Podemos encontrarnos cada día a lo largo de nuestra vida con un fenómeno, objeto o persona concretos sin verlo, sin analizar su naturaleza o capturar su esencia. Este es un paso previo para descubrir la belleza de lo cotidiano, yendo más allá de lo aparente y superficial. Sólo entonces seremos capaces de encontrar sentido a lo que nos rodea y a nosotros mismos. Sólo entonces podremos escribir un poema. La poesía es el eje conductor de la historia de la protagonista de Poesía (Lee Chang-dong, 2010), una mujer de 66 años que cuida de su nieto adolescente en su casa mientras limpia y ayuda a un acaudalado hombre mayor con problemas de movilidad. Su incapacidad para encontrar la inspiración para expresarse mientras asiste a un curso de escritura de poesía entra en conexión directa con sus problemas para comunicarse provocados por un incipiente Alzheimer recién diagnosticado. La comunicación —y las consecuencias de la imposibilidad de ella en distintos ámbitos— supone uno de los pilares del discurso de la película, que expande su narración a través de la identidad por momentos en crisis de Mi-ja, la situación familiar con su distanciada hija y la convivencia con su nieto o el alcance de un problema de violencia estructural soterrado por el silencio y la importancia del honor en la sociedad coreana.
El cuerpo arrastrado por la corriente de una joven que aparece en la secuencia inicial de la película desubica al espectador. Es sólo con el viaje completo en su estructura circular con el que podremos llegar a entender el auténtico significado de esa en principio terrorífica imagen. Igual que la veterana actriz Yoon Jeong-hee se enfrenta confusa al salir del hospital a la desconcertante angustia de una madre que ha perdido a su hija sin explicación alguna. Los achaques de su enfermedad la extraen de una terrible realidad y de sí misma, permitiéndole apreciar esa supuesta hermosura que se puede encontrar a su alrededor y de la que se alimenta la posibilidad de plasmarlo en un poema. Sólo cuando esto ocurre puede ver una flor, unos pájaros que cantan o unos albaricoques destinados a pudrirse en un camino como algo bello. La fugacidad de la vida que se escapa sin embargo a su comprensión cuando es completamente consciente de su identidad y su situación. Las preguntas que se hace y las reflexiones que anota son todas en el mismo sentido: la dificultad de encontrar explicación a hechos concretos de los que se ha percatado ocurren sin que nadie más perciba —o ella concretamente hasta ese momento—.
Lee Chang-dong basa su aproximación formal en una definición muy comprometida del punto de vista en la narración. Sigue a la protagonista en todo momento como perspectiva única de desarrollo del relato, explotando radicalmente la influencia extrema del fuera de campo en todo lo que ocurre ante la cámara. No vemos explícitamente la misma violencia que tratan de ocultar los padres de los compañeros de clase del instituto de su hijo, pero si la violencia como desactivación de la posibilidad de decisión de la madre de la víctima de la misma siendo amordazada con dinero. No vemos el sufrimiento que padeció pero sí nos lleva con la mirada de su protagonista por esos espacios desiertos y vacíos donde ocurrió todo. A través de su metraje llega la solución al enigma de sus problemas para expresarse. Sólo cuando es capaz de abstraerse de ella misma comprende la realidad en su totalidad —la suya y la de los demás—. Entonces encontrar la sublimación estética de la muerte y la tragedia en las palabras es algo inmediato, fácil. Llegar a ese punto supone el mayor esfuerzo, desde un desarrollo psicológico de sus personajes que atraviesa distancias, experiencias y generaciones muy diversas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.