Atrapadas tras la cortina
El primer largometraje de Clara Roquet, Libertad, se estrena este viernes en salas tras pasar por la Semana de la Crítica en el pasado festival de Cannes e inaugurar la SEMINCI. La coguionista de títulos como 10.000 Km (2014) o Els dies que vindran (2019), de Carlos Marqués-Marcet, presenta un ‹coming of age› de carácter intimista en el que Nora (Maria Morera Colomer), de 14 años, experimentará durante sus vacaciones de verano en la Costa Brava la espinosa transición hacia la adolescencia al conocer a Libertad (Nicolle García), la hija de la criada colombiana de la familia.
En algunos momentos, las imágenes de Libertad caen en un preciosismo vacuo bastante característico en películas que buscan cierta estética artificialmente mediterránea, veraniega y naturalista, tan refinada que roza lo repelente. Podría tener algo de sentido justamente porque acompaña la idiosincrasia aburguesada de la familia protagonista, sin embargo, no se introduce con la sutileza que precisan las relaciones maternofiliales que tanto marcan la trama del filme. Del mismo modo, cuando las tensiones que surgen entre los personajes cobran más intensidad, la impostación de los diálogos —de frases forzadas y acompañados por interpretaciones poco convincentes— desvelan un subtexto demasiado subrayado. En algunos momentos, pues, la sutileza formal que requeriría una película como Libertad queda disipada tanto por el excesivo cuidado plástico de sus imágenes como por su torpeza dialectal, perdiendo la sinceridad que sí encontramos durante gran parte del metraje.
Roquet construye su puesta en escena siempre alrededor de Nora y logra capturar con desenvoltura las distintas dinámicas que tienen lugar en el espacio que ocupan los personajes. Establece una diferenciación entre unos y otros tanto por sus acciones como por la forma en que estas son filmadas. Véase una secuencia que sucede en la piscina de la casa en la que la fragmentación del espacio escénico queda determinada por la edad y las acciones de los personajes: por un lado, adultos preocupándose por lo que hacen los vecinos, en el siguiente plano, niños pequeños jugando desenfadadamente y, por último, Nora absorta en su móvil. Igualmente, Roquet demuestra un gran ingenio visual para presentar la relación entre Nora y su padre a través de la representación desdibujada de él cada vez que comparten plano. Solo en tres planos hacia el final de la película los dos personajes estarán en un mismo encuadre sin que el padre esté desenfocado: en un intento fallido de acercamiento, cuando él intenta bailar con ella; seguidamente, cuando él se sincera ante su hija y le dice que va a divorciarse de su madre y, finalmente, cuando él se marcha.
También es interesante cómo el espacio envuelve a Libertad y su madre, por ejemplo, en planos en los que ellas comen en la cocina o realizan tareas domésticas mientras escuchamos a la familia de Nora divirtiéndose en fuera de campo, instantes que señalan con agudeza la injusta desigualdad entre personas que comparten hogar, pero no condiciones sociales y económicas. De hecho, las cortinas de la casa que tapan a la madre de Libertad al inicio del filme son las mismas que, al final, recubrirán la figura de la propia Libertad tras su intento frustrado de fuga. Y es que precisamente la liberación será lo que tanto anhelan los personajes. Una liberación tanto física como espiritual, que busca escapar de los efectos del paso del tiempo, como bien apunta la constante presencia de relojes. Aunque parezca un poco paradójico sentirse atrapado en un ambiente tan acomodado e idílico, los personajes de la película se encuentran en un aquí y un ahora que los atrapa no tanto como una cárcel, sino como la fina cortina que también sirve para unir el destino de Libertad y su madre.
Esta vinculación entre el paso del tiempo, la familia y las dos criadas, queda maravillosamente representada en un paneo que recorre las fotos familiares que Ángela, la abuela de Nora, enferma de Alzheimer, mira mientras murmura «un verano y otro verano y otro…». El elegante movimiento de cámara termina cuando la madre de Libertad entra en cuadro (atención) de espaldas a cámara, encadenando el pasado y el presente de la familia en un instante en el que, por una vez, el tiempo parece detenerse en esta figura esencial, abatida por la reciente pérdida de su madre y la incapacidad de conectar con su hija.
Otra película aburrida del círculo CIMA/ESCAC… Verano 1993, Viaje al cuarto de una madre, Carmen y Lola, La hija de un ladrón, Libertad… ¿Se sumará Elena López Riera al carro con «El agua»?
Todas iguales, cine «de autoras» que desaparecen con sus puestas en escena idénticas… ¿Qué película es de cada una? ¿Se puede ir de autor si sólo se ha dirigido una película? Antes la forma que el fondo. Antes el marketing horrible de distribuidores con apetito e infulas de relaciones europeas que el trabajo de un buen guión y un buen diseño de producto…