Aun conteniendo trabajos sin duda importantes, la carrera cinematográfica de Peter Bogdanovich no es para nada de las que poseen un estilo reconocible. Ello se debe en parte a la irregularidad de su trayectoria y en parte a la diversidad de géneros que pueblan su pequeña colección de obras maestras (a saber, El héroe anda suelto, La última película, ¿Qué me pasa, doctor?, Luna de papel y ¡Qué ruina de función!). Por eso resulta difícil establecer comparaciones entre su último trabajo, Lío en Broadway, y cualquiera de los anteriores. No obstante, este carácter voluble que destila la carrera del director sí puede ayudarnos a definir los rasgos esenciales de la película que nos ocupa; ya que a mi juicio nos encontramos ante una obra irregular.
Dos elementos salvan a esta película de caer en el más absoluto de los ridículos: su corta duración y un acertado elenco de actores (que a su tiempo cubre una amplia gama de personajes). Gracias a ello podemos decir que, en el peor de los casos, nos encontramos ante un breve desfile de divertidas estrellas. El problema está en que este “divertimento” no va más allá de la simple anécdota. Algo a lo que no ayuda para nada esta frustrada pretensión de aunar dos estilos fácilmente confundibles, pero en realidad muy distintos. Hablo de la tragicomedia matrimonial y la clásica y comedia de enredos esperpénticos (en la primera categoría entrarían casos como Hanna y sus hermanas o Maridos y mujeres y en la segunda El guateque o la ya citada ¿Qué me pasa, doctor?).
Esta desafortunada unión de estilos tan solo resta credibilidad al drama y acaba con toda la seriedad que pudiera encontrarse en la tesis (algo muy parecido a lo que sucedía con el —si bien mejor— último trabajo de Robert Altman, El último Show). Es como si la película estuviera formada por dos caminos que avanzan en paralelo y Bogdanovich fuera saltando de uno al otro, sin dejar que el espectador tenga tiempo a acostumbrarse a ninguno… o más bien cruzando de un lado a otro sin avisar, de una forma tan sutil que ni siquiera deja un respiro para apreciar el cambio. De ahí el desconcierto que producen ciertas escenas; que al parecer oscilan entre la gamberrada y el gag ingenuo, tanteando dos terrenos que no llegan a coexistir en paz.
A pesar de todo, sería injusto no reconocer que Lío en Brodway contiene determinados momentos divertidos; como lo sería también negar que sus personajes a ratos logran despertar nuestra simpatía (hasta me atrevería a decir nuestra empatía). No obstante, todo acaba reduciéndose a una simple gracieta que dista mucho de ser una obra bien definida, pues casi nada de lo que nos cuenta puede tomarse en serio. En pocas palabras y como ya entredijimos, estamos ante una película cuyo formato bien puede compararse con la carrera de su director: a ratos divertida, a ratos dramática; de vez en cuando con algún sutil ápice de genialidad… pero sobre todo irregular y con un rumbo demasiado incierto.