Más conocido por estar tras el que ha supuesto el lanzamiento internacional del actor Sacha Baron Cohen, Dan Mazer, que ha trabajado en todos y cada uno de los libretos que han puesto al popular actor en el panorama y al responsable de títulos como Borat y Brüno (exceptuando el último de sus trabajos, El dictador, donde sí continuaba ejerciendo como productor), debuta más de una década después de que aquel Da Ali G Show (que más tarde tendría respuesta en formato cinematográfico con Ali G anda suelto) empezase a fraguar cierta fama a Baron Cohen, y lo hace con una propuesta que se aleja en mucho de los films popularizados por el particular actor londinense, y es que Les doy un año nos sitúa en un plano radicalmente distinto, el de la comedia romántica.
Alejarse de uno de sus principales valores no parece haber sido problema para Mazer, que logró tanto buenos resultados en taquilla como el apoyo de una crítica que no dudó en ponerse de su lado. Todo ello, sin embargo, no implica estar ante una de tantas comedias románticas ñoñas, repetitivas y tópicas que terminan sintiéndose como un perpetuo «déjà vu» debido a la recreación de esquemas ya vistos; esos esquemas que se pasean por taquilla año tras año y que han transformado lo que podría ser un ejercicio tan sano y divertido como el de ejecutar una buena comedia romántica —ya no sólo por el hecho de estar ante un género proclive a poder generar «feel good movies», sino también por ofrecer los suficientes mecanismos como para pasar un rato placentero y, por qué no, tierno— en algo de lo que prácticamente algunos espectadores huimos por la constante falta de ideas.
No es que Les doy un año resulte precisamente innovadora, para qué vamos a mentir, pero una de sus grandes virtudes reside en saber administrar ese humor negro tan «british», y servirlo en una trama de amorío a dos bandas que también se surte de otro tipo de humor, pero en el que los mejores momentos —y aquellos que, a la postre, otorgan entidad al film— quedan dibujados gracias a ese semblante casi macabro en ocasiones que encuentra el talante británico en una de tantas comedias románticas que sabe beneficiarse precisamente de esos pequeños pespuntes que otorgan un tono diferencial. Algo así como un aderezo que aleja el film de cualquier dulcificación (de hecho, los protagonistas y sus defectos son los que más expuestos quedan a lo largo de la propuesta) y, en consecuencia, de otro endeble producto que no lograría arrancar la carcajada del respetable como Mazer lo hace.
Otro de sus grandes aciertos reside en un reparto que atina en todas y cada una de sus elecciones, desde una pareja protagonista que con un inspirado Rafe Spall a la cabeza y una Rose Byrne que ha continuado demostrando que tiene dotes y mucha garra en terreno humorístico (basta con echar una ojeada a Malditos vecinos, donde estaba fantástica) logra un gran resultado, hasta las réplicas ofrecidas por una Anna Faris perfecta, cuya caracterización resulta también clave, y Simon Baker, quizá con un personaje menos jugoso, pero dando la talla. Incluso la elección de secundarios (esa pareja formada por una enorme Minnie Driver y Jason Flemyng, o las medidísimas y descacharrantes apariciones de Stephen Merchant) resulta un magnífico e hilarante contrapunto al que sacar jugo para continuar indagando en la relación de los personajes centrales.
Ante todo ese cúmulo de virtudes, si Les doy un año no alcanza cotas mayores es porque, realmente, no quiere: su desenlace un tanto rancio y premeditadamente conservador echa por tierra las posibilidades de un film que, hasta el momento, se perfilaba como una bastante agradable sorpresa, y al que sólo le habría faltado concretar esos últimos instantes para resultar un refrescante ejercicio algo más valiente de lo que, desafortunadamente, termina siendo. No obstante, quien busque en la ópera prima de Dan Mazer una comedia romántica con la que divertirse e incluso encontrar un salvaje contrapeso, Les doy un año será la respuesta perfecta, además de un trampolín que esperemos Mazer sepa aprovechar para continuar regalándonos propuestas que dejan un sabor distinto y saben aprovechar su vena británica para dar de frente con un humor mucho más cafre y desinhibido de lo habitual, que nunca está de más.
Larga vida a la nueva carne.