malditos, virtualmente sabáticos, siempre dentro de las posibilidades que uno haya tenido para seguir al día de la actualidad cinematográfica. Uno afronta la siguiente selección con el hándicap de la imposibilidad de haber visto una gran cantidad de títulos bastante atractivos, ubicados en una lista de obligados visionados, pero que por meras cuestiones de tiempo o la centralización de una preferente visión cinematográfico a épocas pasadas ha hecho que ese gran puñado de títulos de obligada visión tengan que esperar cierto tiempo de disfrute para el que esto escribe. Por ello, a continuación encontramos algunas de las películas que a modo personal ya aparecían en la lista proporcionada para el top de 2013, pero que merecen una inclusión al ser estrenadas en salas comerciales nacionales durante el recientemente extinto 2014. La siguiente lista de mis favoritas del año que acaba de finalizar fácilmente hubiese resultado bastante diferente de haber visionado todo lo que uno querría. Aun así, nos encontramos con unos films que parecen simbolizar el estado del cine actual en su lado más vanguardista, lo que da entidad a una lista que espero que escenifique el panorama actual de la producción que tan buena acogida tiene en Cine Maldito.

 

10 — Nymphomaniac vol. II (Lars Von Trier)

Pobres de aquellos que solo aprecien perversión y provocación en el doble volumen con el que Von Trier relata durante 4 horas la historia de la ninfómana interpretada por Charlotte Gainsbourg. Elementos como la sensualidad, el romanticismo de baratillo y los más explícitos recovecos del sexo se unen bajo todo un ejercicio narrativo plagado de connotaciones visuales y morales donde el director parece indagar en un regreso a sus orígenes más radicales y viscerales, alejándose del calado intimista de sus últimas obras. Aún así, y a pesar de la separación de metraje no partidaria por el director, este volumen 2 de Nymphomaniac complementa al primero resolviendo muchos de los interrogantes que aquel pudiera ofrecer. Esta oda al diálogo intercalado con escenas de pretendida morbosidad acierta en no caer en lo gratuito de su extremismo, para alardear de su radicalidad a favor de las dobles lecturas que se puedan sacar sobre ella.

 

9 — Blue Ruin (Jeremy Saulnier)

Jeremy Saulnier ya había impreso en su primigenia Murder Party las texturas de la comedia bajo una etiqueta clara de cine de terror. Esta heterogeneidad de géneros alcanza un escalón más exitoso en Blue Ruin, la historia de un vagabundo que cabalga sin rumbo las carreteras secundarias norteamericanas a bordo de su Pontiac azul. Una noticia funcionará como punto inflexión dramático y estilístico para la película, momento en el que Sauliner nos presente una revenge movie estilizada al extremo y con un crudo y agrio enfoque visual y mordaz sentido de lo macabro. Violenta y excesiva muestra de las mejores diatribas de su género, Blue Ruin se separa de este afianzándose como una redonda potenciación de la atmósfera carente de diálogo pero rica en estilo, que nos descubre a Macon Blair como un intérprete totalmente a tener en cuenta. El trabajo de dirección permite además visionar una cruenta atmósfera, donde Saulnier sabe perfectamente el artilugio que tiene entre manos y la forma de desarrollarlo. Visceral vuelta de tuerca al cine de venganzas que no deja indiferente.

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8 — El Gran Hotel Budapest (Wes Anderson)

Wes Anderson sigue fiel a su peculiar, personal y extremadamente singular visión de la comedia con esta historia que nos transporta al ambiente costumbrista de la Europa de los años 30. Un espectacular Ralph Fiennes, que adopta en su rol protagonista el más fino aspecto de la mordacidad de la película, se convierte en la principal herramienta para construir este universo estrafalario y extravagante; en él cada uno de los hitos de la trama son expuestas con una inmensa aflicción que se ve enmascarada por las excentricidades habituales de Anderson. Una visión ingeniosa, aguda y muy perspicaz de los paisajes sociales de esa Europa central en continúas revueltas belicosas, que aquí muestran a un variopinto y encantador abanico de personajes dotados del ingenio de un reparto en estado absoluto de gracia. El enorme trabajo de dirección, embellecido por una luminosa partitura musical, consagra a Anderson como uno de los más completos narradores de su género, en donde sigue destacando esa auto-obligada impronta autoral.

