Lola Dueñas recogía este domingo en Santiago su merecidísimo premio Cineuropa confiando a su público, con mucha humildad y no sin nerviosismo en su voz —virtud respetuosa de las grandes actrices no endiosadas— que si bien lleva tiempo haciendo cine por «todas partes» es en Galicia donde varias veces ha rodado con «los equipos de trabajo más potentes». Dueñas filmó Los Fenómenos en 2014 en tierras gallegas. Por eso congregaba, en su noche, a muchos de sus amigos y compañeros de rodaje entre el público: De Lira y el director Alfonso Zarauza, entre otros, para, en sus palabras, «sentirse arropada».
Una actriz como Lola Dueñas que triunfa en las cintas españolas reinas de la taquilla, muy querida además, con cuatro películas Almodóvar a sus espaldas y, con un papel tan especial —opino— como el de Ramona en Mar adentro de Amenábar, está pasando desapercibida por lo que se refiere a sus grandes trabajos fuera de España. En Bélgica, en Argentina, incluso en México. Pero especialmente en Francia, donde destaca como actriz «chispeante, efervescente» —según la propia crítica gala—, y cada vez más imprescindible.
Con Alleluia se hizo con el premio a la mejor actriz Fantastic Features del Fantastic Fest de Austin, uno de los certámenes que se bate el cobre contra los mejores del mundo en su género. Es ganadora además de dos Goya y premio en Cannes por Volver. No se explica por tanto, que hayamos tenido que esperar al 13 de noviembre de 2016 para visionar esta pieza rebosante de buen rollo, a la que contribuye con su buen hacer.
Ya antes del agradecimiento de la actriz, en la intervención a cargo del director del Festival, el propio José Luis Losa se confesaba desconcertado, ignorando la razón por la cual Les Ogres —realizada en Francia en 2015— no había sido reclamada por ninguna distribuidora en España, permaneciendo en el «más allá» y proscrita en la programación de los festivales españoles hasta que Cineuropa la exigió para sí.
La organización de Cineuropa, que se celebra en noviembre, ya a finales de año cuando otros certámenes han concluido, esperó pacientemente sin levantar la liebre para finalmente llevarse el gato al agua: Les Ogres se estrenaba en Santiago, en esta trigésima edición, en primicia absoluta. Y con máxima expectación.
La película de Léa Fehner es un espectáculo visual. Cuesta creer que sea este apenas el segundo largometraje de la francesa después de Qu’un seul tienne et les autres suivront (2009). Fehner tiene 35 años pero ha conseguido coreografiar a un elenco de actores sublimes en una cinta con toques autobiográficos. Les Ogres es un tiovivo al que se le aflojan las tuercas para girar desenfrenado. En esa troupe cabaretera viajan niños, bebés, mujeres embarazadas, amantes, abuelos, perros, ocas, algunas cuentas pendientes, escarceos amorosos, adulterios y sobre todo mucha devoción al teatro.
Léa Fehner asume el riesgo de trabajar en este proyecto junto a sus padres, François Fehner (François) y Marion Bouvarel (Marion). Él, es el director de la compañía itinerante. El que mayormente capea con los imponderables de una vida a la intemperie entre funciones aquí y allá, de pueblo en pueblo y sin más recursos que su virtud para la interpretación y para la improvisación.
Ella, en el rol de su esposa (tanto en la ficción como en la vida real), la mujer que lleva a cuestas una vida entera de sinsabores y sobresaltos mantiene en realidad, en orden, toda esa vorágine.
Por si no tuviera suficiente, la directora, regala el papel de Inés a su propia hermana (Inés Fehner), la hija que se ocupa de los problemas reales. De las nóminas, de los contratos. La que ejerce de adulta muy a su pesar.
Léa Fehner coloca a nuestra Lola Dueñas (Lola), en el rol de una acróbata ex amante del padre, dando otro de los papeles sobresalientes a Marc Barbé (Marc), en el perfecto contraputo a François; su espejo deformante, el que le devuelve a la tragedia de la vida fuera de bambalinas.
Chéjov también es protagonistas de la cinta. El dramaturgo ruso sobre el que se versionan libremente las obras de la troupe viaja en caravana, junto a todos ellos —pero sin libretos—, allá a donde les lleve el día a día: en sus vidas a cuestas, en comuna, con los problemas reales y cotidianos de cualquier familia de puertas adentro. La diferencia es que aquí se viven en la carretera, en descampados o bajo una carpa. En Les Ogres, vivir es una montaña rusa de emociones y vaivenes, pero sus protagonistas tienen de alguna manera bien echado el freno consiguiendo derrapar justo antes de desbocarse precipicio abajo. El teatro les llena de vida. Y viendo a sus niños, sus propios hijos viajando como a la vieja usanza los feriantes, es difícil imaginar una vida más plena y feliz para ellos.
Hay mucho bullicio, mucho circo, también patetismo. Y egos enfrentados. Pero sobre todo una dinámica palpitante y una generosidad impagable por parte de su directora al regalar momentos de gloria a todos y cada uno de sus actores. Es un elenco coral, de personajes que se ganan el pan, en un escenario que hubiera diseñado el propio Kusturica y en una hermosa fábula, colorida y ágil sobre la solidaridad, la familia y el amor al arte sin contraprestación.
Los problemas siguen siendo problemas, en la vida rutinaria como en el caos despreocupado de estos comediantes. Pero esta troupe no desfallece, ni por precarias situaciones financieras, ni por dramas vitales insuperables que sí remontan. La cara B de la vida no puede con el espíritu de la comedia. Deliciosa.