Pocas veces un slogan fue tan premonitorio como el de la última edición del Festival Internacional de Gijón. «Llueve cine» fue la frase escogida, y la lluvia acompañó la inmensa mayoría de las proyecciones que durante los nueve días en los que Gijón se convirtió en epicentro cultural del escenario cinematográfico mundial. Una nueva edición que como cada año ha crecido en espectadores y seguimiento, erigiéndolo como una de las citas más importantes del circuito de festivales europeo, no conformándose únicamente con una delimitación nacional. El FICX ha afianzado de nuevo su compromiso con el cine menos convencional y desprejuiciado, que se escapa a las aristas de lo comercial para apostar por esos nuevos lenguajes alimentados por el plantel formado por las nuevas voces del séptimo arte. Un repaso por todo lo que han dado de la mayor parte de las secciones, en las que el comité de programación ha mantenido su carácter transversal, es el mejor resumen para exponer lo que ha dado de sí esta edición número 57 del certamen asturiano.
La Sección Oficial, como una de las armas de representación del espíritu del festival, ha permitido disfrutar al público gijonés de un buen número de interesantes obras que mayoritariamente ya venían respaldadas por un gran apoyo de la crítica internacional; Vitalina Varela, último trabajo del portugués Pedro Costa y gran vencedora en el palmarés, fue una de las cintas que mayor aceptación tuvieron, demostrando el buen hacer minimalista de uno de los cineastas más interesantes del panorama actual. También a competición entraron obras como A White, White Day, última creación de Hlynur Palmason, la existencialista El viaje de Lillian de Andreas Horvath, la cinta de animación Las vidas de Marona, Rounds de un ya habitual al FICX Stephan Komandarev, o Sword or Trust con Lynn Shelton representando la actual escena indie norteamericana (al igual que Harmony Korine con The Beach Bum), que fueron algunas de las que encandilaron tanto a público como crítica dentro de una sección donde también cabe señalar la presencia de la realizadora asturiana Elisa Cepedal con El trabajo, o a quien le pertenece el mundo, cinta que reafirma el apoyo que desde el FICX se da a las obras realizadas tanto dentro del Principado de Asturias como bajo la óptica de la cada vez más habitual presencia de mujeres en el ámbito de la dirección.
Secciones paralelas como Rellumes volvieron a dejar hueco a los emergentes talentos de la escena internacional, donde destacaron obras como el sombrío viaje a la Galicia rural de As mortes, la inesperada oscuridad formal de Daniel fait face o una de esas tan agradecidas aportaciones de género como fue la alocada revisión del cine de muertos vivientes vista en Die Kinder der Toten, así como una de las grandes sorpresas para el que esto suscribe, Don´t just think I´ll scream y su atrevido ejercicio de metalenguaje. Nuevamente, el FICX se hermanó con el Festival de San Sebastián bajo el ciclo Crossroads, exhibiendo excelsas muestras del escenario internacional como El lago del ganso salvaje de Diao Yinan o la extraordinaria última película de Bertrand Bonello, Zombi Child. Llendes apoyó nuevamente el ímpetu menos comercial de algunas producciones actuales, donde pudieron disfrutarse la mirada vanguardista de Marie Losier en Felix in Wonderland o Ben Rivers en Ghost Strata. Esbilla afianzó su posición de sección ecléctica dentro de la programación, gracias entre otras a cintas como el Ham on Rye de Tyler Taormina o el viaje retro-futurista propuesto en una de las muestras más desprejuiciadas de la programación, Jesus shows you the way to the highway.
El FICX apostó también por su encantador homenaje a los orígenes del festival, enmarcado en esa sección llamada Enfants Terribles, que hizo que una multitud de estudiantes asturianos mostraran su apoyo al certamen llenando las salas. Pero, fuera de cada una de las delimitaciones genéricas de la programación, el público también disfrutó de los cada vez más habituales pases especiales, los Industry Days, esa “noche innombrable” de Jesús Palacios que esta ocasión trajo al público asturiano un fina muestra de exceso como Extra Ordinary, la exposición dedicada a David Lynch (que vino acompañada de la proyección tanto de Eraserhead como de los desconocidos cortometrajes del cineasta norteamericano) y, por supuesto, las inevitables retrospectivas que ya son una seña de identidad del certamen: Franco Piavoli, Axelle Ropert, Elena López Riera, María Cañas y Stefan Ivancic fueron las figuras homenajeadas en este FICX que volvió a mostrar su infatigable apoyo al mundo del cortometraje, tanto con una sección oficial propia como con la habitual dedicada a los realizadores asturianos.
57 ediciones son las que alcanza el Festival Internacional de Cine de Gijón, y lo hace en un estado de forma muy saludable. Una cita que merecidamente se ha ganado el ser ya no sólo el más importante evento de la escena cultural asturiana, sino también un cada vez más relevante peso dentro del ámbito internacional de certámenes cinematográficos gracias a su infatigable lucha de codificación de un espacio propio en el que dar cabida al espectro más vanguardista del panorama internacional, que le permite tutearse con otros festivales de mayor prestigio. Tan sólo queda contar ya los días para esa esperadísima edición número 58, donde Gijón volverá a convertirse en una agradecida tormenta de buen cine.