El conjunto de relaciones que, mientras permanecen encerrados en su casa por una amenaza exterior, se da entre un adolescente negro, su padre blanco y una madre que no parece tener muchas intenciones de dar explicaciones sobre aquella noche loca que ya queda diecisiete años atrás, es la base sobre la que se vertebra Llega de noche, el último largometraje de Trey Edward Shults. Un riesgo, este de optar por un minimalismo narrativo purísimo en favor de una interrelación tensa por aquello de que de ella dependen sus vidas, que toma el cineasta de Houston para llevarnos y mantenernos sin caídas en un mundo apocalíptico donde la huida es siempre hacia casa. Es así que Trey Edward Shults atiende con esta última obra tanto a esa idea universal y de origen remoto en la que las cuatro paredes de una casa devienen en símbolo más evidente de seguridad, como a la idea de la familia como única zona de confort en la que, se supone, los lazos siguen siendo sólidos aunque la situación sea extrema. Y es en este pulso entre amenaza que viene de fuera y vínculos familiares que se van quebrando por la fuerza de la primera, es decir, es en ese voy a revelar un juego en el que se midan la resistencia y el aguante del grupo elemental y primario de la familia cuando de la supervivencia individual se trata, donde el director de Krisha muestra ser un director capaz y un exponente importante del cine de terror super indie norteamericano.
Y es así que, entre los rituales diarios que mantengan la seguridad y que si unos extraños las alteran porque llegan y se van, Trey Edward Shults lleva todo este torrente de situaciones límite a un lugar que, más allá del típico emerger de un líder que oscila entre la tiranía y la desesperación, llega a tocar ese tema del engaño y la maña para proteger la vida que deriva en ese “no te fíes de absolutamente nadie cuando las cosas vienen muy malas” que nadie verbaliza pero que todo el mundo tiene en cuenta en determinadas situaciones. Es en este sentido que la amenaza externa, que es una enfermedad que acaba con todo cristo en la ciudad —y esto da lugar a ese juego entre ciudad donde puedes ser alcanzado por todo y bosque como último lugar donde ser visto, aunque, como dice Glawogger en el documental póstumo Untitled, se da hoy la situación de que en ningún lugar puedes permanecer oculto, conclusión a la que en cierto modo va girando Llega de noche—, queda como mero sustrato de alarma y pánico sobre el que se erige un terror mayor: en el fondo estamos devastadoramente solos. Que la armonía de la comunidad solo se da en tiempos de paz y de bienestar, y que en el peligro, cuando afecta al conjunto, todo se fragmenta. Que todo camino marcado por la presión y por lo fatal lleva a la locura, una locura de la que no te evades sino impregnando de locura a los demás para ver que la tuya no lo es tanto. Y es así como el espectador, sintiendo esa lástima que te invade al presenciar a una familia que está de la olla pero, en su no saberlo ni reconocerlo, lleva todos esos residuos y demás elementos negativos al resto de la gente, asistirá, sin ser repelido por pomposidad alguna, a un proceso simple y llano de fragmentación que intenta mantenerse a toda costa intacto mediante la imposición de un orden artificioso. Una propuesta de rasgos antropológicos y sociológicos que destaca por su sencillez y universalidad, a pesar de que a partir de ella se puedan crear relaciones con el presente si se la entiende en su sentido metafórico.