A menudo me refiero al cine francés como la única industria cinematográfica que no ha dejado de ofrecernos excelentes producciones en ningún momento de la historia del cine (Jean Renoir, Marcel Carné, Max Ophüls, François Truffaut, Louis Malle y François Ozon, por citar algunos ejemplos, nos dan una buena muestra de cine francés de calidad perteneciente a distintas épocas). Desde luego, este hecho es extrapolable al terreno contemporáneo; uno de los factores que lo evidencian es cómo el cine francés sigue ofreciéndonos deliciosas comedias incluso cuando dicho género parece haber perdido todo su prestigio en el resto del mundo. No es comparable, por ejemplo, la finura y la elegancia de Bienvenidos al norte con el fallido gamberrismo de Resacón en Las Vegas, como tampoco tiene nada que ver el ácido y provocador retrato social de Besen a quien quieran con la convencional e ingenua Virgen a los 40. Se trata, sin duda, de una cuestión de formas: la sutileza en frente a lo evidente, el discurso entre líneas ante la obviedad… Pero también se trata de una cuestión mucho más primaria: la buena elección del discurso.
Sobre esto último, no es ningún disparate decir que Llévame a la luna se asemeja mucho más a los romances convencionales americanos que a las sátiras sociales francesas. Y en realidad ello no es necesariamente algo peyorativo, ya que, por ejemplo, en el caso de Un engaño de lujo fuimos sorprendidos por una brillante comedia romántica que desplegaba con la reconocible elegancia francesa un discurso propio del cine americano. Pero desafortunadamente, en la película que nos ocupa dicha elegancia francesa ni siquiera se molesta en intentar rescatar un discurso exageradamente convencional. Digámoslo todo, Llévame a la luna cuenta con ciertas secuencias dinámicas y divertidas que, cuando menos, despiertan la curiosidad del espectador (recordemos el interminable discurso auto-descriptivo que suelta Jean-Yves —un excelente Dany Boon—) a la desprevenida Isabelle, o la divertida anécdota que es el primer encuentro entre ambos personajes). A pesar de ello, la empalagosa aroma a moraleja convencional que impregna el relato no desaparece en ningún momento, algo que resta credibilidad a los sucesos y, por consiguiente, reduce el interés hacia los mismos.
Esta aptitud modesta a la vez que provocadora, esta exposición de escenas que producen carcajadas más por vergüenza ajena que por una comicidad obvia; en fin, todos estos rasgos propios de la buena comedia francesa son sustituidos en Llévame a la luna por manidos clichés de la comedia convencional que el buen cine francés se caracteriza por evitar. Ya dejando a un lado la previsibilidad del argumento, hablamos de una película protagonizada por un personaje que no hace más que transmitir rechazo, lo cuál provoca una especie de alergia hacia la aproximación de un desenlace tan previsible como poco creíble. Y lo peor de todo es que a medida que el film avanza el peso de un argumento poco menos que ridículo va ganando terreno a las secuencias cómicas, al tiempo que estas adquirieren aquel desagradable regusto de “secuencia conscientemente destinada a hacernos reír”. En pocas palabras, al resultar el devenir de los hechos cada vez más y más esperpéntico y siendo la trama tan poco atractiva, lo único que queda como sustento de la película son una serie de gags cada vez menos divertidos.
Tal vez el mal gusto que nos deja el visionado de Llévame a la luna se deba en parte a una involuntaria (e inevitable) comparación entre el alto nivel al que nos tiene acostumbrados el cine francés con la mediocridad del título que nos ocupa; pues en realidad se trata de un film hasta cierto punto entretenido. Hablando en plata, ojalá Llévame a la luna fuera el nivel mínimo de las comedias a las que nos tienen acostumbrados el cine americano. Aún así, no hay duda de que se trata de una película muy menor únicamente defendible si la comparamos con el pésimo prestigio de la mayoría de las comedias contemporáneas. De modo que estamos ante una película que sencillamente corrobora algo que ya sabíamos: el mal estado de la comedia en el Hollywood contemporáneo y el alto nivel de la misma en el cine francés actual. En resumen, más de lo mismo.