Cualquiera que alguna vez haya hecho en su vida una lista cinematográfica se habrá dado cuenta de la dificultad del proceso, siempre que se haga con más o menos criterio. En el caso que nos ocupa, en el que la misión es impregnar la visión personal de lo mejor que ha deparado el pasado 2013 en el mundo del cine, lleva consigo la ardua labor de agrupar una serie de películas que hayan destacado por su calidad dentro de los estamentos que calibran eso que denominamos cine maldito, cinema bis, cinematografía de vanguardia o como quieran llamarlo.
Ya en la valoración estrictamente personal del que esto suscribe, cabe decir que por las salas comerciales han ido circulando a lo largo de los 12 meses anteriores alguna que otra joya fuera del sector más potente del “mainstream”, que supondría un oasis entre un cinematografía comercial que ha dejado pocas piezas para el recuerdo. De entre ellas, las últimas obras de autores fetiche como Nicolas Winding Refn, Rob Zombie o James Wan, se aúpan en varios puestos preferentes del siguiente listado, coincidiendo en los tres casos el admirable desarrollo que los tres realizadores han hecho de su peculiar estilo. Gran parte de este resumen se enriquece de mucho de lo exhibido en el pasado Festival Internacional de cine de Gijón, certamen al que afortunadamente pude acudir y que como cada año supone un exquisito repaso a lo mejor que circula por las cinematografías paralelas o minoritarias. La ganadora Ida, lo último del interesantísimo Pawel Pawlikowsky, o la ópera prima como directora de la actriz Valeria Golino Miele (exhibida en una de las secciones paralelas), por poner un par de ejemplos, parecían ya fijas en esta lista nada más concluir su visionado.
Para concluir esta introducción, y dentro de un alegato de sinceridad, he de reconocer que no he podido aún visionar piezas como La gran belleza de Paolo Sorrentino, Spring Breakers de Harmony Korine o La vida de Adele de Abdellatif Kechiche, aupadas por una amplia mayoría como de lo más destacable del pasado año. Amplío la reflexión, ya como ferviente amante del cine de género, con algunas cintas exhibidas en el pasado festival de Sitges, como pudieron ser The Green Inferno de Eli Roth o The Sacrament de Ti West, autores con los que simpatizo fielmente hacia su manera de entender el fantástico y de los que estoy completamente seguro que hubiesen colado sus cintas en la siguiente lista.
10 — Gabrielle (Louise Archambault)
Esta historia de amor entre dos discapacitados se alzó con el premio al mejor actor en el pasado Festival de Cine de Gijón, concedido para Alexandre Landry, quien sufre realmente dicha patología al igual que su compañera de reparto. No es de extrañar, ya que el trabajo actoral engrandece una película modesta en pretensiones y soberbia en sensaciones. Historia con un gran peso trágico-cómico donde la directora canadiense Louise Archambault ofrece un retrato de las más internas emociones desde un amor tan incomprendido como pasional, tan necesitado como inmerecidamente prejuzgado. Gabrielle y Martin se sienten, se necesitan y se enamoran. Pero deberán labrar una lucha con un exterior que no comprende, ni parece querer entender, que lo que se ha despertado en ellos es un sentimiento tan interior como independiente.
9 — Blue Ruin (Jeremy Saulnier)
Dwight es un vagabundo sin otra preocupación que la de deambular por las carreteras americanas. Todo cambiará cuando una noticia cambie de manera abrupta sus hábitos. Así se iniciará esta estrambótica historia de venganza donde Saulnier imprime con garra un estilo visual apabullante a esta cinta de alma sórdida y con el desarrollo paulatino de una comicidad negrísima. El punto de inflexión donde nuestro protagonista abandona su aspecto primitivo por la pulcritud inicia el segmento más crudo de una película que esconde un trasfondo mucho más amargo de lo que aparenta. El film transporta un tema tan recurrente como las “revenge movies” por unos senderos autorales donde un apabullante trabajo de dirección y tratado de los arquetipos de su especie ahogan con creces algunas insignificantes lagunas narrativas ofreciendo de paso una de las sorpresas de la temporada.
8 — Ida (Pawel Pawlikowsky)
Pawlikowsky se alzó por segunda vez con el gran premio del Festival de cine de Gijón con Ida, la historia de una novicia que va en búsqueda de su último familiar vivo, viaje emocional que le servirá para conocer un oscuro pasado que la obligará a descubrirse así misma. Película que rezuma una enorme belleza en su formalidad, gracias al espléndido tratado del blanco y negro y el clasicismo que supura su puesta en escena. Inmejorable envoltorio para el colosal duelo interpretativo entre las dos actrices protagonistas, dentro de un universo frío, amargo y emocionalmente devastado. Dos almas perdidas y opuestas que buscarán ese punto en común necesitado en un espacio desolador donde se citan un origen no esperado, un replanteamiento espiritual y el choque de dos seres humanos con necesitados nexos de unión.
