Le voyage du prince es el último largometraje de veterano director galo Jean-François Laguionie, codirigido por el también francés Xavier Picard. Transcurriendo en el mismo universo que su anterior Le château des singes, el filme está centrado en la experiencia de un viejo príncipe mono llamado Laurent que naufraga y es ayudado por un niño llamado Tom en un país lejano, en el que se desconoce y niega la existencia de vida inteligente más allá del océano. Tom le lleva a casa de sus padres, dos científicos expulsados por la academia por dudar de dicha afirmación y que ven en el recién llegado una oportunidad de probar que su teoría es cierta. Mientras tanto, el príncipe logra huir por unas horas con la ayuda de Tom y se adentra en la ciudad, descubriendo un mundo de avances tecnológicos desconocidos para él, pero también de normas sociales y dogmas rígidos e insondables en los que no encaja.
La película, narrada en primera persona, está planteada como un diario de viaje que narra la observación y reflexión por parte de un protagonista retenido en contra de su voluntad y colocado en el centro de una diana incómoda tras comprobar que su existencia cuestiona los fundamentos de la sociedad en la que se encuentra y que, una vez sepa de él, tratará por todos medios de negarla y tergiversarla. Laurent, asombrado por el funcionamiento de un orden social casi mecánico, descubre también su fragilidad y su miedo a que aparezca algo que la ponga en duda. Este caldo de cultivo para el conflicto que se termina generando no implica sin embargo que la narración se dé especial prisa por llegar a ese punto; más bien, se entretiene divagando y explorando a ojos del protagonista.
Así pues, en Le voyage du prince se elaboran dos discursos narrativos que parecen contradictorios. Por un lado, la tensión creciente de un entorno en el que Laurent se encuentra cada vez más expuesto y en peligro. Por otro, una narración calmada, lenta y reflexiva, en apariencia inconsecuente, que se entretiene abriéndose a un mundo desconocido. Este contraste, lamentablemente, no está llevado con demasiada habilidad y rompe el ritmo en ocasiones de una manera brusca e incoherente, como sucede por ejemplo en la secuencia de la persecución nocturna por los callejones.
Esto último no deja de incidir en Laguionie como un autor que no es particularmente brillante en los aspectos más proactivos de sus narraciones, y que tiene sus mejores momentos, por contra, en la contemplación cuando reduce el ritmo de los acontecimientos al mínimo. Es ahí cuando la película se eleva y descubre todo su potencial, con una poco sutil pero inspirada sátira que utiliza a Laurent como avatar para hablar de la fragilidad de los constructos sociales, la falta de transparencia y el uso y manipulación de la información para reforzar posiciones de poder. En ese sentido, es particularmente interesante el punto de vista de Abervrach, el padre de Tom, enfrentado a los demás por albergar posiciones distintas a las aceptadas, pero que busca desde el principio la aceptación, utilizar su conocimiento y su experiencia no para cambiar el paradigma de su sociedad sino para encajar el suyo en ésta. Su lucha nunca llega a ensalzarse como una búsqueda revolucionaria de la verdad científica, sino como un recurso oportunista para recuperar su posición perdida en una jerarquía corrupta desde su base, y que, como es natural, está destinado al fracaso. Por otro lado, el énfasis pesimista que rodea al tema de fondo de la película contrasta casi a la perfección con la candidez de la relación entre Laurent y Tom, quienes aprenden y descubren el uno del otro y forman una amistad que es, probablemente, lo mejor de una obra que no termina de ser lo contundente que debería con los aspectos más amargos y dramáticos de su discurso.
A nivel de puesta en escena, Le voyage du prince es sólida y con una estética única, que recuerda a Louise en hiver y que personalmente no me llama la atención, con un CGI muy bien integrado en la composición pictórica pero que no termina de capturar los movimientos con la naturalidad necesaria en una animación. En concreto, el excesivo realismo en los movimientos me recuerda a un efecto de rotoscopiado básico un tanto incómodo, en particular en los primeros planos con los gestos en los rostros de los personajes. Dejando este aspecto de lado, es una estética característicamente sobria y eficaz, en la que domina la iluminación tenue y los colores apagados que reflejan un entorno urbano, hostil y en cierto modo misterioso, utilizando una paleta de colores más viva sólo en momentos concretos de la misma.
Esta última película de Laguionie no es, en mi opinión, una de sus mejores, ya que no logra sacar todo el jugo de su rama más observadora y experimental y se siente en parte ahogada por las convenciones de su trama. Pero en último término sigue conservando una entidad artística más que suficiente y lleva a buen puerto su propuesta, logrando con ello una obra de animación que se siente personal y alejada de las estéticas y fórmulas narrativas dominantes.