 

7 — Ida (Pawel Pawlikowsky)

El regreso de Pawel Pawlikowsky al panorama indie europeo ha supuesto posiblemente su film más aclamado y reivindicado a nivel internacional. La historia de una joven monja llamada Anna, a punto de cumplir sus votos finales, es presentado en un formadísimo acabado de elegante blanco y negro que viene a relatar un dibujo interior del sentimiento de la fe, iniciado justo en el momento en el que a la novicia se le notifica un hecho pasado para nada esperado por ella. Excelsa realización, formal, lenta y sumida en una elegancia narrativa que acabará cautivando a todo aquel que entre en la historia, en el poso interior de sus personajes se encontrará la dureza de una historia que esconde mucho más de lo aparenta. Sobrias intenciones y puesta en escena clasicista encumbrarán las dos interpretaciones protagonistas, como perfecto retrato de la crudeza y la conmoción emocional. Sus medidas formas de expresión acaban componiendo un abanico emocional contenido pero perversamente enternecedor, en un drama intimista de un clasicismo tremendamente significativo.

Ida

 

6 — Alabama Monroe (Felix Van Groeningen)

La última película del belga Felix Van Groeningen parte de una premisa no alejada de muchos de los convencionalismos de las más recurridas historias de amor. Dos almas opuestas que sienten un inexplicable poder de atracción, acariciando el drama de la historia desde su origen, auge y triste desenlace. Pero donde Alabama Monroe supera la media de manera grotesca es en su capacidad de hacer sentir el circunspecto abanico emocional de los protagonistas a través del principal motor de conexión emocional de Elise y Didier, la música. El sentimentalismo es llevado hasta el extremo de una manera medida y magnífica, donde el auge de las emociones conmueve y el desemboque fatalista traumatiza. Una historia contada de manera cercana e intimista, maquillada de manera inteligentísima por la radiante luz de sus maravillosos números musicales. Mención aparte merece la conexión, química y nexo perfecto entre la pareja principal de intérpretes, esenciales culpables de que esta medida muestra del exceso emocional cale hondo casi sin proponérselo. Una nueva muestra de sentimientos contados a través de la música, aquí bajo el característico marco del country más genuinamente americano.

 

5 — Los huéspedes The Innkeepers (Ti West)

En su cuarta película como realizador, Ti West ya tenía marcado un peso específico en el optimista panorama del terror actual. Encuadrado en el grupo de esa pandilla de jóvenes cineastas con un claro sentido reivindicador del género y donde parece prevalecer su posición de espectador a la de realizador, en Los Huéspedes se aprecian las intenciones de querer indagar por otras texturas diferentes dentro de su reactualización de viejas diatribas del terror. Aquí se requiere la clasicista premisa de la casa encantada, aquí un hotel a punto de cierre custodiado pos sus dos últimos empleados, los mismos que sufrirán en sus carnes el peculiar ejercicio de terror atmosférico que ejecuta con solvencia West. Un paso más dentro de la fina y nostálgica mirada al pasado del director, presentando aquí los clásicos engranajes de las tramas de las casas encantadas en un envoltorio que ofrece el suspense bajo una serie de trucos visuales planteados con inteligencia. Sirve de paso para apreciar el manejo de West bajo una etiqueta del fantastique en una índole sobrenatural, algo alejada de los viscerales resultados gráficos de sus producciones pasadas.

