El joven Janik no quiere esperar a crecer para considerarse a sí mismo como un hombre de valor. Con su armadura y una buena espada, abandona la casa familiar y se dirige a ver mundo. El disgusto supremo se lo lleva su padre, el ya veterano caballero Borek, que nada había escuchado ni previsto acerca de la partida de su intrépido hijo. Pero viejas glorias nunca mueren, así que este hombre decide enfundarse la cota de malla, agarrar un retrato bordado a mano de la cara de Janik y montar en su recio caballo para explorar cada rincón del lugar que esté a su alcance y en el que pueda haber caído el joven desaparecido.
Con Little Crusader (Krizácek), el cineasta checo Václav Kadrnka parte de un conocido poema infantil de su país para filmar una especie de cuento para niños a modo de ‹road movie›, tal y como reconoce el propio director. La cinta, que ganó el premio a mejor película en el Festival de Karlovy Vary, se presenta como un trabajo en el que las imágenes y una incesante melodía arrebatan el espacio a los diálogos, escasos en número aunque muy importantes en contenido. Una decisión así requiere, por lógica, filmar una obra contemplativa, de ritmo pausado, en la que cada escena tiene que dotar de cierto valor al contenido global del conjunto fílmico. Kadrnka lo interpreta de ese modo y decide no adornar la cruzada emprendida por Borek en busca de su hijo, reflejando las dificultades que el adulto se encuentra a lo largo de una misión que en aquella era medieval carecía de sencillez.
De esta manera, Kadrnka realiza una reconstrucción del medievo que poco tiene que ver con la época que está en la cabeza de mucha gente, fruto sobre todo del éxito reciente de ciertas superproducciones. En Little Crusader, los escenarios están vacíos de algo que no sea producto directo de la naturaleza. Hay poco que se asemeje a una comunidad, salvo un teatro improvisado y un mercadillo. Los habitantes del lugar no poseen un nivel de desarrollo educativo, de modo que no es experta en el lenguaje como para recitar elaboradas respuestas a las preguntas de Borek. Si a ello le sumamos la fotografía de tonos claros que utiliza Jan Baset Stritezsky, nos queda un contexto que no parece invitar a nadie a desear vivir en él, exactamente lo que la propia temática central del film (la desaparición de Janik) pretende transmitir.
Esta meticulosidad de Kadrnka para medir con integridad artística los detalles de su película quizá sea lo que lleve aparejada la mayor barrera de la obra: una notoria falta de sentimiento, de sangre fílmica. No se puede calificar tal circunstancia como un defecto, puesto que la frialdad es algo implícito a la cinta y al propio desenvolvimiento de los personajes que en ella aparecen, pero sí es cierto que aleja a Little Crusader de ostentar un claro poso más allá de su hora y media de metraje.
La notable ejecución de Kadrnka en este film merece ser valorada, pues, como un ejercicio de estilo muy interesante y sobre el que algunos ya han comparado al checo con una de sus referencias reconocidas: Robert Bresson. Un punto de partida sugerente y ambicioso, representado por una Little Crusader que se desenvuelve con brío en aquellos terrenos por donde pisa. La combinación de la inquietante desaparición del niño con el contexto de la inclemente época medieval y la inquietante banda sonora que refuerza ciertos pasajes de la obra, hacen razonable que la película checa no deje de cosechar aplausos en los circuitos festivaleros por el especial gusto cinematográfico con el que su director trata cada secuencia de la obra.