Aunque las claves de Little Monsters, segundo largometraje de Abe Forsythe, se mueven entre la construcción de determinados personajes aparentemente alejados del universo al que parece dirigirse su autor —la negrura que desatan, de tanto en tanto, ese perdedor con alma de sátrapa o esa celebridad infantil que en el fondo no es sino un ser anodino y egoísta por encima de todo, son buena muestra de ello— y una mirada que juguetea con la ingenuidad de sus pequeños protagonistas, en casi todo momento contrapuesta ante la desvergüenza y temeridad de un individuo cuya actitud no deja de bordear de algún modo un cierto egocentrismo, en realidad esta comedia zombie de nueva hornada no acierta a encontrar un tono homogéneo que unifique dos facetas ante las que apostar por un discurso un tanto conservador en alguna de sus vertientes, afrontado no obstante desde una desvergüenza que le confiera esa frescura que todo acercamiento al género parece requerir inevitablemente hoy en día. Y si bien Forsythe comprende que, más allá de una premisa ocurrente, es necesario potenciar un carácter desde el que lograr que el film no se quede en eso, una simple idea, a Little Monsters le cuesta encontrar ese punto en el que hacer confluir distintos matices humorísticos que, en más de un momento, parecen ir a dejar la propuesta del australiano en tierra de nadie.
Cierto es que tras ella hay talento, ya no en la toma adecuada de decisiones que no sorprenden pero se dan en el lugar correspondiente —como alguna pieza intercalada desde la que mitigar el tono de la película, o esa forma de combinar la naturaleza más grosera de sus personajes y una amabilidad que la acerca sin disimulo al terreno de la ‹feel good movie›, sin miedo a que todo ello pueda devenir en ‹déjà vu› (que así es, aunque no termine de resultar molesto en ningún instante)—, sino más bien en la presencia de una figura como la de Lupita Nyong’o: la actriz de origen keniano demuestra que puede (y se atreve) con todo, siendo capaz tanto de llevar el peso humorístico ante personajes de rasgos mucho más acentuados, como de afrontar secuencias de acción con una fuerza fuera de lugar, o de endulzar aquello que sólo la protagonista de Nosotros podría llevar a esos terrenos. No caben, pues, elogios ante una actriz que sobresale incluso cuando la concepción del film demuestra escasez de ideas o problemas patentes para encontrar un equilibrio que concilie ese espacio entre la blancura y lo incisivo, casi ineludible en toda comedia zombie que se precie de serlo. Hasta ser una dulce profesora capaz de distraer la atención para evitar miradas furtivas de figuras paternas parece quedarle corto ante la personalidad y encanto que irradia la actriz.
Little Monsters tiene claros sus objetivos, y aunque propicie en ocasiones esa sonrisa cómplice del aficionado al(os) género(s) —la ‹romcom› también posee su peso—, se tambalea en más de una ocasión en una búsqueda que no es que no goce de un motivo o aliciente, más bien no funciona como debería al querer abarcar más de lo que sinceramente puede. Es posible, por tanto, que el nuevo trabajo de Abe Forsythe se pierda en su pretensión de, tomando como objeto esa comedia que no entiende de medias tintas, armar un ejercicio cuya accesibilidad sea suficiente y no quede relegada a un público demasiado específico; pierde, en definitiva, un propósito que, pese a intentarlo, no convierte esos chascarrillos irónicos y esos inocentes chorretones de sangre en elementos suficientemente contundentes. No es que Little Monsters se quede en tierra de nadie, es que intenta abordar una propuesta sin la convicción necesaria: ni termina de liberar esa carcajada intensa que se manifiesta en el terreno más cáustico, ni nos convence de un fondo (la paternidad, esa relación telegrafiada) que parece estar ahí más como complemento que como otra cosa. Es simpática, sí, moderadamente divertida, también modesta y con alguna que otra ocurrencia de lo más disparatada: motivos, quizá, exiguos como para creer en una supuesta revelación un tanto fútil.
Larga vida a la nueva carne.