The Innkeepers

 

4 — Miel (Valeria Golino)

De Miel sorprende sobremanera los encuadres narrativos que introduce Valeria Golino, quien afronta aquí su ópera prima. La historia nos presenta una femme fatale descontextualizada cuyo oficio se centra en la de facilitar una pronta y rápida muerte a todos aquellos enfermos que lo deseen. Un tema que se niega a escapar de las garras más enjuiciadas de los debates morales y que aquí planteado con una seriedad y madurez totalmente inesperados, haciendo de la película muy modesta en pretensiones pero tremendamente completa en la composición de sus valores artísticos. El enfrentamiento moral entre nuestra protagonista y su extraño antagonista es sutil, directo, elegante y moralmente perturbador. Este es presentando y expuesto en pantalla bajo una narración cuidada al milímetro, de excelentes apuntes visuales (su cristalina fotografía le da un look europeísta fabuloso) y de una complejidad en su fondo mucho más destacable de lo que pueda aparentar a primera vista. Reiterando, es su madurez formal presenta a Golino como una realizadora muy a tener en cuenta, en vistas al personalísimo tratamiento que hace de su debut fílmico.

 

3 — A propósito de Llewyn Davis (Joel Coen, Ethan Coen)

Unos hermanos Coen ya asentados en el sector más mainstream de la industria (el éxito de No es país para viejos está aún reciente) vuelven a su faceta más underground con este film, que nos invita a seguir el periplo del desconocido músico folk Llewyn Davis a través de las pluviosas calles del Greenwich Village neoyorquino. Fábula sobre el fracaso y el dolor envuelto de los matices surrealistas que pueden llegar incluso a recordar a éxitos pasados de la casa como Barton Fink, dentro de un milimetrado esquema plagado de referencias culturales y un sentido reverso cómico sobre una de las figuras más recurridas del universo Coen: el perdedor. De nervio provocador y un humor negrísimo, la película presenta a un fabuloso Oscar Isaac recorriendo la travesía moral del personaje, a caballo entre la tragedia y el misticismo y bajo el cual se nos regalan un pequeño grupo de secuencias musicales de sentida concepción. Para redondear la propuesta, y también como marca de la casa, un grupo de exquisitos personajes secundarios que engrandecen una historia de esencia trágica, pero cubierta de exquisita comicidad.

Inside Llewyn Davis

 

2 — Nebraska (Alexander Payne)

Nebraska es un estado norteamericano repleto de llanuras vacías, pequeños poblados urbanistas desangelados y la cotidianidad de la costumbrista vida de sus habitantes. Woody es un anciano senil que pretende viajar a Lincoln para cobrar un premio que en realidad nunca ha ganado. Estos dos elementos son bajo los que Payne construye una de las películas más bellas del año, envueltas aquí en un blanco y negro árido que fotografía el espíritu crepuscular de su protagonista además de envolver la faceta más triste de la comedia de personajes. Y es que, de entre todas sus virtudes, la más destacable herramienta de Payne en su Nebraska es la reversión de los aspectos cómicos de su teatralidad, que enseñan el lado más amargo del gag y la vertiente más jocosa del drama suburbano. Bruce Dern brilla sin contemplaciones en la construcción de su Woody, en un papel que borda sin paliativos y bajo el cual nos sumergiremos en esta Nebraska que esconde una profunda congregación de sentimientos bajo sus aparentemente modestos artilugios.

 

1 — La Isla Mínima (Alberto Rodríguez)

Su argumento la podía haber hecho pasar sin pena ni gloria por las carteleras españolas, como prototípica trama de una pareja de policías de carácter opuesto enfrentados a un homicidio misterioso. Pero a Alberto Rodríguez no le interesa seguir de manera lineal las constantes del policiaco, sino que prefiere presentar todo un ejercicio de estilo que nos traslada a la España profunda castiza y deprimente, como escenario claustrofóbico en su contorno más ambiental. Drama psicológico en concordancia a una ejecución asombrosa de la tensión narrativa, que lleva las almas perdidas de su pareja protagonista a un crepuscular y apagado universo donde el thriller se construye bajo unas texturas visuales insultantemente laboriosas. De atrayente calado atmosférico, que impide despegar los ojos de la pantalla durante sus 105 minutos, las interpretaciones de Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez redondean aún más la potencia dramática de un relato que, en sus ampulosas intenciones artísticas, no descarta incluso codearse con los farragosos e incómodos tratados del terror rural.

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