Viaje a ninguna parte
Hace algún tiempo alguien me dijo que el cine de Béla Tarr consistía, a grandes rasgos, en ver a gente caminando. Hay que reconocer que el comentario, en tono jocoso, tenía en parte algo de razón. Lo perturbador del asunto es que esa gente que camina por los desolados paisajes en blanco y negro del cine del director húngaro, parecen dirigirse siempre a una nada absoluta. Es decir, no hay destino propiamente dicho ni una meta a alcanzar más que ese destino y esa meta sea, precisamente, ese caminar hacia ninguna parte como eje discursivo del cine nihilista del director de Sátántangó (1994). El planteamiento de Tarr es tan simple como perturbador: los personajes… el cine no puede ir hacia ningún lugar porque ha muerto, tal y como certificaba El Caballo de Turín (A Torinói ló, 2011), su réquiem fílmico y la culminación de un viaje hacia la desintegración absoluta bajo la oscuridad del Apocalipsis.
En Les Unwanted de Europa, la (evidente) ópera prima de Fabrizio Ferraro, los personajes, reales, también se nos presentan en tránsito: el viaje de dos milicianos republicanos que huyen de España hacia Francia, una vez acabada la Guerra Civil Española, y el viaje del filósofo alemán Walter Benjamin por la España de Franco (rumbo a EEUU), huyendo de la persecución nazi desde la Francia ocupada. Se trata de un viaje bidireccional y en dos tiempos en cuyo caso comparte un mismo anhelo de libertad frente a las estructuras de poder represoras. Es también un viaje filmado en blanco y negro, como el cine de Tarr, donde elementos del paisaje del presente penetran para trazar la correspondiente parábola política en su analogía sobre los refugiados que, a día de hoy, intentar llegar a Europa huyendo de las guerras que asolan Oriente Medio y Siria en especial. Y, con ello, se dejan también al descubierto las vergüenzas de Europa mientras asistimos, dentro y fuera de la pantalla, al desmoronamiento de ese sueño europeo de concordia al mismo tiempo que los parlamentos de casi todos los países de Europa se llenan de cháchara xenófoba a través de los voceros de una ultraderecha en auge.
Desde el propio título del film, con esa especie de mezcla idiomática, Ferraro apela a lo inclusivo para hablar de los excluidos, de aquellos a los que Europa rechaza en un momento de repliegue hacia el conservadurismo recalcitrante donde la libertad es vista como ente subversivo. Pero Les Unwanted de Europa es también una película de frontera: la geográfica y política que cruzan esas almas lacónicas en busca de la libertad, pero también aquella frontera borrosa entre realidad y ficción que propone Ferraro en su puesta en escena ya desde las imágenes de archivo del mar y la frontera que abren la película. Una hoguera en medio de una playa puede servir para reconstruir la realidad de los campos de concentración del sur de Francia en la que caían muchos de los que huían del régimen franquista, como también nos puede recordar, fácilmente, a los refugiados que, actualmente, se hacinan en campos de refugiados en Grecia, o a los que se calientan a la alumbre de hogueras improvisadas a la espera de encontrar el momento idóneo para saltar las verjas de Ceuta y Melilla. El blanco y negro parece unificarlo todo y los que ansían la libertad son reducidos a meras siluetas, casi desprovistos de rostro e identidad, la cual se revela prácticamente intercambiable.
Pero en este viaje, donde a veces la forma parece sobreponerse peligrosamente al discurso, también es compartido un mismo y fatídico destino, tal y como la Historia se encargó de atestiguar. En los rostros a contraluz, tímidamente alumbrados por el fuego de las hogueras, vislumbramos, fugazmente, el rostro de esos milicianos que lograron cruzar la frontera pagando un alto precio. Aquel sueño de libertad se vio truncado en campos de concentración como los de Argelès-sur-Mer. Es también el mismo destino al que se verá abocado Walter Benjamin, retenido por las autoridades franquistas en un hotel de Portbou, donde se suicidó antes de ser extraditado a la Alemania de Hitler. Ferraro, sin embargo, prefiere filmar los últimos días de Benjamin en un largo plano general, donde su cuerpo se encoge en el suelo del bosque gerundense, antes de retomar su marcha hacia su fatídico final. En ese sentido, Ferraro parece revelarse ante el nihilismo del cine de Béla Tarr (indisimulado referente), porque si bien es ser cierto que sus personajes caminan también hacia la nada, en ese cuerpo encogido y solitario que ha dejado de caminar, persiste, por unos instantes, la consecución de una libertad que solo el cine pudo otorgar.