Tras el estreno de France en el año 2021 (también dentro de la programación del FICX en aquella edición), muchos ansiaban ver al Bruno Dumont más estrambótico y desenfrenado de Hors Satan o su marciano díptico sobre la vida de Juana de Arco. Que su última película se llame L’Empire y proponga en su premisa una especie de ‹space opera› en un pueblo costero del norte de Francia, ya avisaba que sus formas iban a estar bastante distantes respecto a su previa película, que a pesar de suponer un cubículo de cierta mordacidad, no ocultaba su condición de vehículo de lucimiento para la súper estrella Léa Seydoux. L’Empire se presenta como un discurso de sátira hacia la épica de la ciencia ficción, desbarajustando constantemente las pretensiones del espectador más despistado. Para ello, Dumont narra aquí un trasunto de invasión extraterrestre en plena campiña francesa en la que encontramos la lucha de dos bandos de alienígenas, capaces de usurpar cada cuerpo humano que deseen debido al nacimiento de un bebé que parece que va a cambiar el equilibrio del universo.
Un punto de partida que bien pudiera parecer un precepto sólido y formal para cualquier cinta de género de ampulosas inspiraciones creativas, se convierte aquí en un discurso sarcástico en el que Dumont imprime su huella en cada uno de los milimétricos momentos que tiene la historia. Encontramos una primera hora en la que muestra las reglas del juego, con una mezcla de cotidianidad rural y épica del ‹sci-fi›, con recreaciones espaciales en el que las naves son gigantescas catedrales, y una lucha entre dos bandos del que quizá se puedan sacar unas cuantas lecturas sobre lo que es un imperio, una religión, y una lucha de poder. Con semejante premisa, y casi como un discurso de liberación tras caer rendido a los convencionalismos en su previa película, puede entenderse L’Empire como una enorme sátira en la que el cineasta cae en un chiste recurrente, pero que se sostiene durante todo el metraje. La mezcolanza entre lo cotidiano y lo épico, planteando un exquisito ejercicio rural (una localización familiar para los que hayan visto el resto de su cine), preciosista y lumínico, con un puñado de momentos que parodian sin remedio esas ‹set pieces› hacia la supuesta épica que se aglomera en los ‹blockbusters› actuales. Lo extraño (o quizá no, conociendo a Dumont) es que el híbrido funciona, y lo hace porque no se redime en ridiculizar su intromisión ‹sci-fi› con cierta dejadez estética (el nivel de producción está muy cuidado), lo que da fuerza a su sana intención de ser una obra de forma extravagante pero de nervio interior; muestra una actitud salvaje cuando, como fuerza cinematográfica, huye hacia delante en esta mezcla de epopeya de género en medio de un campo rural propio del neorrealismo.
Sin ignorar el espíritu excéntrico que se desata desde el inicio, L’Empire cumple con su cometido turbador en todo momento, y para ello se sirve de un camino de referencias clásicas a la hora de trazar su conexión ‹sci-fi›. Desde La invasión de los ultracuerpos hasta La guerra de los mundos sus valores de ciencia ficción serán familiares para el espectador, pero no es ese el punto fuerte de la propuesta. El carburar su historia bajo unas formas desmesuradas (frase que podría resumir las intenciones más amotinadoras de Dumont), y caminando en todo momento por la cuerda floja del placentero ridículo, la cinta se lanza a proclamarse como una propuesta muy personal, que muestra además una agilidad narrativa marca de la casa. Hay valores inesperados en una película de estas características que se antojan aquí exquisitos: desde la facultad supuestamente heroica de la damisela que representa a los “buenos” de la propuesta (una encantadora Anamaria Vartolomei), un excelso Fabrice Luchini que en su catarsis teatral intenta robar la película, pasando por los secundarios, con aporte surreal, de los dos veteranos que interpretan a la dupla de detectives, Philippe Jore y Bernard Pruvost, vistos ya interpretando estos roles en trabajos previos del universo Dumont. La huella actoral es tan importante aquí (y precisamente olvidada en ese tipo de producciones), que el hecho de ver a los actores tan sumidos en las aristas desvergonzadas de la propuesta supone una guinda exquisita para disfrutarla.
L’Empire no sólo es una de las aportaciones más excesivas que se han visto este año en el FICX (compitiendo en Albar), sino que en su evidente sátira expulsa una serie de elementos que evidencian las conexiones del Festival de Gijón hacia el cine de género más desprejuiciado; en este caso, con una sobrada ambivalencia de Dumont por dar vanguardia a su contexto, aderezado por los excesos propios de quien pretende ahondar en las aristas menos convencionales del fantástico, aquí un trasunto de ‹sci-fi› hiperbolizado que deja el regusto a frescura dentro de su recorrido por los lugares comunes de la citada corriente.