En la estupenda Le meraviglie (2014), la localización de la acción en una pequeña granja de la frontera italo-suiza permite a la directora del film, Alice Rohrwacher, reflexionar sobre la vida rural, el trabajo, el aislamiento y lo anacrónico de un lugar detenido en el tiempo. Pese a compartir localización, el entorno rural de Le vent tourne, último largometraje de la suiza Bettina Oberli, aparece más como un simple decorado que como un elemento que permita reflexionar seriamente sobre lo que significa la vida en el campo.
Presentada en el pasado Festival de Locarno, Le vent tourne gira en torno a Pauline y Alex, una pareja que, en busca de una vida alternativa y anticapitalista, se traslada a una granja en las montañas de Jura, en la Suiza francesa. Con el objetivo de maximizar su independencia económica, se hacen instalar en la finca un molino de energía eólica. Samuel (Nuno Lopes), el ingeniero responsable de la obra (del que Pauline queda rápidamente prendada), representa exactamente lo contrario que la pareja: inestabilidad frente a estabilidad, consumismo frente a austeridad, trabajo intelectual frente a trabajo físico.
Si bien la película sigue algunos elementos distinguibles de la filmografía de Oberli (una granja aislada, como en Tannöd, o la influencia de la economía en la vida privada, como en Im Nordwind) Le vent tourne parece girar en torno a la figura de Mélanie Thierry, quien hace un buen trabajo interpretando al único personaje verdaderamente desarrollado del film. Su conflicto interno, puesto en marcha mediante una trama romántico-adúltera no demasiado interesante, nos habla del deseo humano de querer conocer, de esa curiosidad innata que es nuestra particularidad y nuestra perdición. El resto de temas de los que habla la película, como la posibilidad de llevar una vida independiente, o las fronteras a veces difusas entre lo alternativo y lo “magufo”, son tratados con una superficialidad incluso insultante. Estas subtramas son desarrolladas principalmente a través de Alex, un personaje con la profundidad de una caricatura. En este sentido, queda la sensación de que se ha desaprovechado el potencial de un actor como Pierre Deladonchamps (L’inconnu du lac, Une enfance). Tampoco se acaba de entender la inclusión de la joven Galina (Anastasia Shevtsova), un mero ‹macguffin› en forma de personaje que acaba resultando prescindible e incómodo.
La película deja únicamente algunas pinceladas del saber hacer de Oberli tras la cámara, como una escena en la niebla muy interesante visualmente, o alguna metáfora bien traída. De lo poco destacable del film, además de la interpretación de Thierry, es un montaje trabajado, con un muy buen control de los tiempos de la narración. Es quizás ello lo que hace de Le vent tourne una película entretenida, interesante desde el punto de vista temático, aunque finalmente engullida por la superficialidad de la trama romántica y unos personajes de escaso interés.