7 — El pasado (Asghar Farhadi)
Mucho tiene en común la última película de Asghar Farhadi con su anterior y exitosa Nader y Simin, una separación. En ambas se nutre de un conflicto interpersonal para poner a sus personajes contra las cuerdas dentro del terreno emocional. Le Passé narra con un ritmo sosegado el drama de una familia rota. Farhadi retrata con firmeza y angustiosa templanza el dolor de unos personajes que no ven más allá de unos sentimientos refrenados y la imposibilidad de evadirse de un pasado anclado en la memoria. Sensacional muestra del retrato del drama y la descripción lírica de las emociones, en un film cuya sencillez formal envuelve la dureza de una historia de dolor y separación.
6 — Alabama Monroe (Felix Van Groenigen)
Una de las sensaciones del año, que ha dado que hablar en cada certamen en el que se ha exhibido. La historia de amor entre dos almas opuestas pero cuyo destino parece estar inequívocamente unido es el eje narrativo de un melodrama cuyo juego de flashbacks propone una original manera de relatar un apasionado romance truncado por la tragedia. Alabama Monroe habría pasado totalmente desapercibida si no llega a ser por narrar de manera tan realista y dramática las caídas emocionales de su pareja protagonista, nutriendo la historia con unas bellísimas escenas musicales que en su ejercicio formal conmueven y enriquecen una historia tratada con tal inteligencia que deja un gusto estremecedor.
5 — Miele (Valeria Golino)
La opera prima de Valeria Golino tras una carrera interpretativa de irregular desarrollo supuso una gratísima sorpresa. La madurez con la que la directora plasma en pantalla esta historia con la polémica temática de la eutanasia como telón de fondo no se queda sólo en lo estilístico. Además de lucir un look que potencia el clasicismo de su poder visual (inteligentísimo uso del plano corto y el encuadre), destaca la forma tan plácida de narrar la historia que permite su disfrute como bien se merece, y el aprovechamiento de la feminidad icónica de su protagonista. El film ofrece una reflexión adulta de su peculiar temática sin caer en lo gratuito, dejando para el recuerdo imágenes realmente bellas.
4 — Expediente Warren: The Conjuring (James Wan)
Wan pertenece a una generación de cineastas en cuyos trabajos se siente un amor incondicional al terror de antaño. Con este film culmina su paso por el género con un impresionante rescate de viejas fórmulas, en un ejercicio de estilo que se solidifica a partir de una serie de tópicos (re)construidos con inteligencia, nervio y una eficacia espectacular. Atmósfera apabullante al servicio del excelente tratamiento que Wan realiza del terror “old school” en un apabullante alegato de amor hacia la impregnación de lo sobrenatural en la gran pantalla. El film supone la madurez creativa de un autor que ha demostrado con su filmografía saber manejar con solvencia los manierismos del género, y The Conjuring es la incuestionable (y más adulta) muestra de ello.
3 — La caza (Thomas Vinterberg)
El espíritu profundamente dramático y desesperanzador que destila la última película de Thomas Vinterberg se enriquece a través de la interpretación de Mads Mikkelsen cuyo personaje padecerá el sufrimiento emocional extremo de esta sobrecogedora historia. El film se puede convertir en una experiencia irritante debido al clima tan desesperanzador que genera, a través del cual Vinterberg hará partícipe al espectador con un incomodísimo dibujo del dolor, la incomprensión, y su desolador retrato social. Un film de dureza extrema envuelto con el sombrío paisaje danés que parece reflejar lo triste y luctuoso de su trasfondo.
2 — The Lords Of Salem (Rob Zombie)
Al igual que Wan en The Conjuring, Rob Zombie alcanza lo más profundo de su madurez creativa en este impresionante ejercicio de estilo que parece el único camino que podía seguir su irrefutable filmografía. Zombie utiliza la vieja leyenda de las brujas de Salem para ofrecer una historia trágica que escupe en cada plano ese gusto malsano, de sensibilidad maloliente y trasfondo sucio con el que Zombie expresa su amor por el fantástico. Esta visión primitiva de la celebridad y conquista del mal supone una nueva plasmación por parte del director de sus obsesiones estilísticas y formales pero en un nuevo terreno para él, donde el dibujo de la atmósfera prima y eleva sus señas de identidad fílmicas por caminos donde se vislumbran unas renovadas capacidades para retratar el terror dentro de una admirable y tenaz auto-fidelidad autoral.
1 — Sólo Dios perdona (Nicolas Winding Refn)
Si hay una palabra con la que podemos relacionar a la última película de Nicolas Winding Refn es poesía. Y es que en esta historia de venganza no importa tanto lo que cuenta como las maneras con las que el director danés construye su film. El potentísimo look visual que impregna cada plano de Only God Forgives es la principal arma del cineasta para retratar la suciedad moral de su conjunto de personajes, lo anárquico de su peculiar universo o la lírica inherente a su discurso. Pocas veces veremos un tratado tan elegante, épico e inspirado sobre una historia de venganza, en un film que en cada plano guarda un mensaje, expulsa un sentimiento y genera la sensación de estar observando la cruel belleza de una obra de arte.