Lo mejor de 2012 por… Nacho Villalba

Siempre que me dispongo a valorar cuánto ha dado de sí el año cinematográficamente hablando (y siendo consciente siempre de lo mucho que, sin duda, me ha quedado por ver; es decir, del carácter completamente provisional de la lista que voy a elaborar), intento reparar en tres factores: el descubrimiento (o la novedad), la consagración (o el renacimiento) y, finalmente, el riesgo o la capacidad de innovación de los directores y títulos que han marcado el año. A veces (las mejores) coinciden dos o hasta tres de estos factores en una misma película, aunque es poco frecuente. A veces, también, ocurre que algunos de estos factores ni siquiera acontecen, aunque afortunadamente tampoco es habitual.

Este 2012 nos trajo un poco de todo: nos descubrió, por una parte, el talento para el cine mainstream inteligente de Josh Trank y Max Landis (retoño del gran John Landis), capaces de reformular en clave oscura el cine de superhéroes (demostrando, además, un pulso visual envidiable), o del gran Joss Whedon, cuya Los Vengadores hacía gala de un poderío nada desdeñable. Además, puso en la palestra a figuras tan prometedoras como las de Sean Durkin, Gerardo Naranjo, Jeff Nichols o Valérie Donzelli.

Supuso, también, la reafirmación del buen estado de forma de gente reputada como Kitano (que retornó al cine de gangsteres con un pesimismo aún más acusado de lo habitual), Spielberg (con una película tan discutida y excepcional como War Horse, otra obra mayor dentro de su envidiable filmografía), Wes Anderson, Takashi Miike, Tim Burton, Scorsese, Herzog, Soderbergh, Alexander Payne o un Clint Eastwood que vuelve a recuperar el nivel de antaño tras un par de películas muy decepcionantes, mientras se confirma el talento de otros autores de más corta trayectoria pero ya de  innegable solidez, caso de George Clooney y Andrew Dominik.

Por último, el 2012 trajo vientos frescos cargados de riesgo, valentía y personalidad. Los casos del español Carlos Vermut o del francés Léos Carax son quizás los más reseñables, aunque no conviene olvidar aquella miniatura brillante y conmovedora llamada It’s Such a Beautiful Day, que sitúa a Don Hertzfeld entre los grandes autores de su generación.

Considerando lo anterior, aquí va una humilde selección de títulos que han hecho disfrutar como un enano a quien esto escribe, si bien hay todavía demasiado material en el tintero (los últimos trabajos de Pablo Berger, Steve McQueen, Bertrand Bonello, Alain Resnais, Nacho Vigalondo…) como para considerar dicha lista algo así como definitiva. Quede, simplemente, como un muestrario parcial del buen nivel de este 2012 ya cada vez más lejano.

 

10.  En la casa (François Ozon)

Ozon añade otro juguete perverso a su colección particular, utilizando, como es habitual en su cine, un motor narrativo que domina muy bien: la aparición de un elemento extraño que pervertirá el funcionamiento de un determinado grupo social (habitualmente, una familia de corte burgués que esconde demasiados secretos en el armario), poniendo en evidencia su verdadera naturaleza. Menos aparentemente satírico que de costumbre y con menor tendencia al trazo grueso y caricaturesco, Ozon, no obstante, se las apaña para ir tiñendo progresivamente su naturalismo inquietante de un color ácido y levemente surrealista, articulado habilidosamente a través de un juego literario (ya ensayado parcialmente en La piscina) que enreda a los personajes y a los propios espectadores en la maraña de deseos, vergüenzas, frustraciones y mentiras que conforman su existencia (quizás toda existencia). Un Ozon lúcido, travieso y estimulante.

 

9. Miss Bala (Gerardo Naranjo)

Esperaba otro ejercicio de lumpen latinoamericano más bien tirando a convencional (algo tipo Rosario Tijeras), pero no este riguroso, complejo y apasionante ejercicio de estilo. La transparencia de su crítica social no impide que la película triunfe en su apuesta narrativa y estética, muy realista y perturbadora en la forma en que nos sumerge en ese oscuro mundo criminal (tristemente de actualidad desde hace años, sólo hay que asomarse a la sección internacional de cualquier periódico para darse cuenta), y muy hábil filmando la violencia en virtuoso plano secuencia, sacando petróleo del fuera de campo. Más allá de su valor cívico o social, Miss Bala tiene interés por descubrirnos a un cineasta muy capacitado que no teme tomar decisiones arriesgadas si así lo cree conveniente.

 

8. Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin)

Si hay una ficción capaz de describir de modo realista qué debe sentirse al vivir atrapado en una secta, esa es Martha Marcy May Marlene. La sensación constante de amenaza, de turbiedad, lo malsano del ambiente en el que se mueve la protagonista, es el mayor mérito de una cinta estructurada inteligentemente en flashbacks, donde el presente aún vive intoxicado por la cercanía del pasado en la comunidad sectaria, enquistado en la joven como un tumor que le impide progresar en su día a día, recuperar una cierta estabilidad o sensación de normalidad. Desasosegante e hipnótica, puede que sea un tanto previsible en su desarrollo, pero el talento descriptivo y narrativo de su director y la excepcional interpretación de Elizabeth Olsen hacen de ella una de las verdaderas joyas de la cosecha indie del 2012.

