Para todo aquel que alguna vez se ha enfrentado a la versión didáctica de la expresión artística, sabrá que la enseñanza se empeña en hacer pasar al pupilo por lo orgánico: de la frondosa y verde planta al glúteo, toda forma sinuosa se convierte en objeto de deseo para principiantes, que intentan convencer a sus manos para que interpreten cuerpos ajenos en un lienzo.
Con el tiempo, los artistas no reproducen simplemente lo que observan, saben captar algo de su esencia para adaptar su estilo y convertir esa unión mano-ojo en algo espectacular y absolutamente personal. La animadora húngara Luca Tóth es una de esas avezadas dibujantes que captan lo orgánico y, particularmente, lo humano, con inusuales formas que se repiten a través de sus trabajos.
Figuras de barbilla pastosa, nariz puntiaguda y una rebuscada fealdad plagan sus cortometrajes, siempre aplaudidos en grandes festivales europeos, piezas que se repiten físicamente, pero que no se cierran a un relato convencional. Lidérc úr tiene todo el potencial visual que se puede explotar con la animación. Luca Tóth se niega a fijarse a la linealidad y permite imaginar sobre su propia historia, volviendo al hombre en un aspecto totalmente abstracto que experimenta con la narración para transmitir, más allá de relatar algo muy específico.
Sus hombrecillos feos reducen su tamaño hasta convertirse en una enfermedad para otro hombre, un tumor que simplemente se desprende del hombre original para descubrir e investigar el mundo con distante fascinación. A partir de la partición del humano, Tóth imagina con sus trazos cómo estudiar las relaciones personales y actitudes del solitario, llevándonos a experimentar la fascinación, el amor y el desencanto a partir de un apéndice corporal con vida propia.
Su fascinación por las curvas ya no solo se limita al trazo, Tóth disfruta contraponiendo fondos y estructuras, difuminando formas que se mueven de un modo rítmico, alimentando un entorno que va más allá del mero escenario, no habla de la naturaleza orgánica y sensorial, aprovechando que con la animación no encuentra límites que interrumpan su interacción voluble con el mundo.
Lidérc úr es una pequeña pieza con la que su directora sigue quebrando el contacto físico con una historia de amor imposible e imaginativa, rompiendo barreras de género, que disfruta de caderas generosas y perros verdes (en sentido literal), en un trabajo que se explica con mayor énfasis a partir de elucubraciones que con la realidad que en algún momento ideó la madre de este cortometraje, dejando claro que cuando pueda dar el gran paso al largometraje, dejará a todo un universo (no importa el tamaño) boquiabierto.