No soy muy de pensar, no voy a mentir, pero el otro día me dio por ahí y me puse a reflexionar sobre el legado que me dejó Okja, la última película de Bong Joon-ho hasta la fecha, producida y estrenada por Netflix. Aquella cinta me llevó por donde quiso durante su duración, pero al acabar de verla me preparé un sándwich de jamón que repartí equitativamente y con todo mi esmero sobre una de las dos rebanadas de pan de molde que utilicé (probablemente rebozadas de aceite de palma). Mientras masticaba y saboreaba cada salada y curada loncha, volví a concentrarme en Okja, esta vez a propósito, al darme cuenta de lo poco que me había hecho cambiar, pues mi apetito no estaba premeditado. Entonces entré en Netflix de nuevo, busqué entre su catálogo y tomé una decisión de predador que no sale de caza: vi varios capítulos seguidos de El gourmet samurái y me puse las botas a base de pescados abiertos en canal que me dieron bastante más hambre y me la dan aún si lo pienso.
Y ahora es esta dicotomía la que me lleva a Legado —cortometraje premiado al mismo tiempo en festivales de cine gastronómico y en secciones gore de los mismos—. No tanto por el hambre o el afán cárnico que se traduce en un trato infausto para el animal, o por el activismo y las teorías maltusianas que se combaten con transgénicos. Como se puede suponer al ver su palmarés, el film dirigido por Joan-Pol Argenter hace lo que Netflix consigue con dos de sus producciones originales, pero en orden inverso al relatado antes: primero te da hambre y luego te la quita, haciéndote pensar por el camino en lo que nos alimenta día a día y en si lo comerías. Y su energía visual prevalece algo más en la cabeza de este espectador, a pesar de durar poco más de 15 minutos. Quizás todo se deba al humor negro, al misterio inicial y a que no parece ser ese su cometido principal, sino otro mucho más centrado en lo que no se ve y se puede imaginar en la comedia y trabajar en el cortometraje.
No en vano, Legado ha demostrado su interés participado en una amplia selección de festivales de géneros a veces dispares, tanto españoles (la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, el Filmets de Badalona, el Festival de Soria o el Festival internacional Fantosfreak), como extranjeros (Buenos Aires Rojo Sangre en Argentina, el Cinefantasy de Brasil o el Feratum Film Fest de México), resumiendo lo que puede conseguirse con pocos minutos de duración y un gran poder de sugestión de algo en apariencia simple, como es esta producción carnívora y carnicera que une dirección y guion para convertir la resolución en algo superior a una anécdota tras acabar su visionado. Tanto es así, que se nos hace extraño no haberlo visto pasar por el Festival de Sitges, donde la sangre, lo crudo y la grasa ardiente suelen atraer bastante.