 

7. The Deep Blue Sea (Terence Davies)

Siempre he tenido a Terence Davies por uno de los directores más antipáticos dentro del círculo gafapasta contemporáneo, pero reconozco que en The Deep Blue Sea (el drama romántico más penetrante y sutil de la temporada) su cine frígido y ceniciento ha mutado en otro majestuoso y delicadísimo, en el que la emoción se filtra silenciosamente a través de una puesta en escena férrea y precisa, de una intimidad exuberante (diablos, ¿cómo se consigue eso?) que encuentra su particular sublimación en la minimalista y emotiva interpretación de Rachel Weisz. Una película, en definitiva, de una elegancia cortante y embriagadora.

 

6. Outrage (Takeshi Kitano)

Vuelve Kitano a los terrenos de la ‹yakuza› que tanto prestigio le reportaron, pero algo ha cambiado. Se percibe ahora un importante vaciado emocional, los personajes parecen más bien cifras en un tablero, figuras algebraicas dentro de un particular y estilizado juego de la muerte. Kitano está desencantado de todo y filma a estos mafiosos abonados a la fatalidad con una frialdad aséptica, muchas veces hipnótica, comprendiendo que la traición es la moneda común en un mundo definitivamente carente de valores. Un Kitano que parece haber perdido la fe en la humanidad, aunque no su mala leche ni una sola pizca de su enorme talento.

 

5. Chronicle (Josh Trank)

Si no fuera por Diamond Flash, probablemente la película de superhéroes del año. ¿Los Vengadores? Sí, son muchos y molones, pero me quedo con la vulnerabilidad de estos jóvenes inesperadamente convertidos en superhombres nietzscheanos, capaces de convertir sus temores y frustraciones en brutales armas de destrucción masiva. Poco importa si no siempre sabe justificar el recurso estético-narrativo del metraje encontrado (su fabuloso clímax final lo traiciona puntualmente), porque la película se va volviendo progresivamente oscura e inquietante, logrando momentos de fascinante maldad rodados con verdadero ingenio y talento. Como decía la tía May: «un gran poder conlleva una gran responsabilidad».

 

4. Diamond Flash (Carlos Vermut)

La película (española) suicida del año. Una cinta sobre superhéroes donde hay lugar para la pederastia, los malos tratos, el lesbianismo y la brujería, y donde el superhéroe de turno apenas sale en un par de escenas. Concebida para desconcertar al personal, la película de Vermut asombra y admira por su inteligente construcción narrativa, por la brillantez de sus diálogos y por la valentía de su autor a la hora de mezclar géneros y temáticas resultando en todo momento personal y rehuyendo siempre lo banal y gratuito. Un puzle largo y estimulante en el que todas las piezas encajan, incluso las que no están.

 

3. Hara-Kiri: muerte de un samurái (Takashi Miike)

Takashi Miike se enfrenta al reto de reinterpretar un clásico intocable de la filmografía nipona, y lo hace desde un respetuoso y aparente clasicismo, que en realidad esconde la esencialización de una particular poética personal (violenta, jodidamente violenta) basada en la templanza de unas imágenes que hierven bajo su superficie. El resultado es un melodrama de época terrible y enfermizamente bello en su registro de locura y dolor, con el que Miike pule un estilo fundamentado en el rigor y en un clasicismo oscuro, magnético, que en realidad resulta verdaderamente moderno. Un título mayor dentro de su filmografía, aunque tal vez no lo parezca.

 

2. Holy Motors (Léos Carax)

La película (extranjera) suicida del año. Léos Carax, perro verde entre los perros verdes, entrega un mutante homenaje al cine que explota en todas direcciones: horror grotesco, melodrama musical, drama de cámara, sátira surrealista… Película desafiante y poliédrica, permite ser analizada y disfrutada desde prácticamente cualquier ángulo que el espectador desee, haciendo que su reflexión sobre la identidad, la naturaleza y función del cine o la alienación del hombre contemporáneo sean únicamente la parte más visible de un iceberg vasto y apasionante.

 

1. Moonrise Kingdom (Wes Anderson)

Anderson sublima su propio estilo, convirtiendo la precisión casi matemática de su puesta en escena en un vehículo perfecto para capturar la magia del primer amor (y el desgaste de los viejos amores) en otro híbrido tan artificial en sus formas como delicado y conmovedor en su fondo. ¿Hay alguna escena más pura y hermosa que aquella en la que los dos jóvenes enamorados se entregan en la playa a sus primeras prácticas amatorias, con la música de Françoise Hardy de fondo?

 

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